El pasado viernes me despertó mi radio-reloj-despertador a las 7:30 para ir a trabajar. Como el día anterior estuve hasta tarde viendo una película que daban en TVE me ha costado muchísimo despegarme de las sábanas, así que lo primero que he hecho es agarrar el despertador y lanzarlo contra la pared, con tan mala suerte que a los 8 minutos ha vuelto a sonar, pero no podía apagarlo. Un desastre total que me ha hecho empezar muy mal el día, ni os lo imagináis.
De camino al trabajo estaba escuchando un disco, pero estaba rallado, así que el mundo de la música del metro de Madrid ha sido mi acompañante. Ronquidos, frenos chirriantes y gritos de gente intentando hacer que el nivel sonoro de sus voces supere el del roce de las ruedas de hierro contra los raíles. Afortunadamente tenía a mano mi Nokia 8210 para echar una partidita al Snake, porque el yo del que hoy hablamos es mi yo de 1999, un habitante que vivía ajeno a todos los cambios tecnológicos del mundo, indiferente de las actualizaciones de Honeycomb a Ice Cream Sandwich y sin importarle la diferencia entre velocidad de procesamiento de un chipset de 2 núcleos de CPU a uno de 4 núcleos.
Ese yo de 1997 seguía toda su jornada usando una mochila llena de aparatos y libretas, ya que en aquél entonces se usaba cada cosa para su función. El día lo tenía programado en una agenda de papel con anillas, y lo sigo de una manera rigurosa, tachando lo que ya había hecho o moviéndolo a otra página si tenía que retrasarlo porque no me daba tiempo. El boli siempre falla en el momento más inoportuno, pero en cualquier teníamos una suela de zapato a mano (o mejor dicho, a pié) para hacerlo funcionar en un momento. Alta tecnología a prueba de fallos, eso si que era futurista.
A las 12 tengo una reunión, y voy con el coche de la empresa. El camino más o menos lo conozco, pero tengo que recoger a un socio que viene también, y ahí empieza el problema. Tiro de callejero y memorizo la ruta, que queda grabada en mi cabeza a fuego, o al menos eso pensaba… Cuando estoy llegando me encuentro que donde
Al salir de la oficina ocurre una cosa curiosa. Como cada viernes me acerco al bar de manolete a tomar algo con mis amigos. Hemos hablado de fútbol, cine, teatro, organizado un fin de semana en la montaña y pensado en montar un grupo de música. Y lo hemos hecho mirándonos a la cara, sin distracciones, sin que nadie estuviese hablando por Whatsapp con alguien a quién verá mañana y que cuando quede con él mudará su conversación a mi. El único que interrumpió la conversación por culpa de un dispositivo móvil fui yo, porque me llamaron, pero como no había cobertura sólo fueron unos segundos.
Hoy en día las tropecientas funciones y actividades que llevamos a cabo a lo largo de cada jornada se concentran casi todas en un mismo
Parece menterio que hablemos de algo así en El Androide Libre, pero no es tan off-topic como parece. Podemos hablar en el 99.99% de las ocasiones de la parte técnica de Android, aplicaciones, funciones, guías… pero existe una parte en la tecnología que no podemos dejar de lado. Y es que al fin y al cabo la tecnología es controlada por humanos, y eso si que debería seguir así. No dejemos que sea la tecnología la que nos acabe controlando a nosotros y mantengamos las conversaciones de palabra mirándonos a los ojos. En mi opinión todo esto puede convivir, podemos sacar el máximo provecho de la tecnología y seguir siendo felices, incluso más, pero es cuestión de que cada uno sepa medir cómo lo hace.
¿Qué opinas de todo esto? ¿Crees que la tecnología nos hace menos felices o que sólo es cuestión de saber controlarla? Cuéntanos cómo ves todo este tema.