Lewis Wolpert

Traducción de D. Otero-Piñeiro. Tusquets. Barcelona, 2012. 272 páginas, 19 euros



En un libro anterior, Cómo vivimos, por qué morimos. La vida secreta de la células reseñado en estas páginas, Wolpert (Johannesburgo, 1929) dedicó un capítulo al envejecimiento celular que acaba traduciéndose en el del individuo. En el que ahora nos ofrece se detiene en el examen de la sorprendente naturaleza del envejecimiento. Wolpert es un ágil octogenario que todavía usa la bicicleta para sus desplazamientos y que ha sido uno de los reconocidos pioneros de la embriología y la biología del desarrollo, fascinado siempre por los mecanismos que permiten la formación de un organismo, como por ejemplo el humano, a partir de una célula inicial. Es además un magnífico divulgador que combina en sus libros el conocimiento y el rigor del científico con la experiencia personal. Así lo hizo en Malignant Sadness. The Anatomy of Depression (1999), libro en el que está presente su esforzada lucha contra su padecimiento de dicha enfermedad, y así lo hace ahora, compartiendo sus vivencias con el lector, al colgarlas sobre el esqueleto del tratamiento científico del tema.



Wolpert no endulza en absoluto lo que supone el envejecimiento y no deja de catalogar sus facetas más adversas, los abusos y desatenciones a que los viejos son sometidos, olvidados en residencias específicas, a menudo privados de un adecuado tratamiento médico, inermes ante la burocracia, o perdidos en el laberinto de la demencia o el Alzheimer, pero la exposición objetiva de estos desmanes tiene un cierto efecto reconfortante. La frontera de la vejez está en continua revisión para ser situada cada vez a edades más tardías y se suele atravesar en estado de sorpresa. "La tragedia de la edad tardía no es que uno sea viejo sino que uno es joven", escribió Oscar Wilde, y "¿Cómo puede un adolescente de 17 años como yo tener 81 años de repente?", se pregunta Wolpert antes de abordar una descripción de la ancianidad en términos estadísticos: sólo alrededor de una de cada diez personas con edades comprendidas entre los 75 y los 79 años no sufre dolencias físicas, como las relacionadas con el corazón, la vista o los huesos; pero esto no necesariamente impide llevar una vida razonable; el que nuestros músculos pierdan fuerza y el sistema inmunitario se debilite no nos veda por ejemplo la práctica del deporte.



Aunque después de los cincuenta existe una mayor probabilidad de desarrollar una enfermedad mental, como la demencia, el Alzheimer, el párkinson o la depresión, y nuestras capacidades se deterioran, al volvernos más olvidadizos y más lentos, los conocimientos adquiridos siguen en pie y nada impide desempeñar funciones de responsabilidad o mantener una mente creativa.



Insiste Wolpert en que se debe mantener una actitud positiva ante la edad avanzada y en que los jóvenes que tienen una visión negativa de la ancianidad mueren antes. Obviamente, quienes tienen buena salud y un mayor nivel de estudios lo llevan mejor, pero una buena gestión de las dolencias más comunes permite al anciano una vida suficientemente rica y creativa.



El libro se divide en quince capítulos que llevan títulos breves y expresivos, tales como "La sorpresa", "El envejecimiento", "La desmemoria", "La curación", "La prevención", "El trato", "El maltrato" o "La asistencia", y termina con una divertida reproducción de las resoluciones que adoptó Jonathan Swift (1667-1745) para Cuando sea viejo, escritas hace unos 300 años, pero que se mantienen de una rabiosa actualidad.



He tenido el privilegio de conocer a Wolpert y de discutir con él de los más diversos temas a lo largo de los años. La lectura de sus libros ha sido para mí como una continuación de esa intermitente y placentera conversación. Los lectores pueden ahora unirse a ella y me gustaría invitarles vivamente a que lo hagan.