Ensayo

Cuaderno Boliviano

M. Sánchez-Ostiz

15 mayo, 2009 02:00

Alberdania, Irún, 2008. 272 páginas, 19’50 euros

Mucho se podría hablar de la trayectoria siempre interesante, conmovedora y por momentos errática (lo que en este caso es síntoma de verdadera vida literaria) del que tal vez sea uno de nuestros mejores narradores: Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950). Este Cuaderno Boliviano es buena prueba de ello y la mejor garantía de que también los autores españoles pueden hacer literatura de viajes de primerísima calidad. La nueva entrega de Sánchez-Ostiz, antes incluso que un excelente libro sobre su particular regreso a Bolivia, es una honesta reflexión acerca del viaje mismo, acerca de por qué viajamos, qué esperamos encontrar en los viajes y si sirve o no de algo trasladarse a miles de kilómetros para acabar en un lugar por completo ajeno. Más aún, esa primera pregunta que el autor se hace y que sobrevuela por la primera parte del libro es, en realidad, esencial. Sánchez-Ostiz sabe muy bien que "vayamos donde vayamos las cosas que nos conciernen siguen siempre en su sitio", todo eso, qué duda cabe, es la verdadera maleta del viajero y el filtro a través del cual interpreta, juzga y se conmueve cuando viaja.

Sánchez-Ostiz muestra aquí una honestidad poco habitual. Arremete contra el viajero europeo que todos llevamos dentro, el que lo ve todo un poco desde fuera y desde lejos, desde su palestra occidental, protegido por sus prejuicios, por su bienestar y su miedo al otro, y que desde ese lugar absurdo se permite el lujo de pontificar con aura de objetividad y lucidez. El libro de Sánchez-Ostiz es el de un observador reflexivo, poco dado a engañar o engañarse, el de un paseante, el de un crítico implacable de los diversos turistas con los que se va cruzando -desde el muchachito de AECI hasta el gringo que grita "Fucking spanish"- pero también el de quien trata honestamente de entender el paisaje y la gente que se va desplegando ante sus ojos. La estructura de dietario da la pauta de esa extraña indigencia y desnudez del que viaja a verse asaltado en los momentos más imprevistos por fantasmas, miedos y recuerdos. Si sólo fuera una lección literaria ya merecería la pena leer este libro, pero es que se trata además -y es esto lo extraordinario-de una lección de moral humanista en el mejor de los sentidos que pueda pensarse. La reflexión de quien se ha sentado a aguantar la mirada al hombre del poncho rojo consciente de que, en el fondo, tenía miedo de lo que iba a encontrarse.