Agua cerrada
Alejandro Palomas
18 mayo, 2012 02:00Alejandro Palomas. Foto: Vicent Bosch
El planteamiento de esta novela de Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) se halla más cercano al discurso poemático y reflexivo que a la narración pura y simple de sucesos. De hecho, las peripecias de la levísima historia quedan en buena medida sugeridas, apuntadas, sin desarrollo, y muchos datos son deliberadamente brumosos y apenas cuentan en el conjunto del relato, porque al autor le ha interesado esencialmente sumergirse en el ánimo de los protagonistas -Serena e Isaac, ambos con un marcado déficit afectivo- y Elsa, madre de Isaac, que trata de revelar a éste un oscuro secreto acerca de la lejana muerte de su padre. Que para ello crea necesario apartar temporalmente a Isaac de Serena y llevárselo a Venecia, porque es allí donde, según ella, debe producirse la confesión, es una circunstancia decisiva, ya que en Venecia sucederá el único hecho importante de la historia, pero de escasa consistencia narrativa; o, mejor dicho, con un fundamento más poético -y, si se quiere, psicológico- que verosímil.Lo que importa es que al lector se le invita a asistir desde dentro, como indica el hecho que cada secuencia narrativa sea un relato homodiegético de los distintos personajes, al esbozo de unas vidas truncadas que luchan por recomponerse y por borrar un pasado opresor que incluye, con todas sus consecuencias, las carencias sentimentales de Isaac, la frustración amorosa de Serena o la dipsomanía pertinaz de Elsa. Estas historias, que podrían haber tenido un desarrollo independiente, quedan reducidas a meros bosquejos que el autor consigue armonizar, sin embargo, con notable maestría, gracias a un discurso que, leído con detenimiento, revela un entramado de sutiles reiteraciones y paralelismos, sin duda -hay que insistir en ello- próximo a las técnicas compositivas poemáticas, aunque no exclusivo de ellas.
En el análisis de estos sentimientos encontrados, de esta lucha por encauzar el trayecto de la felicidad personal, reside lo más destacado de la novela, pero acaso algunas podas -la del capítulo introductorio, por ejemplo- hubieran contribuido a dinamizar el relato sin eliminar sus ribetes líricos. Por otra parte, el lector es curioso por naturaleza, y suele tener interés por saber algo más de las vidas que se le presentan. Y así ocurre en Agua cerrada. Cada personaje encierra un drama complejo del que convendría conocer algo más, pero el narrador se limita a sí mismo, reduce el círculo de su mirada y omite numerosas informaciones externas, con una parquedad que, en cierto modo, recuerda la tenaz poda de elementos considerados accesorios que practicó Unamuno en muchas de sus narraciones. Como novelista, Palomas presenta todos los rasgos característicos de un escritor minoritario: historias intensas finamente decantadas, relato fuertemente introspectivo, prosa muy cuidada, monólogos confesionales, presente narrativo habitual (salvo en algún pasaje rememorativo con ocasionales analepsis) y, en fin, una concepción del relato como suma de procesos interiores, en los que, como ocurre aquí, el silencio puede ser elocuente y la música suplir al lenguaje. Con estas coordenadas, Agua cerrada es, a pesar de lo escueto de su anécdota, una obra de no escaso mérito. Habrá que ver si los empeños futuros del autor son de mayor calado.