El barranco de Babyn Yar. Foto: Wikimedia Commons.

El barranco de Babyn Yar. Foto: Wikimedia Commons.

Ensayo

De la matanza de Babyn Yar a la invasión rusa: Ucrania y el eterno retorno del mal

Jonathan Littell y Antoine D’Agata viajaron en plena guerra abierta para recoger la historia del país en el ensayo 'Un lugar inconveniente'.

12 septiembre, 2024 02:18

“De Babyn Yar pueden decirse dos cosas: no es solamente una idea, pero tampoco es propiamente un lugar”. Así lo afirman Jonathan Littell (francés de 1967, aunque residente en Barcelona) y el fotógrafo Antoine D’Agata (1961) en este perturbador libro sobre Ucrania.

Un lugar inconveniente

Jonathan Littell y Antoine D’Agata

Traducción de Robert-Juan Cantavella. Galaxia Gutenberg, 2024. 344 páginas. 23,50€

Babyn Yar es el nombre del barranco de la capital ucraniana en el que las fuerzas alemanas, que habían invadido el país en 1941, el “29 y 30 de septiembre [...] fusilaron a 33.771 judíos”. Un horror que continuó durante la ocupación, pues allí “seguirán produciéndose matanzas, que se irán convirtiendo en un procedimiento regular, según algunas fuentes los martes y los jueves”.

Tal fue así que el “total de víctimas se estima en unos cien mil, 60.000 judíos y otras 40.000 personas: soldados del Ejército Rojo, marineros de la flota del Dnipró, comisarios políticos, agentes del NKVD, civiles tomados como rehenes, gitanos, nacionalistas, sacerdotes, enfermos mentales y muchos otros que tuvieron la desgracia de disgustar al ocupante”.

No se extiende mucho más Littell en los hechos históricos, pues como anota en una de las más de 220 entradas que, a modo de diario, crónica personal y reflexión histórica, componen el libro, ya se explayó sobre ellos en Las benévolas (2006). En dicha novela, de impacto considerable, Littell narró de forma minuciosa y estremecedora las principales matanzas nazis, entre ellas la de Babyn Yar.

La intención de los autores es otra en Un lugar inconveniente. Su relato está anclado en el presente en dos sentidos: por un lado, los textos nacen de una visita al lugar, y es desde allí desde donde narran su historia hasta nuestros días: la forma en que ha sido recordado u ocultado o cómo se ha transmitido la memoria de los hechos a medida que el tiempo pasó y se producían cambios políticos profundos en el país.

El segundo anclaje con el presente tiene que ver con la invasión rusa de Ucrania, que comienza en febrero de 2022, días después de que Littell estuviera acabando el libro en su concepción original, compuesto por sus reflexiones sobre el barranco del horror.

D’Agata y Littell decidieron que la obra no podía quedarse tal cual fue concebida y viajaron a una Ucrania en guerra abierta. Y, en concreto, fueron a Bucha, escenario de ejecuciones indiscriminadas de población civil por parte de las tropas de Putin en su intento de tomar Kiev. Escenas similares a las de 1941.

La peor historia se repite, como si el peso abrumador del pasado no sirviera para nada

El corolario es desalentador: la peor historia se repite, como si el peso abrumador de los hechos documentados que ocurrieron hace muy pocas generaciones no sirviera para nada. Ucrania es un país sufrido y maltratado en el siglo XX y lo que llevamos de XXI, “el país que fue”, como subtitula Borja Lasheras en Estación Ucrania (Libros del KO), otro magnífico libro, mezcla de crónica personal y ensayo de historia sobre los sufrimientos de un país que sigue en pie, pese a los pronósticos.

También en España no fueron pocos los militares que auguraron en los primeros días de invasión un paseo militar ruso, cuando recomendaban negociar desde la resignación a la ley del más fuerte. Este libro nos muestra no solo la inconveniencia de aquella postura, sino su inmoralidad e incluso su temeridad si nos preguntamos qué clase de mundo y de sistema de gobernanza mundial queremos.

No se vislumbra aún un final para la invasión rusa de Ucrania, pero mientras siga en marcha, habrá que seguir documentando el horror de los nuevos Babyn Yar. Aunque parezca que no sirva de nada. O, en palabras del añorado Javier Muguerza, habrá que agarrarse a la razón “con esperanza, sin esperanza y aun contra toda esperanza”.