Solsticio
José Carlos Llop
7 junio, 2013 02:00José Carlos Llop. Foto: Chema Tejada
Hay quien ha dicho que el conjunto, por su capacidad de evocación y su estética camp, recuerda la atmósfera del cine clásico -no sólo norteamericano: también italiano y francés- y la de ciertos tebeos de "línea clara"; lo que no debe hacernos pensar, decíamos, en una simple servidumbre estética, sino en una calculada rendición de cuentas de una muy particular educación sentimental.
A ahondar en ella, ahora desde un territorio absolutamente privado -el de la infancia en familia- está dedicado Solsticio, un texto memorialístico de poco más de cien páginas en las que el autor acota un espacio muy concreto -el de las vacaciones familiares, en los años en los que éstas transcurrieron en una modesta finca mallorquina de propiedad militar, a cuyo uso tenía derecho, por su condición de oficial del ejército, el padre del autor- y traza, dentro de él, un cumplido retrato, no sólo de sus padres, sino también de toda una serie de personajes característicos y pintorescos que confluían en ese mundo particular, determinado geográfica y temporalmente: la España periférica, insular -pero con un cierto trasfondo cosmopolita- de mediados de los sesenta.
Es este un texto que adivinamos de conciliación, que cierra el círculo por el que el hombre maduro da por terminada su aventura de distanciamiento respecto a sus orígenes y los asume en toda su plenitud, obviando las necesarias y a veces dolorosas rupturas inherentes al proceso. No hay en este libro crítica abierta, por ejemplo, al trasfondo autoritario y clasista que se adivina tras la idílica situación descrita, ni a cómo ese trasfondo se manifestaba en los comportamientos sociales, religiosos, afectivos, etc. de los implicados.
Y es por esa contención, quizá, por la que el autor logra crear un memorable retrato de sus progenitores -del padre, especialmente: lacónico, autoritario, reservado, devotamente religioso- y, a la vez, sugerir el grado de irrealidad en el que, desde ese concreto ambiente familiar y social, quedaba sumido el resto del mundo: por ejemplo, los sucesivos soldados de reemplazo que atendían al bienestar del oficial y su familia; o ciertas cultas y refinadas amistades que, como representantes de un mundo más cosmopolita y abierto, irrumpen en la vida del niño Llop y aportan a ésta un atisbo de horizontes intelectuales entonces apenas entrevistos.
También el paisaje es un personaje importante en estas memorias de infancia: todavía no mancillado por la irrupción masiva del turismo, y dotado de suficientes rasgos históricos y legendarios como para añadir su propia nota a la receptiva imaginación del niño que iba posteriormente a idealizarlo desde la lejanía.
Evocado con una prosa precisa y, al mismo tiempo, matizada y morosa, se presenta bajo la condición concreta de plenitud lumínica y esplendor veraniego a la que alude el título del libro. La infancia, dice el autor, se identifica con ese momento de plenitud. Aunque, como las cosas mismas bajo la calima, tienda a adquirir esa cualidad de imagen quemada, expuesta quizá a un exceso de luz, que tienen muchas fotografías familiares de entonces.