Fotografías de Corina Arranza. Ed. Alento, 2013. 117 pp, 10 €.



Alfonso Armada (Vigo, 1958) es un periodista de raza, no cabe ni la menor duda. No sólo fue corresponsal en África durante cinco años sino que también cubrió el cerco de Sarajevo. Entre sus libros se encuentran Diccionario de Nueva York (2010) y este estrenado Mar Atlántico al que ilustran las fotografías de su compañera de viaje Corina Arranz. El proyecto de Armada es interesante: cruzar el océano en una travesía a bordo de uno de esos barcos cargueros a los que siempre se ve en la indeterminada distancia de la costa repletos de contenedores cuyo interior es siempre un misterio. En compañía de Corina Arranz viajó desde Manhattan en tren rodeando el Hudson hasta la frontera norte del país y en Montreal embarcaron en el CanMar Pride que les devolvió a Europa tras diez días de viaje transoceánico.



La entrega de Mar Atlántico es en realidad un diario del viaje. Desde los primeros días del amarre a puerto y los inquietantes retrasos de la partida hasta la calma vaga y temible de la travesía Armada va relatando sin grandes sobresaltos algunas consideraciones de corte más o menos costumbrista sobre la tripulación con recuerdos de su infancia y su relación familiar con el mar, hace un relato cortés, elegante y en cierto modo distante a pesar de utilizar con relativa frecuencia material autobiográfico. Tal vez sea esa una de las cualidades esenciales de este diario, la de su distancia.



Hay, es cierto, una ensoñación privada del autor, y reflexiva. Como en casi todos los viajes, el transcurso del espacio provoca que la memoria haga su propio giro en retrospectiva. Armada se centra sobre todo en la omnipresente presencia del mar en su infancia y también de la literatura; el cara o cruz de la infancia de Armada era que tanto el mar como la literatura parecían decisiones excluyentes; el primero estaba representado por un padre con quien la relación parecía un poco complicada y el segundo por la seducción infantil de las novelas de aventuras. Al hablar de su propio pasado la disyuntiva se hace dolorosa, pero sólo de una manera retórica, porque no parece ni que el autor se haya arrepentido mucho de sus decisiones ni que el mar le esté haciendo pagar deuda alguna; todo lo contrario, este mar es amable y acogedor.



El libro se cierra con un pequeño poemario escrito a bordo y una bonita coda de Cortázar: "Siempre he pensado que viajar en buque de carga siendo un poco pasajero y un poco tripulante debe de ser algo maravilloso".