José Ignacio G. Faus. Foto: Pablo Requejo

Trotta. Madrid, 2013. 131 páginas, 14 euros

Trata este libro de diez deformaciones del cristianismo que se arrastran desde hace siglos y siguen ternes hoy. Son éstas: (1) la negación de la verdadera humanidad de Jesús, (2) la negación de la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia; (3) la falsificación de la cruz de Cristo; (4) la desfiguración de la cena del Señor; (5) la transformación del cristianismo en una doctrina teórica; (6) la negación de la absoluta incompatibilidad entre Dios y el dinero; (7) la presentación de la Iglesia como objeto de fe; (8) la divinización del papa; (9) el clericalismo y (10) el olvido del Espíritu Santo. González Faus ha cumplido felizmente 80 años y, si uno no supiera que nació en Valencia en 1933, pensaría que es el libro de un joven impulsivo y, al tiempo, preclaro. Impulsivo porque, a veces, incluye juicios demasiado "redondos", sin salvedades, y preclaro porque tiene razón.



La tiene en casi todo. Si el lector es otro joven impulsivo, aunque sea menos preclaro, puede empezar por disparar un cañonazo contra lo que no está de acuerdo. El objetivo más claro quizá es la crítica de la Iglesia como asunto de fe (la séptima herejía). El mismo autor da razones para ello. Se revuelve -como uno mismo se revuelve- contra la identificación de la Iglesia con el papa, los obispos, los curas y los que llamaríamos "católicos oficiales" y recuerda que es algo mucho más radical. Pero eso implica que habría acertado de lleno si hubiese señalado como "herejía" precisamente eso, la reducción de la Iglesia a obispos y demás y, por tanto, a la palabra de los "hombres de Iglesia" como asunto de fe.



Eso tiene que ver, claro, con la herejía (novena) del clericalismo. Pero, paradójicamente, si uno vuelve la vista al día de hoy y al positivo impacto del obispo de Roma llamado Francisco, acaso le pille de improviso que González Faus apunte contra la "divinización del papa" (herejía octava). Pues -a mi juicio- hace divinamente en apuntar. Incluso con realidades tan felices como la de Francisco, la Iglesia no es una "monarquía absoluta", como llegó a decirse antaño. Al contrario, acaso la contribución principal de la Iglesia tenga que pasar justamente por la reconsideración del modo de ejercer la autoridad por parte del obispo de Roma. La autoridad es distinta del modo de ejercerla, que es, en gran parte, pura historia y, como tal, rectificable.



Por eso acierta plenamente el autor al señalar el inmenso error (herejía quinta) de reducir el cristianismo a doctrina teórica. Con "desarrollos teológicos" se puede construir todo un sistema sobre la base de algo que surgió y sigue vivo justamente como testimonio de la vida de un hombre llamado Jesús, o sea de su historia y no de su doctrina teológica. El peligro radica en olvidar que, primero de todo, es historia. Si damos prioridad a la doctrina teórica, podemos pasar a la herejía (primera) de reducir la humanidad de Jesucristo y a esa otra (la décima) que es el olvido del Espíritu Santo.



Queda sólo la cuarta, la falsificación de la cena del Señor. La cena del Señor es -siempre- una cena con "sobras". Y unas "sobras" como ésas hay que guardarlas como oro en paño cuando acaba la cena (y hacer vigilia incluso, para guardarlas, hasta que uno vuelva a participar de una cena de semejante calidad).