Francisco Bejarano (Jerez, 1945) justifica el título de su último poemario, Contra el júbilo, porque “son muchos más los [momentos] de melancolía que los de júbilo. El júbilo es muy aparatoso, pero dura muy poco, poquísimo”. Hacía veintidós años que no publicaba un libro de poemas. En 2011 apareció el florilegio Un juego peligroso, que concluía la estricta senda formada por Transparencia indebida (1977), Recinto murado (1981) y Las tardes (1988, Premio de la Crítica).
Además, Bejarano ha dirigido revistas, escribe artículos periodísticos y es autor de algunas obras de prosa y ensayo. Fue incluido por José Luis García Martín en su encomiable antología Las voces y los ecos, una suerte de retaguardia novísima.
Dividido en cinco partes, el amor es el asunto central de esta inesperada entrega. “Huyamos del amor”, proclama. “Pude querer y ser correspondido. / El amor poderoso me dio miedo”. “Es mi dolor”, confiesa. “Ya no hay tiempo”. A sus fracasos, a su necesario desprestigio, a su invisibilidad y su “materia oscura” se refiere en poemas que adoptan un tono sentencioso y clasicista, propio de la mejor tradición andaluza; cadencia compuesta en torno a la serena música del endecasílabo.
Se impone la libre soledad y la dulce tristeza (“un amor tan antiguo como mío”, “vaga sombra / fue la melancolía desde niño”). Su refugio, la casa (“todo está en casa y en nosotros mismos”), los libros (“ennoblecí con libros las paredes”), la rutina (lo igual, que es lo distinto), los sueños (“Aún soy un niño /perdiéndose en un mundo que no existe”), las artes (como el cine, que saben “detener el tiempo” y "dan más vida que la vida”), los recuerdos (“La verdadera vida es la memoria”) y la escritura (“es un dolor a solas / buscando la verdad y la belleza”). “¿Ayudará a vivir escribir versos?”, se preguntaba Bejarano. Su libro es la respuesta.