Image: El fantasma de Da Vinci

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Ensayo

El fantasma de Da Vinci

Toby Lester

16 marzo, 2012 01:00

Traducción: C. Geronés y C. Urritz. Free Press. Nueva York, 2012. 275 pp., 26'59 d. Ebook: 10'99 d.

Genio, obsesión y cómo leonardo creó el mundo a su imagen y semejanza.

Por Toby Lester. New York Times Review.

Albert Einstein escribió que la mente "siempre ha tratado de formarse una imagen sencilla y sinóptica del mundo que la rodea". Durante el Renacimiento, cuando la antigua idea griega del hombre como medida de todas las cosas saltó al primer plano de la vida intelectual, el cuerpo humano se convirtió en el objeto favorito de este tipo de especulación "sinóptica". En un tratado muy leído titulado La divina proporción (1509), el matemático Luca Pacioli se hacía eco de las opiniones de moda en aquella época al declarar que las medidas de nuestro cuerpo expresan "toda relación y proporción mediante las cuales Dios revela los secretos más ocultos de la naturaleza". El amigo íntimo de Pacioli, Leonardo da Vinci, se ocupó de ilustrarlo.

En la historia altamente gratificante Da Vinci's Ghost, el editor y colaborador de The Atlantic Toby Lester muestra que Leonardo se sentía fascinado desde hacía tiempo por el concepto del hombre como un microcosmos del universo. Antes de la colaboración con Pacioli, la idea había inspirado lo que desde entonces se ha convertido en una de las imágenes más famosas de Leonardo, El hombre de Vitruvio (alrededor de 1490), un meticuloso dibujo lineal de una figura masculina desnuda cuyos brazos y piernas estiradas encajan perfectamente en los límites de un círculo y un cuadrado. El hombre de Vitruvio se ha implantado en la cultura popular como emblema del genio de Leonardo, impregnado de conocimientos secretos, mencionado en la escena inicial del crimen en El código Da Vinci y reproducido en el anverso de la moneda de un euro italiana. Pero como señala Lester, "casi nadie conoce su historia".

La historia, en algunos sentidos, es sencilla. El ingeniero romano de la antigüedad Vitruvio opinaba en su obra magna Diez libros de arquitectura (alrededor del año 25 a C) que un templo no puede construirse como es debido "a menos que se amolde con exactitud al principio que relaciona los miembros de un hombre bien formado". A continuación enumeraba las proporciones ideales del físico masculino y proponía el precepto de que el cuerpo estirado de un hombre podía encajarse en un círculo y un cuadrado. "Los filósofos, matemáticos y místicos de la antigüedad habían investido esas dos figuras con unos poderes simbólicos especiales", escribe Lester. "El círculo representaba lo cósmico y lo divino; el cuadrado representaba lo terrenal".

Por tanto, el dibujo de Leonardo es una ilustración de las teorías de Vitruvio, un hecho que podría estropear la opinión que uno tiene del artista, ya que muchos de los conceptos en cuestión -el significado mágico de las formas básicas, la simbología de las relaciones- son poco sólidos desde un punto de vista científico. Pero, como demuestra Lester a través de una amplia reconstrucción del entorno intelectual del humanismo del Renacimiento, Leonardo vivió en una época en la que los textos antiguos merecían un profundo respeto, y el dominio de sus matices se consideraba un signo inequívoco de talento.

En su intento de ganarse el favor de mecenas espléndidos, como el duque Ludovico Sforza durante las décadas de 1480 y 1490, Leonardo -un autodidacta que, como artista profesional, muchos habrían clasificado como artesano- tenía que competir con gente de mejor cuna, con mejores conexiones y con unas credenciales más impresionantes que él. El retrato de Leonardo que emerge del libro de Lester es el de un impetuoso luchador intelectual que trabajaba sin cesar para demostrar su valía, que se enseñó a sí mismo latín para poder estudiar a los pensadores de la antigüedad y posteriormente demostrar su comprensión absoluta de sus ideas mediante dibujos como El hombre de Vitruvio.

Leonardo no se limitó a absorber las opiniones canónicas; la mayoría de las veces, rebasó sus limitaciones. En sus famosos cuadernos, el registro privado de sus investigaciones, empleaba a menudo las fuentes clásicas como punto de partida, pero como señala Lester, "cuando llega a los detalles, cuestiona la autoridad de los pensadores de la antigüedad y convierte la experiencia en su guía". En ese contexto, El hombre de Vitruvio se discierne como uno de los primeros puntos en la curva de aprendizaje de Leonardo, al mostrar al anatomista principiante subordinando sus observaciones de primera mano del cuerpo humano a un conjunto privilegiado de proporciones. Con el tiempo, una vez que se sintió seguro de sus conocimientos, empezó a preocuparse más por registrar con exactitud lo que veía y por seguir sus percepciones hasta sus conclusiones lógicas, como puede observarse en sus posteriores estudios anatómicos, algunos de los más extraordinarios jamás hechos.

Aunque El hombre de Vitruvio apenas resume la visión madura que Leonardo tenía del mundo, una idea grabada en el dibujo siguió siendo esencial para su manera de pensar: el hombre microcósmico. Este concepto, cuya multitud de formas y permutaciones Lester sigue a lo largo de toda la historia occidental, tiene un historial bastante desigual. En las manos del físico Paracelsus, quien creía que las personas y el universo estaban compuestos en su totalidad de mercurio, azufre y sal, los resultados eran impredecibles. Pero como escribió el historiador J. H. Randall, "los efectos de la versión de Leonardo de esta relación íntima entre el hombre y la naturaleza no eran perturbadores desde un punto de vista científico". Leonardo creía que la fluida mecánica que observó en el torrente sanguíneo era aplicable a la corriente de los ríos y que la estructura de las articulaciones, los músculos y las extremidades humanas proporcionaban un patrón para la compleja maquinaria creada por el hombre, un pensamiento microcósmico que podía verificarse empíricamente, de manera científica.

Situado en el contexto del viaje de descubrimiento que fue la vida de Leonardo, El hombre de Vitruvio presenta en última instancia una "imagen sinóptica" del propio Renacimiento. Como señala Lester, capta "el embriagante y efímero momento en el que el arte, la ciencia y la filosofía parecieron unirse, y cuando parecía posible que, con su ayuda, la mente humana individual podría verdaderamente ser capaz de comprender y representar la naturaleza de todas las cosas".