Juana de Aizpuru en el almacén de la galería. Foto: José Verdugo

Juana de Aizpuru en el almacén de la galería. Foto: José Verdugo

ARCO 2024 DarDos

Homenaje a Juana de Aizpuru

Será el primer ARCO sin el imponente stand de su fundadora. Su colega de profesión Pedro Maisterra y la artista Dora García le rinden tributo.

Pedro Maisterra Dora García
5 marzo, 2024 02:05

Esto no se hereda

Pedro Maisterra. Codirector de la Galería Maisterravalbuena.

Las declaraciones de Juana de Aizpuru en la Agencia Efe el pasado mes de noviembre pueden resultar sorprendentes para quien piense las galerías como simples negocios de compraventa de obras de arte: “Nadie ocupará mi lugar, esto no se hereda. No hay sucesión, esto nace y surge dentro de ti o no, y en mí surgió desde el principio. Cuando yo abrí mi galería supe que lo hacía para toda la vida”.

Un negocio con cincuenta años de vida, en un país donde la media es de cinco, es algo que debería tratar de preservarse y, sin embargo, cierra inevitablemente.

Para explicarlo hay que comprender bien ese pronombre, ese “esto” que no tiene sucesión ni continuidad, que no se hereda ni se traspasa: galerismo en estado puro. La importancia y singularidad de Juana, a quien no le hace falta el apellido, radica en la inevitabilidad que fija ese pronombre, la trascendencia de sus logros y el impulso de nuestra profesión.

Esto es una fuerza irreductible que “surge de ti o no” y que ha vertebrado su práctica en el principal objeto de su trabajo, los (sus) artistas. De ellos habla siempre desde lo cotidiano porque para ella un cambio de estilo se explica por una mudanza, el nacimiento de un hijo o una separación. Juana dibuja la trayectoria de sus artistas en lo cercano, entrelazado con su propia experiencia, desde una vivencia compartida.

La importancia y singularidad de Juana radica en la trascendencia de sus logros y el impulso de nuestra profesión

Considera el talento como un rasgo más de la personalidad de los artistas, uno que los califica y los separa del resto, algo que ella ha sabido intuir, gestionar y potenciar en su trabajo con ellos.

Aprendimos a escribir los nombres de Sol LeWitt, Albert Oehlen o Martin Kippenberger en sus exposiciones, en las que aún eran jóvenes promesas. A otros, Dora García o Rogelio López Cuenca, los hemos visto crecer en su galería.

La relación con sus artistas emana exclusivamente de lo personal, de un despilfarro emocional, una generosidad que se olvida de uno mismo y se constituye en mecanismo de producción de valor. Esto es una práctica que contempla el accidente, la contradicción, todas las luces y sus sombras, el ruido de la vida.

Una práctica que es pura intuición, ojo y piel. Pero esto es también el singular motor que convierte en realidad la intuición, la posibilidad en certeza. Una determinación también por encontrar un espacio distinto para sus artistas y para la galería.

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O fabricarlo donde no existiera, apoyando la creación de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla (BIACS), en 2004, pero, sobre todo, con su fundamental papel en la fundación de la feria de arte contemporáneo ARCO en Madrid en 1982, configurando así una escena más allá de los museos.

Esa intuición y esa determinación, efectivamente, ni se heredan ni se traspasan. Y es lo que hace a Juana necesaria, su lección de vida. Una lección que no busca la complacencia, nada de palmaditas en el hombro, ningún discurso falaz y hueco. El reconocimiento, como una venta, se cierra con un simple apretón de manos. Gracias por enseñarnos esto, Juana. 

El corazón como estrategia

Dora García. Artista y Premio Nacional de Artes Plásticas.

Hubo un tiempo en el que yo conocía a Juana de Aizpuru pero ella no me conocía a mí. Yo, estudiante de arte en la facultad de Salamanca, intentaba huir del tedio salmantino y de mi desilusión con profesores y clases visitando a amigos en Madrid y, por supuesto, viendo galerías.

Era una época feliz de aprendizaje, sorpresa y discusión donde todo era aún posible. La galería Juana de Aizpuru era el lugar de reunión inevitable donde se rompían además todos los tabúes y todos los prejuicios y convenciones que habíamos recibido de nuestros profesores de Bellas Artes. Allí crecíamos, literalmente, a nuestros dieciocho, diecinueve, veinte años.

Recuerdo como especialmente reveladoras una exposición de Heimo Zobernig y otra de Georg Herold –la escultura no era lo que me enseñaban en la escuela, o no solo– había otros mundos mucho más excitantes.

Unos pocos años más tarde, cuando estudiaba en Ámsterdam y tenía mi primera exposición en De Appel, ese verano mi compañero de piso en Madrid me dijo que había un mensaje para mí en el contestador, un mensaje de Juana de Aizpuru.

Lo escuché sin aliento, varias veces, sin poder creerlo: me invitaba a visitarla para hablar de una exposición. Había visto mi trabajo. Llegó entonces el momento en que Juana de Aizpuru y yo nos conocimos. Entré en la galería con otros jóvenes artistas que aún no habíamos cumplido los treinta años.

Juana me acogió, cuidó, jugó con mis hijos y estuvo siempre allí donde
mi trabajo y yo estábamos

Todo lo que es trabajar con una galería —durante muchos años fue la única que tuve—, todo lo que es el maravilloso compañerismo entre los artistas de una galería, lo aprendí allí. El apoyo, el acompañamiento, el cariño, el té, las galletas, las sonrisas, las comidas en el Bogotá, las inauguraciones generosísimas en la galería, repletas de gente a estallar.

Ahora que tanto se habla de cuidados y de lo afectivo en el trabajo, Juana me acogió, cuidó, jugó con mis hijos y estuvo siempre allí donde mi trabajo y yo estábamos. Juana y todos los que trabajaron en la galería, Juana y su familia, Juana y sus artistas, muchos de los cuales eran también mis amigos, muchos de los cuales eran los artistas a los que más admiraba e incluso las dos cosas a la vez. Mi vida no puede entenderse sin esta galería, el recuerdo de todo esto es a la vez una alegría y una melancolía infinita.

Lo que más me fascinó siempre, en todos estos años, es que este nivel de compenetración, de sintonía, no pasaba por lo intelectual ni por lo calculado. Nunca se hablaba de estrategias, nunca se hablaba de mercados, nunca se hablaba del éxito, nunca se intelectualizaba la práctica.

Juana tenía un instinto extraordinario para saber lo que le interesaba —el arte que era interesante para ella, para nosotros y el que no lo era—. Yo creo que era una certeza que venía directamente de lo instintivo, del sentimiento, uno diría del corazón. Y un poco como una madre leona, ella era, es, mi contexto, mi territorio, en el que estaba a salvo para mirar hacia el mundo. 

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