¿Quién teme a la historia del arte? (sobre la guerra contra y entre las Humanidades)
por Juan Antonio Ramírez
19 mayo, 2005 02:00Las 117 damas de Antonio Saura pueden verse en la Fundación March de Madrid. Una visión descarnada y profunda de la representación de la mujer (en la imagen Dame en technicolor, de 1957)
Los amantes y los profesionales de las humanidades estamos en guerra, todo el mundo lo sabe. Luchamos contra muchas legiones de filisteos de variado pelaje: tecnócratas, leguleyos, productivistas materialistas, cientificistas, y un largo etcétera. Vaya, se diría que el llamado "mundo moderno" entero está contra unos valores que defendemos con un cierto lirismo desencantado, dando por sentado que nuestras posturas son muy débiles y que carecemos de posibilidades de imponerlas al conjunto de la sociedad.
Ahí es nada. ¿Acaso no dicen defender lo mismo, más o menos, nuestros enemigos, o es posible lograr un consenso respecto a qué puede significar la construcción de un mundo acorde con las aspiraciones más nobles del ser humano? De ello se infiere otra cosa que venimos ocultando desde hace mucho bajo la alfombra de las rutinas académicas, como si se tratara de una vergöenza de familia: no podemos meter hoy en el mismo saco a todas las disciplinas humanísticas, pues éstas no tienen similares objetivos, métodos y tradiciones intelectuales. La lista provisional de futuras carreras universitarias elaborada por la Subcomisión de Humanidades, que tanta alarma social ha provocado, revela, entre otras cosas, la incapacidad de entendimiento entre diferentes subsectores de la cultura académica humanística. No podemos evitar la sospecha de que ello testimonie una esclerotización de posiciones intelectuales incompatible con la causa general en la que todos decimos militar. La exclusión de la carrera de Historia del Arte sería entonces la punta del iceberg, un síntoma alarmante del envejecimiento intelectual de cierta clase de humanismo. No voy a referirme ahora a cosas muy divulgadas por la prensa últimamente, pues me interesa más señalar las hipotéticas razones intelectuales de esta propuesta. ¿No la ha elaborado acaso una comisión formada por gentes que proceden de la filosofía, la filología y la historia? ¿Existe un conflicto en el interior mismo de las Humanidades o se trata sólo de la equivocación ocasional de un grupito de personas elegidas poco menos que al azar?
Podríamos encontrarnos, en efecto, ante los ecos degradados de la antiquísima desconfianza de los profesionales de la palabra respecto al mundo ilusorio de la imagen. La Biblia es muy explícita al señalar la primacía del "verbo", y ya sabemos que todo el Antiguo Testamento da cuenta de esa batalla titánica y secular de los enviados de Yaveh contra los adoradores de "ídolos". A esta tradición religiosa se le puede sumar el menosprecio hacia las imágenes de algunas corrientes filosóficas. Ya sé que es abusiva esta generalización, pero creo que podría afirmarse que la tradición de la filosofía y de la teología occidentales ha sido más bien poco filoicónica. Añadamos a ello que las grandes religiones monoteístas han venido abominando de los placeres que proporcionan los sentidos, y muy especialmente los de la vista. Es como si el arte se hubiera salvado y desarrollado al margen (o a pesar) de la teología y la filosofía. Los estupendos compromisos del catolicismo romano con la tradición pagana dan una idea de la sutileza y de la complejidad de este fenómeno cultural de readaptación de una religión formalmente anicónica en una cultura, la grecorromana, rabiosamente figurativa.
