Caitlin Moran. Foto: Bettina Strauss

Traducción de Marta Salís. Anagrama. Barcelona, 2013. 360 páginas, 19'90 euros





Hay muchas cosas que apreciar del Cómo ser mujer de Caitlin Moran, una invectiva contra las actitudes reincidentes hacia el feminismo que, este último año, parecían estar leyendo todas las mujeres británicas. Está la postura que adopta contra la depilación de las ingles. Está su protesta contra las industrias de la pornografía y el striptease. Y, por encima de todo, está su despliegue de argot malsonante para recordarnos, en esta época de ofensas producidas en serie, cómo debería ser una diatriba de las buenas: grosera, enérgica y con derivaciones hacia el disparate exultante.



Moran es columnista del londinense The Times, y su combinación de autobiografía y polémica se sale del estilo fácil y familiar de sus artículos cotidianos. En manos menos diestras, este centrarse en brasileñas y tacones podría derivar en una ardua caminata por los trillados contenidos de un género cada vez más agotado (el del artículo personal irónico), pero Cómo ser mujer es demasiado contundente para eso. Moran, de 37 años, tiene dos hijas pequeñas, y el libro es un reflejo protector para que no crezcan idolatrando a Kim Kardashian ni dediquen la mitad de sus ingresos a la depilación. También surge del horror de la autora ante la poca disposición de muchas mujeres a reivindicar una utilidad para el feminismo.



Nada de lo que dice es nuevo, y está escrito con un estilo que de vez en cuando sale inevitablemente de la chanza para caer en la ligereza; el uso de abreviaciones propias de Twitter, como "tbh" (to be honest, [para ser sinceros]) no ayuda. Pero no perdamos la perspectiva. Se trata de un libro tan festivo, tan libre de la beatería que ha afectado a títulos más respetables y -este es su auténtico valor - con tantas probabilidades de hallar lectoras que ni en un millón de años se identificarían con Susan Faludi, que parece uno de esos pocos casos en que la discusión tiene un ganador.



No pretende ser un libro académico ("El feminismo es demasiado importante como para que solo hablen de él los académicos), aunque Moran se quita el sombrero ante Germaine Greer, a la que se imaginaba como alguien "duro y vocinglero", basándose en las referencias de su padre, hasta que la vio un día en televisión y anotó en su diario: "Acabo de ver a Germaine Greer por la tele: ¡¡¡Es simpática!!! ¡¡¡Y divertida!!!". A los quince años lee su Mujer eunuco, "en busca de escenas sexuales", y se enamora. Para "una tierna adolescente, es un héroe peculiar" que, escribe, "le hará bien a mi alma". Veinte años después, emprende su misión de "recuperar la palabra ‘feminismo'", y el que, pese al gran optimismo de Moran, no resulte una empresa libre de riesgos es una muestra de hasta qué punto este ha perdido su actualidad (cita un estudio según el cual solo el 29% de las mujeres estadounidenses se describirían como feministas). Peca de poco moderna y lo sabe. Y además, bajo la superficie banal, muestra su valor al enfrentarse a varias ortodoxias inamovibles, como que el aborto ha de pesar como infanticidio en la conciencia de la mujer.



Y por eso vuelve a los fundamentos. "¿Qué piensan que es el feminismo, señoras? ¿Qué parte de ‘liberación para las mujeres' no va con ustedes? ¿El derecho a votar? ¿El derecho a no ser propiedad del hombre con el que se casan? ¿Los vaqueros?".



Moran alcanzó la mayoría de edad en la década de 1990, cuando, durante un tiempo, dio la impresión de que ninguna de estas preguntas sería necesaria. Al ser la mayor de ocho hermanos, tuvo que arreglárselas bastante por su cuenta, en casa y con la cultura en general. Era la época grunge, en que se disipó la presión por ser femenina y podías ir por ahí con Doc Martens y una camiseta vieja sin que se te considerase fracasada como mujer. Algunas de las partes más potentes del libro son autobiografía pura y dura, con la familia de la autora protagonizando la historia como los personajes de una novela. Una vez pasado el grunge, fue como si en la industria de la moda no hubiera pasado nada, y Moran da en el clavo cuando señala que, a diferencia de los hombres, las mujeres son lo que visten y, en consecuencia, sus decisiones sobre lo que se ponen no son tanto una cuestión de gusto como de deber.



Aunque el terreno nos resulte familiar, la pura visceralidad de su capítulo sobre el parto nos impacta, como también lo hace el gráfico relato de su aborto, que, por horrible que fuera, no la traumatizó de por vida, según escribe. La burla se pasa un poco de rosca en ciertos momentos, sobre todo en fragmentos ostensiblemente serios como una breve historia del feminismo. Pero esto son nimiedades. Cómo ser mujer es una magnífica y oportuna declaración contra el sexismo, tan arraigado que apenas lo percibimos. Es, en el agrio lenguaje contra el que Moran milita con tanta brillantez, un libro que había que escribir.