Aguirre, el magnífico
Manuel Vicent
4 febrero, 2011 01:00Manuel Vicent. Foto: Domenèc Umbert
La intuición seminal del libro se acompaña de otra decisión básica, recuperar al personaje a partir del papel del autor como investigador y testigo de su biografía. El propio Vicent interviene como fedatario de muchos hechos dentro de un procedimiento muy actual que los teóricos de la literatura llaman autoficción. Vicent detalla el momento en que conoció a Aguirre y la larga aunque discontinua relación entre ambos. Agrega, además, variados apuntes de otras personas reales próximas a Aguirre, como García Hortelano, cuyo penetrante retrato le otorga categoría de auténtico personaje literario. De este modo, Aguirre, el magnífico provoca una sugeridora ambigüedad que da pie a una estéril polémica acerca de su estatus: si es ficción (novela) o no ficción (biografía). Participa de ambas modalidades por gracia de la capacidad de Vicent para crear un texto escurridizo que termina por convertirse en un gran trampantojo amasado con realidad, estilización y esperpentismo.
La vertiente documental tiene su importancia y Vicent aporta noticias inéditas, pero solo desempeña la misión de sostén del edificio imaginativo. De ahí que el autor acoja sin prevenciones abundantes chismes sociales. Y que no quiere ir más allá en la averiguación histórica lo demuestra cómo pasa de largo por el demoledor testimonio de Gutiérrez Girardot. No van por ahí los tiros. Las apelaciones explícitas a Valle-Inclán y el rótulo general que acoge al libro, Retablo ibérico, constituyen paladina declaración de intenciones. Un personaje singular, el cura-intelectual-duque Aguirre atraviesa medio siglo largo de historia reciente. Su estampa peregrina, su picaresco empeño en negar la sangre, su aureola entre la progresía de un pasado cercano, su reciclaje nobiliario; en suma, una personalidad inverosímil en un tiempo o nación normales adquiere la dimensión última de símbolo de un país absurdo y brillante. Vicent hace sí, historia, pero a la manera inventiva en que El ruedo ibérico puso en solfa la España de la restauración y que sirve para penetrar en la cara oculta de las apariencias. La mezcla de realismo y de una calculada deformación expresionista vale de soporte artístico al relato. Vicent sopesa bien la dosis de lo uno y de lo otro y la combinación produce un excelente efecto. El resultado es un texto fuertemente visual, de gran plasticidad, y abundante en imágenes llenas de creatividad. La prosa contiene las comparaciones inusitadas, los hallazgos expresivos muy notables y los fulgores de estilo esperables en el autor. Logra Vicent una estampa original, profunda y divertida, de un tiempo confuso a la que solo puede ponérsele un pero: se le hace a uno corta. Habremos de resignarnos a esperar nuevas entregas de este retablo ibérico y confiamos en que no siga los pasos de Valle y deje la faena sin rematar.