Es cierto que laHistoria del Arte apareció un poco tarde en el cuadro de las disciplinas humanísticas, pero lo hizo con una enorme pujanza, y en riguroso paralelismo con el desarrollo de la cultura visual de masas. Esta nueva disciplina se apoyó desde el primer momento en la fotografía, que ofrecía pruebas "objetivas" para sus argumentaciones, al igual que sucedía con ramas de la ciencia tan positivistas como la botánica, la patología médica o la criminología. El caso es que en las últimas décadas del siglo XIX aparecieron las primeras cátedras de Historia del Arte, y no es casualidad que ello sucediera primero en los países más avanzados. El crecimiento prodigioso de esta disciplina a lo largo del último siglo ha sido estimulado por múltiples fenómenos concomitantes. Cuenta mucho el desarrollo económico general, la extensión de la democracia, y la legítima aspiración de los ciudadanos al disfrute del arte, pero también debemos señalar que la cultura de masas propició la aparición de nuevos lenguajes híbridos, entre el texto y la imagen. Así es como la Historia del Arte se desarrollaba como una excepción entre las disciplinas humanísticas, pues era la única cuyos modos de argumentación no se basaban exclusivamente en la palabra sino que eran de naturaleza icónico-verbal. Se trataba de un modo nuevo de pensar que parecía subvertir una tradición milenaria entre los medios académicos.
No es difícil entender que alguien se haya confundido. Ciertos académicos formados en las antiguas disciplinas humanísticas podrían ser muy superficiales al acusar a la Historia del Arte de parecer banal, demasiado bonita y poco "consistente". Pero esta rama del conocimiento se ocupa de algo (el arte) muy importante en todas las sociedades, y que viene experimentando desde hace poco más de cien años un proceso prodigioso de expansión sin parangón entre todos los fenómenos de la cultura humana. La complejidad de semejante acontecimiento es de tal calibre que está necesitando el trabajo exegético de muchos historiadores y críticos del arte con el auxilio precioso de analistas procedentes de otras ramas del conocimiento. ¿Cómo ignorar ya al buen número de filósofos, filólogos, sociólogos y hasta economistas que se ocupan también, con rigor encomiable, de la problemática artística?
No son ellos, ni otros colegas suyos, admirablemente preparados, los que han hecho propuestas descabelladas, porque una cosa son los verdaderos debates culturales y otra el aislamiento de algunos reductos donde parece palpable la falta de comunicación entre las disciplinas humanísticas. La verdad es que la Historia del Arte es una atalaya intelectual mejor preparada que otras para comprender las condiciones de existencia de un universo, el nuestro, dominado por la imagen, pues ésta es la única disciplina humanística especializada en el análisis histórico y presente de la cultura visual.
Podría ocurrir, pues, que la mentada subcomisión no haya trabajado con propósitos inconfesables, limitándose a decidir lo que no podía dejar de dimanar de ella, dada la formación predominante en sus componentes y la ausencia del adecuado asesoramiento exterior. Había varios representantes de pequeñas universidades religiosas, más condicionadas, presumiblemente, por las tradiciones y prejuicios propios de antiguas disciplinas impregnadas, como ya hemos dicho, por la devoción hacia la palabra escrita y por la idea de que las imágenes son meras ilustraciones de otras realidades (no "visuales") supuestamente más consistentes. Ya sabemos que los representantes políticos (también abundaban en esa subcomisión), por su parte, tienden a desconocer la investigación, ven el mundo como algo a gestionar, y no suelen tener tiempo para las sutilezas que ocupan a los cultivadores de las diversas áreas de conocimiento. Es difícil que puedan percibir, en estas condiciones, la gran transformación experimentada en el seno mismo de las humanidades, el inmenso territorio conquistado en poco tiempo por los nuevos modos iconográficos de pensamiento. En todo caso parece evidente que el estatuto universitario de la Historia del Arte no puede decidirlo este pequeño grupo aislado de personas. Los cultivadores de las humanidades debemos servir a nuestra sociedad, como todo el mundo. En vez de entregarnos a un estéril victimismo generalizado deberíamos afrontar con serenidad nuestras propias miserias y desencuentros. Desgraciadamente yo no veo tanto la guerra que nos hacen los demás como la (poco limpia) que llevan a cabo, al parecer, algunos de los nuestros ¿Quién teme a la Historia del Arte? ¿Sobrevive entre nosotros algún imitador anacrónico del Moisés bíblico, dispuesto a destruir los imaginarios becerros de oro con sus tablas (escritas) de (la edad) de piedra?