Cartas confidenciales desde Italia
Charles de Brosses
14 diciembre, 2012 01:00No son pocas cosas si se reduce este libro al estricto suceder episódico, pero bien es cierto que la enumeración de esas aventuras no habría bastado para llamar la atención de lectores tan poco complacientes como Stendhal o Junger. En su peor versión, estas cartas de Brosses no son más que eso: las cartas de un enciclopedista que hace listados de las obras de arte que ha visto dentro de los palacios que visita. Se comprende de antemano el interés que ha tenido este texto para los historiadores: Brosses documenta con precisión académica las obras de arte que va viendo durante su periplo, su ubicación y su calidad. El autor es más que un simple diletante pero para el lector medio es más que probable que resulten agotadoras las largas enumeraciones de piezas. El problema no es grave; basta con saltárselas, y merece mucho la pena. El resto del libro es de una frescura y de un buen humor delicioso.
En una pieza poco conocida de Italo Svevo, Corto viaje sentimental, comentaba que las dos cualidades esenciales del buen viajero son el sentido común y el sentido del humor. Se puede decir que de esas dos cualidades Brosses puede darse por servido como el mejor de los hombres. El libro es también, a ratos, una novela picaresca y en ocasiones una especie de antecedente lejanísimo de nuestra actual guía de viajes. Snob y cercano, displicente y humano, despreciativo y admirativo, las Cartas confidenciales desde Italia están escritas por un hombre en todas sus sombras y luces.
No es fácil juzgar a Brosses como no lo es juzgar a un hombre cuyas contradicciones se nos hacen comprensibles y, por tanto, tolerables. Quizá en eso consista la ardua tarea de comprender al ser humano.