Image: La crisis espiritual en Occidente

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Ensayo

La crisis espiritual en Occidente

Gilbert Durand

9 marzo, 2012 01:00

Gilbert Durand

Edición de Alain Verjart. Siruela. Madrid, 2011. 404 páginas, 26 euros

El gran especialista en simbolismo Gilbert Durand (1921), autor de una obra ya clásica -y muy influyente- sobre las estructuras antropológicas de lo imaginario, decidió, tras un encuentro con el estudioso de la espiritualidad sufí Henry Corbin y una intensa participación, desde finales de la cuarta década del pasado siglo, en los "Encuentros de Eranos", profundizar en el estudio de los fenómenos religiosos desde la perspectiva, no demasiado visitada por entonces, de una antropología del símbolo y el mito.

Fundado en l928 por figuras como Rudolf Otto y Carl Gustav Jung, el llamado "Círculo de Eranos" organizaba anualmente encuentros, "banquetes libres", como alguien los llamó, en los que se conferenciaba y debatía sobre cuestiones tales como el alma y la naturaleza, las ideas de liberación, el yoga y la meditación en Oriente y Occidente o la gnosis. El Círculo llegó a publicar unos Anuarios que Mircea Eliade elogió en su día como "el conjunto de estudios científicos más valiosos para el estudio del simbolismo".

A partir de los 70 las conferencias de Eranos, entre las que gozaron de gran estima las que se recogen aquí, escogieron como objeto no tanto las claves de la gran herencia y sus laberintos menos visitados -que no fueron, de todos modos, abandonados -, cuanto los retos del presente y del futuro. A esta sabia intersección entre pensa- miento filosófico, mítico, simbólico y religioso, consciente de su sustancia histórica, pero abierto a otros horizontes, por un lado, y aspiración al conocimiento tentativo de los caminos del futuro con la ayuda de instrumentos tomados de la antropología y de las ciencias sociales, pero también de la literatura, por otro, deben estos textos su fuerte capacidad de interpelación.

El tema oficial del libro es, con todo, muy preciso, dentro de su amplitud: la "crisis espiritual" en Occidente. En la medida en que nuestra cultura es una de las más autocríticas de todas las conocidas, nada tiene de extraño que haya hecho de la disección de sus patologías y de las crisis que han ido sucediéndose en ella desde los inicios de la Modernidad, incluidos sus factores desencadenantes, uno de sus objetos preferentes de reflexión (y autorreflexión). Ya Paul Hazard señaló en su día la conveniencia de considerar los años que median entre 1680 y 1750 como el crispado tiempo de una grave "crisis de la conciencia europea" surgida, al hilo del contemporáneo proceso de "desencantamiento del mundo", de la destrucción progresiva de los órdenes y principios tradicionales y su sustitución por otros. A estas crisis habrían seguido otras, diagnosticadas por Tocqueville, Marx, Nietzsche, Weber, Ortega o Adorno, por ejemplo, que llegarían hasta nuestro precario presente, condicionándolo de un modo u otro.

Pero no es de una crisis de este tipo -debida a la emergencia de un nuevo modo de producción o al advenimiento del nihilismo, a la devastadora universalización de una razón puramente instrumental o a la rebelión de las masas- de lo que Durand se ocupa en estas páginas de una erudición exquisita. La voz "crisis" debe ser entendida aquí en un sentido estrictamente unamuniano, como agonía, lucha y confrontación -consustancial a Occidente- entre vectores "espirituales" distintos, unas veces, otras, las más, opuestos, en ocasiones incluso secretamente cómplices, pero siempre en pugna dramática por imponerse como hegemónicos.

Y así Durand se ocupa de la ambición totalizadora del historicismo, marcadamente etnocéntrico y colonizador de las culturas arcaicas. O de la conversión del progreso técnico en modelo de todo perfeccionamiento, incluso moral. O del creciente desprecio del símbolo, epifanía del misterio, y del mito, que mina la sustancia creadora de sentido y la fuerza de toda revelación religiosa, así como de los muchos caminos que llevaron a las tesis de la "muerte de Dios". Pero estas páginas están recorridas también por muchas tensiones filosóficas, como las alentadas por el dualismo entre forma y espíritu, entre espíritu y materia y, en fin, entre sujeto y predicado, origen de un "desgarramiento" del ser lleno de consecuencias. La lista no acaba aquí, y agotarla, cuanto menos tentativamente, exigiría, como a Durand, recorrer un vasto dominio. Demasiado vasto, tal vez.

En cualquier caso, estamos ante un libro que interesará sobremanera a cuantos creen, con el viejo Husserl, que "solo el Espíritu es inmortal". Y que precisamente por eso, aunque no solo, vale la pena atender a sus más recónditas y misteriosas pulsaciones.