Cruz Sánchez de Lara. Foto: Pepe Botella

Cruz Sánchez de Lara. Foto: Pepe Botella

Novela

Cruz Sánchez de Lara presenta hoy su novela: "Me aburren las 'drama queens' que se regodean en el sufrimiento"

La abogada y activista por los Derechos Humanos, vicepresidenta de El Español, presenta hoy su primera novela, 'Cazar leones en Escocia' (Espasa), una historia sobre tres generaciones de mujeres que descubren cómo luchar por la felicidad y el amor

19 abril, 2022 08:26

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Acostumbrada a luchar contra la explotación sexual de las mujeres y la trata de personas, Cruz Sánchez de Lara (Almería, 1972), abogada, activista por los Derechos Humanos y vicepresidenta de El Español, confiesa que ha sido “feliz, muy feliz” mientras escribía su primera novela, Cazar leones en Escocia (Espasa), que hoy 19 de abril presenta en sociedad.

En realidad, recuerda ahora, todo comenzó con la llamada de una editora. “Le dije que me llamara más adelante porque, además de mi trabajo en El Español, seguía ejerciendo como abogada y estaba estudiando en una universidad estadounidense con diferencia horaria. Volvió a llamarme y no me resistí. Escribir siempre ha sido un vicio para mí y no podía dejar escapar el tren de Espasa”, explica.

Pregunta. En la novela se engarzan los recuerdos de las protagonistas, sobre todo de Miranda y de su madre Cata Arce: ¿por qué escogió esta estructura narrativa?

Respuesta. La estructura narrativa la escogieron los protagonistas. En la idea original, madre e hija se alternaban como narradoras, pero llegó un momento en el que ese sistema dejó de funcionar. Los personajes iban adquiriendo carácter e iban pidiendo tomar la palabra. No ha sido premeditado ni he buscado seguir un guion académico. Ha sido mi forma instintiva de contar una historia.

La magia de escribir

P. ¿Tuvo claro desde el primer momento el desenlace o los personajes se apoderaron del relato?

R. La magia de escribir reside en eso. Tú crees llevar las riendas del relato, pero estableces una relación tan especial con la historia que los giros surgen sin tener conciencia de los mismos. De hecho, el capítulo final fue una sorpresa para mí. Cuando escribí el punto final, Amélie pidió presencia y añadí un capítulo.

P. Una de las protagonistas del relato, Cata, la madre de Miranda, suele aconsejarle que "vacíe para llenar". ¿Cuánto se ha vaciado usted como autora, como madre e hija y como mujer, en este relato?

R. No es una autobiografía. No me reconozco en ningún personaje, pero Silvana, Cata, Antonio, Rafael, Mercedes, Alejandra… todos están inspirados en alguien de mi entorno. Creía que Miranda no, pero cada vez le encuentro más cosas en común de varias personas cercanas a mí. Imagino que una primera novela es un collage en el que se van pegando desordenadamente experiencias, reflexiones propias y ajenas y referencias, muchas referencias de las que vamos almacenando en nuestro equipaje.

P. Sin duda, pero ¿con cuál de todas estas espléndidas mujeres (Silvana, Cata y Miranda) se identifica más, a quién le ha prestado más de sí misma?

R. Creo que en Silvana he dejado ese defecto mío de convertir mis conversaciones en un insistente carpe diem, recordando a mis amigos la necesidad de hacer de la vida un decorado y no permitir que nadie te escriba el guion que quieres interpretar. Quizás en Miranda haya un acto de contrición por el egoísmo hacia los padres que creo que muchos sentimos. Tengo una relación diaria con mis padres, pero a medida que pasan los años, la sensación de no haber correspondido en todo momento con la misma intensidad pesa más. Y en Cata, quizás haya volcado la necesidad de preparar mi muerte, de dejar claro a las personas que me importan lo que han sido y son para mí. También, la sensación de la responsabilidad y el compromiso que adquirí con mi hijo el día que nació. E insisto en que no es autobiográfica: esas son mis coincidencias de carácter, pero Silvana y Cata están inspiradas en una amiga que murió y me enseñó muchísimo de la vida de las generaciones pasadas.

