Vista de la ría con intervención en el puente de Daniel Buren con el Guggenheim Bilbao a la derecha

Vista de la ría con intervención en el puente de Daniel Buren con el Guggenheim Bilbao a la derecha

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Dos directores actuales, ante el Guggenheim Bilbao

Primera sede de un gran museo fuera de su país, obra de un arquitecto estrella..., el museo bilbaíno fue pionero en muchas cosas. Amado y discutido casi a partes iguales, su poder de atracción sigue intacto.

Miguel Zugaza Juan Antonio Álvarez Reyes
18 octubre, 2022 03:12
Miguel Zugaza

Miguel Zugaza

Miguel Zugaza

Director del Museo de Bellas Artes de Bilbao

Cambio de paradigma

La aparición del Guggenheim Bilbao significó un cambio radical de paradigma que revolucionó el funcionamiento del museo tradicional. Recibido con dudas y temores, lo cierto es que su arrollador éxito ha sido emulado incluso por el mismísimo Museo del Louvre, que bajo su franquicia instaló recientemente una sede en Abu Dabi.
El nuevo modelo propuso cambios en muchos sentidos, como la deslocalización de la institución; la apuesta por un indisimulado modelo de gestión empresarial y el impulso al desarrollo del turismo cultural.

No menos importante fue la ruptura en la especialización de los museos o el interés por sacar al arte de un cierto narcisismo y presentarlo dentro de una visión global de la cultura contemporánea.

El original edificio de Frank Gehry ayudó, sin duda, a monumentalizar el experimento formulado por Thomas Krens, director de la Fundación Guggenheim, y hecho realidad por Juan Ignacio Vidarte al frente del museo bilbaíno, dando cabida a un programa expositivo extraordinariamente dinámico y novedoso donde encajaba sin solución de continuidad una revisión de 5.000 años de arte en China o la historia de la motocicleta, que tanto fascinó a nuestro querido John Berger, junto a algunos de los más hermosos proyectos ideados por Carmen Giménez, conservadora del museo neoyorkino, como las inolvidables retrospectivas dedicadas a Alexander Calder, Cy Twombly o Juan Muñoz.

El nuevo modelo propuso cambios en muchos sentidos, como
la deslocalización de la institución, la apuesta por un indisimulado modelo de gestión empresarial y el impulso al desarrollo del turismo cultural

Además del arte retrospectivo, el museo retaba desde su audaz arquitectura la creatividad de los artistas contemporáneos, dando lugar entre otras a una de las intervenciones más ambiciosas realizadas por un solo creador en cualquier museo del mundo como es La materia del tiempo del escultor norteamericano Richard Serra.

El éxito de Bilbao es el éxito del Guggenheim, pero también viceversa. El nuevo museo puso la guinda a toda una virtuosa serie de decisiones tomadas por las instituciones en pos de la transformación de la ciudad, que ha pasado de ser uno de los grandes emporios de la industrialización española en el siglo XX a convertirse en una cosmopolita ciudad de servicios para el XXI.

La canalización de la Ría del Nervión tras las dramáticas inundaciones de 1983, la construcción del Metro Bilbao, o la recuperación en la actualidad de la isla de Zorrozaurre, han sido inversiones estratégicas claves que se tomaron para superar el colapso estructural de la ciudad.

Con el Guggenheim, el arte y la cultura participan una vez más en la ecuación de la prosperidad económica y urbana de Bilbao, como sucedió a principios del siglo pasado con la proliferación de museos e instituciones culturales que acompañaron la extraordinaria pujanza económica y social de la ciudad. No deja de ser excepcional que, en aquel Bilbao de emprendedores, ingenieros y comerciantes, entre 1908 y 1927 se fundaran nada menos que tres museos independientes: el de Bellas Artes, el de Arte Moderno y el de reproducciones artísticas. Un dato que nos recuerda, ahora en sus felices bodas de plata, que este gran emblema de la era de la globalización, no se construyó en un desierto.

Juan Antonio Álvarez Reyes

Juan Antonio Álvarez Reyes

Juan Antonio Álvarez Reyes

Director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC)

El efecto perverso

Hace 25 años trabajaba como director de El Periódico del Arte, una publicación ya desaparecida, edición española de The Art Newspaper, y en ella escribí tanto sobre la inauguración del Guggenheim Bilbao, como sobre el libro de Joseba Zulaika titulado Crónica de una seducción. He estado tentado de releer ambos artículos, pero finalmente no lo he hecho, puesto que lo que queda más fuertemente en mi memoria es el libro, que aún creo necesaria su lectura para todo aquel que quiera comprender el llamado “efecto Guggenheim”.

Ideado por Thomas Krens, entonces director de la institución neoyorquina, planificó una expansión mundial que finalmente se quedó únicamente en la sede de Bilbao, pero que inició una carrera entre los grandes museos a la búsqueda de franquicias o sucursales internacionales. Esa carrera de las instituciones de las capitales del arte por rentabilizar sus fondos y buscar socios pronto encontró aliados que pretendían un rápido y exponencial crecimiento. El ejemplo más claro y evidente está en Emiratos, pero no es el único.

Junto a este efecto internacional, también se produjo un perverso efecto nacional, principalmente entre la clase política de todo signo y condición. Dado el éxito comercial como modelo de transformación urbanística y de imagen de ciudad, además de polo de atracción turística, se buscó su repetición en otras geografías peninsulares e insulares. Pero claro, lo que en Bilbao se hizo con una potentísima inversión económica no sólo en el edificio sino también anualmente desde entonces para programación, conservación, publicidad y creación de una colección propia, en las posibles secuelas políticas esto último no fue así y prácticamente todo el esfuerzo se quedó en el edificio y poco más.

La transformación de Bilbao fue planificada; un museo por sí mismo, como las antiguas catedrales, no puede obrar el ansiado milagro

Además, la transformación de Bilbao, aunque simbolizada por el Guggenheim, fue totalmente planificada y acompañada por otras operaciones arquitectónicas de prestigio tanto entonces como posteriormente. Un museo por sí mismo, como las antiguas catedrales, no puede obrar el ansiado milagro. Aunque también es cierto que quien da primero, da dos veces.

¿Y localmente? Se ha dicho que el Guggenheim pudo ser un acicate para otros espacios, especialmente para el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Recuerdo en esos años visitar y escribir sobre algunas de las muestras que trabajaban e investigaban sobre el propio contexto artístico vasco, tan interesante siempre y que por lo general escasamente se ha visto reflejado o expuesto en el edificio de Richard Serra. Pero está claro que para bien o para mal, el panorama institucional vasco ha cambiado totalmente desde la apertura del Guggenheim y el actual nada tiene que ver con el de entonces.

Las posteriores inauguraciones de Artium en Vitoria, Tabakalera en San Sebastián o Azkuna Zentroa en el mismo Bilbao, junto a la desaparición o minoración de los espacios anteriores que tanto y bueno hicieron (Arteleku, Koldo Mitxelena…) quizás dibujen otro escenario distinto, en el que más allá de lo espectacular se pueda tender hacia un modelo más sostenible y enraizado en su contexto.

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Ramón Andrés

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