Ensayo

Cartas confidenciales desde Italia

Charles de Brosses

14 diciembre, 2012 01:00

Edición y traducción de Gil Bera. Prólogo de Stendhal. Machado Libros. 516 páginas, 28 euros


La primera edición de este texto inclasificable de Charles de Brosses es de 1799, dos años después de la muerte de su autor, pero desde muchos años antes de su publicación las cartas circulaban ya en forma manuscrita de mano en mano. Cartas confidenciales desde Italia es uno de esos extraños clásicos cuya celebridad, en el momento de la publicación era tan abrumadora que ya había muchos fragmentos que eran citados y reproducidos como si se trataran de textos canónicos por escritores como el Marqués de Sade, Richard Duclos y otros que nunca habían tenido relación con el autor. Las cartas pertenecían en realidad a un viaje de juventud por Italia. La inagotable curiosidad de Brosses le había hecho conocer, como comenta Eduardo Gil Bera, al papa Clemente en Bolonia, le había hecho departir en Florencia con los eruditos Ceratti y Niccolini, en Módena había visitado al historiador Muratori, se había hecho amigo de Vivaldi y había comido con el rey de Inglaterra, había discutido en latín con la sapientísima Agnese, había rendido culto a las cortesanas de Venecia, se había quemado los zapatos en el cráter del Vesubio y se había metido colgando en un cesto en las ruinas de Herculano.

No son pocas cosas si se reduce este libro al estricto suceder episódico, pero bien es cierto que la enumeración de esas aventuras no habría bastado para llamar la atención de lectores tan poco complacientes como Stendhal o Junger. En su peor versión, estas cartas de Brosses no son más que eso: las cartas de un enciclopedista que hace listados de las obras de arte que ha visto dentro de los palacios que visita. Se comprende de antemano el interés que ha tenido este texto para los historiadores: Brosses documenta con precisión académica las obras de arte que va viendo durante su periplo, su ubicación y su calidad. El autor es más que un simple diletante pero para el lector medio es más que probable que resulten agotadoras las largas enumeraciones de piezas. El problema no es grave; basta con saltárselas, y merece mucho la pena. El resto del libro es de una frescura y de un buen humor delicioso.

En una pieza poco conocida de Italo Svevo, Corto viaje sentimental, comentaba que las dos cualidades esenciales del buen viajero son el sentido común y el sentido del humor. Se puede decir que de esas dos cualidades Brosses puede darse por servido como el mejor de los hombres. El libro es también, a ratos, una novela picaresca y en ocasiones una especie de antecedente lejanísimo de nuestra actual guía de viajes. Snob y cercano, displicente y humano, despreciativo y admirativo, las Cartas confidenciales desde Italia están escritas por un hombre en todas sus sombras y luces.

No es fácil juzgar a Brosses como no lo es juzgar a un hombre cuyas contradicciones se nos hacen comprensibles y, por tanto, tolerables. Quizá en eso consista la ardua tarea de comprender al ser humano.