Opulencia deliberada

P. ¿Es una suerte de estrategia narrativa la elección como protagonistas de tres generaciones de mujeres desprejuiciadas y sin problemas económicos de ningún tipo, acostumbradas al lujo y la belleza, al arte y la cultura, a convivir en su propia casa con obras de Barceló, Genovés, Hockney, Chagall, Antonio López o Tàpies?

"He intentado buscar un 'balneario' para hablar de intimidad, así, casi en un susurro perdido en la sofisticación"

R. La opulencia es deliberada y tal vez estratégica, tomando el término de la pregunta. Es una utilización de la libertad de recursos económicos que da la literatura. Llevo toda mi vida escribiendo historias en escritos jurídicos en el ejercicio de la abogacía. Y es un trabajo mucho menos libre, reducido a la redacción de los hechos que se pueden acreditar mediante prueba, con la espada de Damocles de los plazos y el público más exigente, que es quien va a decidir la suerte de los protagonistas. En una novela, todo es gratis. Puedes liberar a los personajes de las cadenas y las limitaciones de los problemas graves como los de salud y los económicos para poder centrarte únicamente en el terreno de las emociones. Los conflictos internos, las sensaciones y hasta las bajas pasiones se hacen menos intensas —al menos para mí, como lectora y autora— si las necesidades básicas y el futuro están cubiertos… Y la verdad, tras una pandemia, con la actualidad de conflictos que han devuelto al presente la expresión ‘guerra mundial’ y la tensión de los populismos, he intentado buscar un ‘balneario’ para hablar de intimidad, así, casi en un susurro perdido en la sofisticación.

P. El libro es también una denuncia del machismo que las españolas sufrieron en gran parte del siglo XX, y la necesidad de eludir los convencionalismos y el miedo para ser feliz. Como activista en defensa de los Derechos Humanos y en contra de la explotación sexual de las mujeres, ¿la sociedad ha cambiado tanto como parece o en el fondo subyacen los mismos prejuicios que hace cincuenta años?

R. No podemos comparar nuestros derechos y oportunidades con los del siglo pasado. Es más, no debemos. Sería injusto hacia esas generaciones de mujeres que no pudieron vivir como nosotras. Ni tampoco lo sería para los hombres. También ellos son más libres para sentir y para expresar sus emociones. He intentado, de hecho, rendir un homenaje a las generaciones pasadas. Ahora bien, persisten en todos los tiempos los problemas de frustración, de autoestima, el radicalismo en las posiciones ideológicas, la necesidad de aceptación, la rabia, la ira, el conformismo... Además, ahora está la agravante de la hiperconexión, la exposición, las redes, la tiranía de los likes. Avances y retrocesos, como en todas las épocas.

Mochilas cargadas

P. Adelantada a su tiempo, Cata es una precursora de eso que se ha dado en llamar "malas madres”, un personaje fascinante que juega con su hija y con el lector: ¿el siglo XXI será el de las mujeres o no será? ¿También en el mundo de la cultura?

R. Nunca pensé que este mensaje tendría tanto impacto. La maternidad es un trabajo muy difícil que, con suerte, tendrá un resultado positivo. Es una dedicación que se hace desde el amor. Antes, solo se podía contar la parte de ese término que no me gusta nada: ‘realización’. ‘Sentirse realizada a través de la maternidad’ era un imperativo social —que muchos siguen aplicando— y que, bajo mi punto de vista, traslada la responsabilidad injustamente a los hijos. Si hablamos de ’mochilas cargadas’ no solo están las de las madres sino también la de los hijos a quienes se les carga con renuncias vitales ‘por ellos’ que no exigieron ni sobre las que tuvieron ninguna capacidad de decisión. La cultura es el espejo de la sociedad y su reflejo. Los tópicos en la cultura pueden parecer desvirtuados por la falta de azogue y, aunque pueda sentirse distorsionada, es la imagen de su tiempo.

