Jacobo II, víctima de la Primera Revolución

Traducción de Agustina Luengo. Acantilado. Barcelona, 2013. 1.216 páginas, 49 euros

El libro de Steve Pincus ha sido una de las grandes novedades historiográficas en el mercado editorial español de 2013, con una amplia difusión publicitaria que ha llevado a reseñarlo en los principales diarios nacionales. En la mayoría de los casos se le ha saludado como una aportación rompedora que venía a poner patas arriba buena parte de los conceptos hasta ahora aceptados sobre las revoluciones y en especial sobre el papel de primera revolución moderna -en realidad, contemporánea- atribuido habitualmente a la francesa de 1789. Esa es, como se dice en su título, la tesis central del libro, que insiste en comparar los hechos de 1688 con los posteriores de la Francia de finales del XVIII y desarrolla una teoría general de las revoluciones que le lleva a parangonarlos también con la soviética, la china, la cubana o la del Irán chiíta, en lugar de hacerlo con otros acontecimientos más cercanos en el tiempo y más parecidos a ellos, como las grandes revueltas francesas del siglo XVII, o algunas de las de la Monarquía de España en la década de 1640.



Pese a estas ambiciosas pretensiones, el libro no dedica la atención suficiente a cuestiones tan complejas y debatidas como la noción y tipología de las revoluciones. Tampoco resulta convincente su idea de que todas las revoluciones son respuestas modernizadoras a intentos previos de modernización. Según él, Jacobo II Estuardo fue expulsado del trono como consecuencia de la política modernizadora que puso en práctica, para ser sustituido por un intento modernizador distinto. El problema es que el autor no define su concepto de modernización, que en el caso del último monarca Estuardo vincula a la creación de una estructura estatal fuerte (ejército, marina, impuestos, control de la vida local y las elecciones, control exhaustivo de la opinión,...) cuyo objetivo final era la creación de un estado absoluto inspirado en el catolicismo galicano de Luis XIV y con un fuerte dominio católico de las instituciones. Por mucho que tales medidas de potenciación estatal antecedieran a las de la Inglaterra posterior, es lícito preguntarse qué hay en todo ello de modernización.



En cuanto a la modernidad de la "Gloriosa" se debe a su consideración de que fue la primera revolución burguesa, antecediendo por tanto a la francesa de 1789. Sin embargo, la transformación económica y social inglesa hacia una sociedad burguesa basada en la manufactura y el comercio tuvo poco que ver con los hechos de 1688-1689. Lógicamente, los cambios de aquellos años tuvieron efectos sociales, económicos, culturales o religiosos, pero su índole fue esencialmente política. No hubo enfrentamiento social sino político, entre los partidarios de uno u otro rey y, por supuesto, aunque hubiera violencia, no resulta en absoluto similar a la que se desató en la Francia revolucionaria contra los privilegiados. No hay nada en ella comparable al propósito adanista de la revolución francesa -compartido por otras revoluciones posteriores- de cambiar en profundidad los fundamentos del orden establecido. La mejor prueba del diferente calado de ambas es que mientras el único logro que puede considerarse revolucionario de la "Gloriosa" fue la instauración de una monarquía limitada frente al absolutismo imperante en el continente, la revolución francesa consiguió algo tan decisivo como la demolición del Antiguo Régimen.



Aunque pudiera parecer lo contrario, cuanto he afirmado hasta aquí no supone una descalificación del libro, sino únicamente un desacuerdo con sus tesis de fondo. Detrás de ellas hay una formidable y exhaustiva investigación, que lleva al autor a analizar con una profundidad desconocida hasta ahora tanto el breve reinado de Jacobo II (1685-1688), como la "Revolución Gloriosa" de 1688-1689 o los difíciles años posteriores en que se afianzó el régimen de Guillermo III de Orange. El libro -magníficamente escrito- es una aportación decisiva para un periodo crucial de la historia de Inglaterra que Pincus estudia de forma abrumadora, aportando datos y valoraciones que contradicen o matizan muchas de las apreciaciones anteriores sobre el mismo.