Image: El corazón del cazador

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Ensayo

El corazón del cazador

Lauren Van Der Post

11 diciembre, 2008 01:00

Foto: Survival

Trad. Miguel Martínez-Lage. Península. Barcelona, 2008. 286 páginas. 21’50 euros

Resulta de agradecer que durante estos últimos años se estén editando por primera vez en España ciertos títulos clásicos de viaje en áfrica. Abrió el fuego Pre-textos con aquel monumento de Michel Leiris, El áfrica fantasmal, el pasado año, al tiempo que Península rescataba la primera parte de este trabajo encomiable de Lauren Van der Post El mundo perdido del Kalahari. Esta segunda parte, El corazón del cazador (que puede leerse de forma independiente) retoma el tema del drama de la extinción de la tribu de los Bosquimanos en el desierto del Kalahari al que Van der Post acudió con la intención de rodar un documento gráfico para la BBC acerca de su vida y sus costumbres.

Desde el primer momento la desaparición de los Bosquimanos se lee bajo un doble sentido que dota al libro de una característica ambigua; por un lado la tribu se toma como pretexto, o como símbolo, de un áfrica que se ve obligada a desaparecer por sus conmociones racistas o "civilizadoras", por otro lado es, al más puro estilo de Sterne, un verdadero "viaje sentimental", un ajuste de cuentas privado del autor con su entorno. "Comprendí que en mi vida se había fundido lo primitivo y lo más reciente, lo elemental y lo más civilizado, de una manera que tal vez fuese única". Al igual que Leiris, Van der Post, confirma el fracaso de un Occidente que trata de aproximarse a áfrica con la arrogancia de su inteligencia y desdeñando la magia y la sentimentalidad de sus pueblos y sus paisajes. Propone -como científico reconvertido- un viaje nuevo, a través del corazón, como única vía para salvar a unos Bosquimanos que son, en el fondo, una superconcentración de todo lo que en áfrica está llamado a morir con la llegada de la civilización. "En efecto, intelectualmente sabemos que corremos el peligro de caer prisioneros de nuestros conocimientos. Sufrimos, por así decirlo, de un insolente y desmedido orgullo mental. [...] Me parecía que la pasión espiritual, que debe inspirar al hombre para que viva peligrosamente sus mejores horas en la frontera de su saber, había ido en declive hasta convertirse en una vaga y árida inquietud, oculta tras un intelectualismo arrogante, como un niño retrasado que se ampara tras las faldas de su madre".

Van der Post, a pesar de no estar a la altura literaria de otros ilustres compañeros en la tarea de describir la solemnidad africana -y fueron muchos, desde Dinesen hasta Genet, pasando por Leiris, Gide y Camus- está, sin embargo, a la altura del verdadero humanista; desprejuiciado, dispuesto a aprender "de su barbero" que, como decía Machado, es la única forma verdadera de la sabiduría, y nos regala no pocos pasajes emocionantes, desde el episodio de locura de la mujer Bosquimana, hasta el hallazgo del personaje más misterioso del libro: Dabé, nacido Bosquimano y "civilizado" a su pesar, que recuerda a ese "Christmas" de Faulkner en Luz de Agosto, el negro blanco, el paria eterno. Dabé es la encarnación de la melancolía del que ha sido desgajado del entorno que le era propio de tal forma que ya no es capaz de regresar a él, una especie de "Malinche" a la africana, el puente imprescindible para que unos y otros se comuniquen en esa lengua que nadie puede enseñar. Es el desprotegido y el necesario, el traidor para todos, el verdadero sin tierra, y probablemente uno de los mejores símbolos de esa áfrica que describe Van der Post, y cuyo peor enemigo no es sólo la arrogancia occidental, sino ella misma, su propia tristeza, su propia desesperanza.