P. Por cierto, ¿qué pensarían Cata Arce o Silvana, por ejemplo, de lo ocurrido en Mallorca con las jóvenes tuteladas que han sido explotadas sexualmente sin que hasta el momento ninguno de los responsables haya sido procesado?

R. La indignación ante la injusticia es una característica común en mis protagonistas. Cuando escribo sobre alguien imperturbable suelo estar haciendo una caricatura. Mis personajes se rebelan contra la extemporaneidad de comportamientos ancestrales consentidos por la ley. Yo también.

P. La novela es un canto a la búsqueda del amor y la felicidad, y una invitación a huir de los Middlemarch que nos limitan, pero ¿es un retrato del último siglo español o trasciende nuestra historia en su apuesta por la libertad de la mujer?

R. De modo inconsciente así ha sido. Contar la historia de tres mujeres nacidas entre 1905 y finales de los setenta es narrar como trasfondo la historia de España, sin entrar en grandes detalles ni tener ínfulas de cronista.

Zweig, Proust, Virginia Woolf

P. ¿Tienen razón quienes relacionan su ópera prima con la narrativa francesa de tema sentimental por su falta de estridencia y sensiblerías?

R. No me gustan las estridencias ni la autocompasión. Me aburren las llamadas drama queens que se regodean en el sufrimiento en lugar de buscar salidas. Me gustan más las personas y los personajes que buscan soluciones a los problemas que los que siempre encuentran problemas en las soluciones. Si eso es narrativa francesa, probablemente tengan razón.

P. ¿Quiénes han sido sus modelos, a qué narradores le gusta leer? ¿Le importa estar al tanto de las novedades o prefiere refugiarse en los clásicos?

"Cuando mis compañeros del colegio leían 'Mortadelo y Filemón', yo intentaba entender el teatro clásico. Me ha gustado siempre la lectura que supusiera un reto"

R. Desde pequeña, he tenido el concepto de la lectura útil. Siempre he leído pretendiendo aprender. Cuando mis compañeros del colegio leían Mortadelo y Filemón, yo intentaba entender el teatro clásico. Me ha gustado siempre la lectura que supusiera un reto. He leído mucho ensayo, filosofía y los clásicos. Me encantan Zweig y Proust, pero también Virginia Woolf. Es difícil elegir favoritos. No me resisto a una historia bien escrita. Ahora estoy con Timandra, de Kallifatides.

P. ¿Se ha divertido tanto como parece escribiendo la novela, llenando sus páginas de pistas falsas y macguffins? ¿Con qué parte del proceso narrativo ha disfrutado más, con la documentación, la escritura, la corrección, el trabajo con su editora?

R. Me he divertido tanto, he sido tan feliz… Todo se daba a un tiempo: escribía, leía lo anterior y corregía. Para mí la documentación es sencilla —casi deformación profesional—, porque en el ejercicio de la abogacía aprendes a documentar con fluidez y rigor. He sido muy, muy feliz y mi editora es un regalo de la vida. Además, es una compañera respetuosísima de viaje. Respeta mis textos y me anima cuando tengo miedo. Me gusta llamar a las cosas por su nombre, aunque quizás sea más políticamente correcto llamar vértigo al miedo.

P. ¿Y ahora qué? ¿Cómo se siente en vísperas de presentar en sociedad la novela?

R. Disfruto más con la escritura que en esta fase. Aún así, soy consciente de que para poder seguir escribiendo tienes que vender un producto. Una editorial es una empresa y no una ONG. Por eso, hablaré de Cazar leones en Escocia allá donde me requieran, porque invitar e ‘incitar’ a la lectura es parte del proceso de la creación.

P. ¿Tiene ya claro su próximo proyecto narrativo? ¿Qué nos puede adelantar?

R. Mentiría si dijera que no hay nada más escrito. Pero ahora empieza la ‘cacería’ de lectores en Escocia, en España, en Francia —si es que, como dicen, el estilo es de narrativa francesa—. Y aquí me tienen, macguffin en mano. Tengo la esperanza de que disfruten de mi primera novela, que llega el año que cumplo 50, cuando no lo esperaba. Pero ¿hay alguien a quien la vida no se le haya desordenado alguna vez?