Las tierras arrasadas
Emiliano Monge
17 junio, 2016 02:00Emiliano Monge. Foto: Old
El relato que vertebra Las tierras arrasadas, la última y aterradora novela de Emiliano Monge (México, 1978), está puntuado de forma constante por una especie de coro que declama versos de la Divina comedia de Dante y extractos de las declaraciones de muchos migrantes que pasaron por las manos de las mafias que trafican con ellos a su paso por la frontera entre México y Estados Unidos, violándolos, torturándolos, masacrándolos. Que el diálogo entre dos fuentes tan aparentemente lejanas acabe por hacerlas indiscernibles en su potencia lírica y en la dimensión casi totalizadora de su fuerza elegíaca ya es un síntoma muy clarificador del éxito del autor. Que, además, el relato central afronte el tema de la violencia fronteriza sin caer en un solo tópico, convirtiendo una historia de amor entre forajidos en un relato crudo y verosímil, y cargando la atmósfera, la sangre, la tierra y el horizonte de un peso poético brutal sin que nada se venga abajo… Todo ello, en definitiva, convierte Las tierras arrasadas en un libro importante. Por cierto, seguramente no sea casualidad que también fuera mexicana otra novela importante en torno a la idea de violencia, Anatomía de la memoria de Eduardo Ruiz Sosa (Candaya), tan distinta a esta pero igual de ambiciosa.En Las tierras arrasadas se nos explica la historia de una pareja de enamorados que viven al margen de la ley, capturando a hombres y mujeres que huyen de la historia de sus países miserables y topan con hombres y mujeres como ellos, Epitafio y Estela, dispuestos a despojarlos de identidad, humanidad o futuro. Sobre los protagonistas se teje una traición de tragedia clásica o shakespeariana, con sus epítetos épicos y su final terrible y metafórico; a su alrededor, la corrupción del país envuelve a las autoridades, el ejército y los parias desesperados por igual; bajo sus botas, sigue asfixiándose una corriente infinita de nuevos esclavos sacrificados en nombre de una esperanza falsa.
Emiliano Monge relata ese mundo como un territorio entregado a una noche perpetua, en el que víctimas y verdugos bailan macabramente, en el que nadie puede escapar a la lógica del horror: en una escena particularmente desoladora que no voy a destripar, un hombre está a punto de salvar su dignidad en un gesto de rebelión y solidaridad con sus semejantes, cuando de pronto entiende que no será capaz. La propia vida siempre vale más, sobre todo si no vale nada. Las lealtades son imposibles. Y sin embargo, hemos hablado de enamorados: en el centro de este relato sí que operan ciertas lealtades supervivientes a todo el cinismo y el miedo ambiental, sí que hay amor aunque sea crudo y condenado a la podredumbre: "No podrá jamás imaginarse Mausoleo, que para este hombre, que llegó al mundo de la nada y que así, desde la nada, ha intentado habitarlo, una mujer sea el único hogar que hay en la tierra".
La novela de Monge es admirable en su sentido rítmico, y no hablo sólo de la progresión dramática, magníficamente construida, sino de la calidad de su prosa, muy cercana a lo lírico y sometida a una cadencia cercana al ritual religioso. La cita de apertura, en la que Cicerón alerta de cómo los dioses se desentienden de tantos destinos humanos, nos sitúa en un marco casi cosmológico, dispuesto para que la frontera mexicana, carne de crónica estrictamente realista, cobre ecos cosmológicos. Hay algo mítico y alegórico en estas páginas; pero también hay mucho de concreto y absurdo, de crueldad indescifrable de tan absoluta. Todo ello se resuelve en un castellano vívido, hiperrealista y sin embargo en duermevela, especialmente intenso en el uso del diálogo. Violencia terrible y fatalidad rotunda convierten Las tierras arrasadas en una gran novela sobre "el último Holocausto de la especie".