Image: Los artistas del escapismo. Cómo el equipo de Obama perdió el balón / Confidence men

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Ensayo

Los artistas del escapismo. Cómo el equipo de Obama perdió el balón / Confidence men

Noam Scheiber / Ron Suskind

23 marzo, 2012 01:00

Obama y sus asesores

Simon & Schuster. Nueva York. 2012. 351 páginas, 28 dólares / HarperLuxe. Nueva York, 2011. 422 pp, 19'95 dólares Ebook: 17'99 d.

El principal error de Obama, concluye Scheiber, fue "quedarse corto". El presidente solicitó un paquete de estímulos inicial demasiado modesto y no luchó lo suficiente por la regulación financiera que habría parado los pies a los bancos.

PAUL M. BARRET. The New York Times Review


El pasado otoño asistimos a la publicación de Confidence Men [Hombres de confianza], un relato que ha dado pie a muchos titulares sobre los dos primeros años de elaboración de política económica en la Casa Blanca de Obama escrito por Ron Suskind, uno de los escritores que mejor conocen los entresijos de Washington. En The Escape Artists [Los artistas del escapismo], Noam Scheiber, periodista de The New Republic, recoge muchas de estas mismas reuniones, egos y debates entre bastidores. En ambos libros, el presidente da la impresión de ser cerebral, bien intencionado y, al principio, ingenuo, un pobre rival para los republicanos obstruccionistas del Congreso. Ambos escritores retratan al ex asesor económico de Obama, Lawrence Summers, como el prototipo de ayudante principal de la Casa Blanca obsesionado por su zona de influencia. Scheiber también comparte la decepción de Suskind por el hecho de que el Gobierno de Obama no interviniera de forma más agresiva para combatir la crisis económica que heredó de George W. Bush.

Si son partidarios de las florituras cinematográficas en los relatos sobre la realidad de Washington, deberían quedarse con Suskind, que posee un estilo más gráfico, aunque en ocasiones recargado. Lo que ofrece Scheiber es una crónica más sensata, matizada y, a la larga, más convincente de cómo los expertos beligerantes maniobraron para influir en un presidente joven que se ha visto obligado a cargar con una serie de desafíos casi imposibles. Los personajes de The Escape Artists no son los embaucadores resentidos de Suskind. Como consecuencia de ello, es menos probable que la historia de Scheiber sirva de base para escribir el guion de una película de Hollywood, pero quizás ahí resida la fuerza de este libro.

A estas alturas, las líneas generales del relato resultan familiares. Después de hacer campaña como candidato pospartidista que se las arreglaría para superar la disfuncionalidad de Washington, Obama llegó al poder para encontrarse a Wall Street con respiración asistida, con una recesión mucho peor de lo que él (y muchos economistas) habían previsto y con unos líderes legislativos republicanos más preocupados por debilitar al presidente demócrata que por plantearse cualquier tipo de compromiso. En vez de anunciar un nuevo comienzo eligiendo a asesores económicos entre las filas izquierdistas de su partido -por ejemplo, Joseph Stiglitz o Robert Reich- Obama se apoyó en Summers y Timothy Geithner, asociados con las iniciativas liberalizadoras de la época de Clinton que contribuyeron a abonar el camino a los excesos de la banca de inversión y a las falsas ilusiones de las hipotecas subpreferenciales.

Donde Suskind ve a un presidente "socavado o arrinconado sistemáticamente" por unos asesores más fieles a Wall Street que a su presidente, Scheiber describe a un equipo de la Casa Blanca menos malévolo que sopesa unas soluciones que difieren en un grado sutil, pero no en la ideología básica. Piensen en el trato que dispensan los autores a la propuesta de reestructurar obligatoriamente los megabancos con más problemas, empezando por Citigroup. Obama manifestó un tímido interés por esta opción arriesgada, aunque dejase al Gobierno más enredado en la gestión de valores inmobiliarios tóxicos y diese a los republicanos una oportunidad para alegar que la "nacionalización" de los bancos equivalía a socialismo puro. En el relato de Suskind, Geithner, como secretario del Tesoro, ignoró deliberadamente la idea, desafiando al presidente y posiblemente cometiendo "unos agravios que eran motivo de despido" y que "rayaban peligrosamente en la insubordinación". ¡De lo más emocionante!

