Heisenberg y Enrico Fermi, Env Erona (Italia) en 1954

Trad. de F. Meler. RBA, 2012. 346 páginas. 26 euros

La bomba atómica, la de hidrógeno, la energía nuclear en suma, siguen gravitando sobre nosotros. Las primeras parecen haber quedado un poco atrás, quizás porque estamos espoleados por otras cuestiones más urgentes, pero no dejan de andar pendientes por el temor de que pueda hacerse de ellas un criminal uso destructivo. Algunos libros se han ocupado ya de describir cómo fue la construcción de la bomba atómica y sobre la toma de la decisión de lanzarla contra las ciudades japonesas, pero éste va más a los principios y se propone "hacer accesible al lector la ciencia que hay detrás".



Y es que los científicos de comienzos del siglo XX querían descubrir los mecanismos que sustentan el universo y el misterio de la radiación era una clave muy poderosa para resolver el enigma que, por cierto, parece que seguimos sin comprender plenamente. El misterio de la desintegración del uranio y otros procesos nucleares estaban siendo estudiados por Hahn y Meitner en el Instituto de Química de Berlín. (Curiosamente, señala el autor, en Alemania la física se hallaba en cuanto a prestigio muy por debajo de la química, a poco del salto de la física teórica que pasó de ser una disciplina humilde a dominar la ciencia del siglo). Pero entonces sobrevino la Primera Guerra Mundial.



Terminada ésta, al equipo berlinés le salen competidores: en París los Curié y Joliot y, en Roma, un genio solitario: Enrico Fermi. En 1938 obtuvo el Nobel por su trabajo sobre el bombardeo con neutrones y el descubrimiento de elementos radiactivos más allá del uranio. De las dos teorías que describían el átomo, la de Rutherford, que lo consideraba como una bola sólidad, y la de Bohr, como más blanda y flexible, ninguna parecía apropiada para la división del átomo en dos trozos por el impacto de un objeto tan pequeño como un neutrón, pero Ilse Meitner calculó de qué orden sería la energía necesaria para que, en el caso de Bohr, los nucleos resultantes existieran como unidades separadas. Y así se llegó a la fisión nuclear, descubrimiento que a finales de 1938 fue captado por el ejército alemán, que contrató a Heisenberg. A su vez en Estados Unidos una comisión creada con tal fin elevó un informe sobre la posibilidad de fabricar una bomba de uranio con un nuevo elemento radiactivo, el plutonio, como fuente de fisión para una bomba nuclear. Tal vez para detener, por humanidad, la fabricación de la bomba se celebró en Copenhage una reunión entre Heisenberg y Bohr, de la que hay varias versiones. Finalmente los alemanes dejaron de ser rivales mientras Fermi experimentaba con éxito la reacción en cadena.



Léase después la descripción del proyecto Manhattan y las experiencias de Los Álamos, las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, y, ya en los años 50, el diseño para una bomba de hidrógeno, por la reacción de fusión en la que dos nucleos se funden y forman una nueva entidad. Para ello se precisa de una cantidad enorme de energía y el uranio, una vez más, desempeña un papel fundamental: para producirla se precisa una bomba de fisión de uranio a plutonio. Todavía hay un capítulo sobre el empleo específico de la energía nuclear y del uranio.



Todo esto no es más que un guión del rico contenido de un libro que ha querido, con éxito, acercar al lector con amenidad, las peripecias, rivalidades y encuentros de lo que ha sido uno de los mayores aportes de la física, teórica y aplicada, durante el pasado siglo XX.