Marco Polo: 700 años sin el mercader veneciano que conquistó China
En tiempos del turismo de masas, Gabi Martínez y Mauro Armiño recuerdan la figura del viajero y explorador en el aniversario de su muerte.
Una historia icónica
Gabi Martínez. Escritor y periodista. Su último libro es Delta (Seix Barral, 2023)
Este 2024, el mundo conmemora el 700 aniversario de la muerte de Marco Polo, el mercader veneciano que escribió un libro de viajes a China en el que no menciona la Gran Muralla, el hábito de tomar té ni el de comer con palillos. Por eso se ha cuestionado que realmente viajara allí.
Y sin embargo hoy resulta paradigma del gran viajero. ¿Cómo puede ser? Una razón es el tiempo: Marco Polo aprovechó la Pax Mongolica para emprender un viaje que duraría 24 años. Partió con misivas papales destinadas a mandatarios asiáticos y el propósito de abrir rutas comerciales, porque la religión y el mercadeo eran los motivos principales para viajar a lugares tan remotos como temibles, asociados a grifos, amazonas y hombres con cabeza de perro. Por el camino, descubrió una asombrosa red de calzadas, y se estableció diecisiete años en la corte de Kublai Khan.
Ser adoptado por un líder, decían, bárbaro aumentó la leyenda de un viajante cuyo Libro de las maravillas del mundo dejará bastante insatisfecho a quien pretenda conocer con un mínimo detalle las tierras y pueblos que pisó el italiano, porque Marco Polo elige una voz gélidamente informativa actuando con frecuencia como una especie de notario.
Hay quien dice que la figura del Viajero se ha extinguido porque
en la Tierra ya no existen territorios enigmáticos
Cuando Marco Polo aparece, lo hace con extrema discreción. Asume su minúscula importancia ante el formidable mundo nuevo y procede a ejecutar una descripción geográfica y etnográfica de Asia, atendiendo de manera elemental a las costumbres, religión, flora y fauna para más que nada facilitar datos útiles a los tratantes de comercio que en el futuro se animen a seguir sus pasos. Y lo hace con tanta neutralidad que alcanza momentos equiparables a los de cualquier monótona guía.
Lo que ocurre –en su beneficio– es que sus “notas” apuntan a enclaves, hábitos, infraestructuras que han perdurado: tenía ojo para lo eterno. Además, esas notas suenan a menudo tan extravagantes o increíbles que despiertan interés pese a ellas mismas. La sucesión de perplejidades permitió que los lectores encajaran el relato como un compendio de promesas, y fue determinante para apuntalar rutas ultramarinas porque varios descubridores se lanzaron a la conquista del planeta tras leerlo. Este es su logro capital: el contagio de la curiosidad.
De Marco Polo se recuerda más su historia que el libro que escribió, pero es que su historia es icónica. Festejándolo ahora, hay quien dice que la figura del Viajero se ha extinguido porque en la Tierra ya no existen territorios enigmáticos, y que el apabullante imperio del turismo hace que los libros de viajes ya no tengan sentido. Bueno.
Quizás lo tengan más que nunca, justo para revertir la uniforme imagen del globo divulgada por unos media tan sometidos a la actualidad y lo fugaz que olvidan explorar lo que ellos mismos consideran los márgenes. Garantizo que en el mundo quedan enormes viajeros escritores que aún saben lo que es el tiempo, lo central, la independencia y un bárbaro. Otra cosa es que despunten como personajes, y, en consecuencia, que alguien los quiera leer.
La imaginación de un viajero
Mauro Armiño. Escritor, periodista y traductor, entre otras obras, del Libro de las maravillas
El viajero veneciano Marco Polo, apresado durante las guerras entre Génova y Venecia, dictó en 1298-1299, durante su estancia en la cárcel, a un autor de oficio que escribía en francés –lengua de prestigio entonces–, Rustichello de Pisa, las “memorias” de su viaje a los desconocidos confines de la tierra por el Este occidental.
Dejando a un lado diferentes controversias, El libro de las maravillas supuso una conmoción para un Occidente que apenas tenía referencias más allá del mar Rojo: algunos ecos en Plinio el Viejo, textos que repetían datos anteriores y, sobre todo, la leyenda de Alejandro el Magno, rey en dos mundos, en Oriente y en Occidente; los romans sobre el gran conquistador despertaban la imaginación, con la India convertida en meta de cualquier sueño.
A la India se dirigía, en principio, Marco Polo; y la India buscaba Cristóbal Colón, que dispuso de una copia del texto de Polo cuidadosamente anotada.
Marco, que con 17 años (1271) se embarcó junto a su padre Niccolò y su tío Mateo en la segunda excursión que estos comerciantes venecianos hacían hacia el Este –en la primera ya habían visitado la corte del Gran Kan Kublai. Regresaron a Venecia veinticuatro años después: los recuerdos y apuntaciones de las tierras recorridas por Polo –todo el Este de Asia, desde el Norte de China a la India, con viajes marítimos por el sur además de los terrestres–, daban pistas a sus compañeros de profesión –situación de las principales ciudades, productos, especialidad de tejidos o minerales, características–, pero iban más allá.
Es todo lo que no pueden ofrecer los guías de ese turismo internacional tan extendido como vacuo
El libro de las maravillas transcribe intereses personales que son lo que puede fascinar hoy al lector y fascinó a su época, aunque en buena parte no lo creyera: leyendas y cuentos, costumbres raras, si no extravagantes para ese occidente medieval: las mujeres con pantalones de Badajshán, la incineración de los muertos, los ritos de alumbramiento del Yunnan en los que el marido es el que se mete en la cama durante la cuarentena, los vastos espacios silenciosos del Pamir, las noches en los contrafuertes del Tíbet, la monta de los elefantes en Zanzíbar…
Este amante de “maravillas” describe la caza de tigres y otras fieras, la “pesca” de perlas en Ceilán; ha visto con sus propios ojos –insiste, adivinando la incredulidad de sus contemporáneos– animales extraños: jirafas, cocodrilos, rinocerontes, para Polo el fabuloso unicornio.
Y si, como testigo de hechos reales aprovecha para rechazar mitos de Occidente, cree en otros orientales que aparecerán en Simbad el marino o en Las mil y una noches: las águilas y halcones utilizados para la caza de diamantes, o los palacios construidos de oro de Cipango (Japón, Polo es el primero en hablar de ese país); sin olvidar los que recibe de la Biblia y los romans sobre Alejandro: la leyenda del Árbol Solitario, la del Viejo de la Montaña y sus “asesinos”, que Polo introdujo en Europa, la existencia del inverosímil reino cristiano del Preste Juan. Es todo lo que no pueden ofrecer hoy los guías de ese turismo internacional tan extendido como vacuo.