En la versión de Scheiber, Geithner se limitaba a hacer su trabajo. Se opuso a la reestructuración de Citigroup porque podría poner nerviosos a los inversores e incitarles a deshacerse no solo de sus acciones de Citigroup sino de las de otros bancos , lo que desembocaría en una nueva ola de pánico financiero. Geithner, tocado por las repercusiones de la quiebra de Lehman Brothers en otoño de 2008, se mostraba reacio a imponer las pérdidas a los inversores. "No vamos a hacerlo", le dijo a un diputado, según cita Scheiber. "Haría mucho daño a nuestra credibilidad". La historia de Scheiber carece del emocionante tufillo a amotinamiento del personal de la Casa Blanca. El lector tendrá que decidir qué versión parece cierta. (Geithner ha negado que obstruyera decisión alguna del presidente y, según se dice, Obama le presionó en 2011 para que siguiera siendo secretario del Tesoro, a lo que Geithner accedió)

Scheiber subraya las diferencias explícitas de temperamento político y filosófico en lugar de los choques de personalidad efímeros. "El problema de Geithner no era tanto una decisión en concreto sino su convicción de que cualquier cosa que pudiera provocar el malestar de los bancos podría sumir de nuevo en el caos al sistema financiero", escribe Scheiber.

La mentalidad de salir del paso de Geithner limitó la propensión de Obama a satisfacer la petición popular de entregar las cabezas de Wall Street en una bandeja. A cambio de los cientos de millones de dólares de los rescates federales, se podría haber obligado a las principales instituciones financieras a aceptar una regulación más estricta, como unos requisitos de capital más rígidos que harían que fuese menos probable que las futuras crisis se extendieran. La Casa Blanca podría incluso haber pedido la destitución de algún consejero delegado temerario como condición para seguir respaldando a su banco. En 2009, los asesores de Obama hablaron de obligar a marcharse al consejero delegado de Bank of America, Ken Lewis, quien, según señala Scheiber, había cometido errores garrafales como la adquisición de Countrywide Financial, una operación fraudulenta con préstamos subpreferenciales que endosó a Bank of America una enorme cartera de hipotecas tóxicas. La idea de despedir a un consejero delegado llenaba a David Axelrod y a otros asesores políticos de Obama "de alegría maquiavélica", según Scheiber. "Pero Geithner se mantuvo en sus trece y se salió con la suya".

Junto con las consideraciones prácticas, como la dificultad de encontrar a alguien lo suficientemente preparado y masoquista para sustituir a Lewis en el timón de un Bank of America con graves problemas, existe "un principio geithneriano celosamente guardado", prosigue Scheiber. "Los Gobiernos de los países del primer mundo", según cree el secretario del Tesoro, "cedían parte de su superioridad cada vez que se comportaban de forma caprichosa;... había medidas que, sencillamente, era indigno que tomara Estados Unidos". Este tipo de análisis sofisticado sobre cómo piensan los dirigentes más poderosos del país -independientemente de que uno considere sabio o no esa forma de pensar- es lo que distingue el libro de Scheiber.

El principal error de Obama, concluye Scheiber, fue "quedarse corto". El presidente solicitó un paquete de estímulos inicial demasiado modesto y no luchó lo suficiente por la regulación financiera que habría parado los pies a los bancos arrogantes. Scheiber se hace eco de otras críticas que cuestionan la decisión de Obama de hacer hincapié en la reforma sanitaria en vez de centrarse en el empleo y en la economía. Al final, sin embargo, Scheiber reconoce que una vez que los republicanos se hicieron con el control de la Cámara en 2010, su estrategia de limitarse a decir que no, combinada con el profundo agujero económico con el que empezó Obama, pueden proporcionar la mejor explicación para la accidentada trayectoria de la política nacional del Gobierno.

No olvidemos que en invierno de 2008, la economía estaba retrocediendo a un ritmo anual de cerca del 9% y se estaban perdiendo 700.000 empleos al mes, lo que era un síntoma de una incipiente depresión. "Que el equipo de Obama contribuyó a evitar la catástrofe", escribe Scheiber, está "fuera de toda duda".

Las estadísticas más recientes -que se hicieron públicas después de que The Escape Artists publicara- muestran que, aún modestamente, la economía está creciendo, y que el desempleo disminuye, pero su índice aún es de un doloroso 8,3%. Con sus posibles rivales republicanos a la presidencia inmersos en una pelea a cuchillo que no tiene visos de acabar pronto, el presidente, a pesar de las flaquezas de sus asesores, todavía puede liberarse, al estilo de Houdini, y lograr un segundo mandato.