Cuando uno piensa en Android, en sus problemas y en sus virtudes, en la historia que lo ha ido marcando y en las mayores polémicas que lo rodean, lo que primero nos viene a la cabeza son las actualizaciones del sistema operativo, por pequeñas o grandes que sean estas, son algo de lo más importante y que más ha dado que hablar desde que Android es Android.
De hecho nunca antes se había hablado tanto de las actualizaciones como con Android, y han llegado a tener una importancia tal que cuando se retrasan o no llegan son la excusa perfecta para que cualquiera pueda poner a parir sin piedad al sistema operativo de Google. Esto es lo que se conoce como fragmentación, y hace referencia a la gran cantidad de versiones de Android que nos podemos encontrar en los diferentes teléfonos. Un efecto colateral de la fragmentación es el hecho de comprar un terminal de gama alta y que el fabricante no actualice a la última versión de Android, caso que se ha repetido más de una vez, y que suele disgustar mucho a los usuarios.
Por lo general se habla de las actualizaciones como algo bueno, y es que suelen significar que nuestro móvil va a hacer algo más, mejor o más rápido, o por lo menos a tener alguna nueva característica que nos va a facilitar la vida. Es verdad que en algunos casos una actualización trae consigo algún fallo, o que las novedades que trae no nos importen ni nos ayuden en nada, pero esto es otra historia diferente, y por lo general los fabricantes suelen corregir este tipo de actualizaciones bastante rápido. Creo que todos podemos aceptar que actualización es sinónimo de algo bueno.
Pero, ¿y si las actualizaciones nos estuviesen diciendo que algo malo ocurre? Al fin y al cabo sirven para corregir errores que había antes. En algunos casos podemos usar el rastro de actualizaciones como un patrón que nos indica que nos habían vendido un teléfono defectuoso, o al menos no en perfectas condiciones, y lo sabían perfectamente, pero no nos lo habían advertido.
Este es el caso reciente del Samsung Galaxy SIII. La empresa coreana ha tenido que lanzar cuatro actualizaciones vía OTA en unas pocas semanas para ir corrigiendo los múltiples fallos que este terminal tenía al salir al mercado, y es que si lo miramos desde este punto de vista, se trataba de un dispositivo inacabado. Por un lado ojalá todos los fabricantes se dedicasen a lanzar actualizaciones corrigiendo todos sus errores, pero por otro cuatro actualizaciones en un periodo tan corto de tiempo parece algo excesivo. También es posible que fuese la única forma de hacerlo, aunque sobre eso tengo serias dudas.
No penséis que nos quejamos cuando no hay actualizaciones y también cuando las hay en exceso, en este caso no es cuestión del número de veces o de si llegan o no. En este caso estamos hablando del problema que supone que compremos terminales de gama alta, a los precios que tienen, cuando la implementación de Android en estos dista de ser perfecta y ello es conocido por el fabricante. La competencia es feroz en este mercado, y nos les queda otra solución que poner a la venta teléfonos con márgenes muy pequeños para competir en igualdad o superioridad, pero hay técnicas que quizás perjudiquen un poco de más al usuario.
Desgraciadamente los fabricantes parecen ampararse en el «no pasa nada, ya solucionaremos con una actualización» cuando te han vendido algo que sabían que no iba a funcionar o que no era de todo correcto. El problema aquí es que quizás no habrían vendido los mismos terminales si hubiesen advertido que hay un fallo y se estaba trabajando en arreglarlo, la técnica consiste en cerrar la boca y solucionarlo más adelante, cuando la unidad ya está vendida. Algo sucia, para que engañarnos, aunque lo hace menos malo que lo solucionen.
Por un lado es perfecto que los fabricantes saquen actualizaciones constantes que corrijan fallos o que incluso implementen nuevas funcionalidades. Pero la cuestión es, ¿deberían avisar de los fallos que se están trabajando en solucionar? ¿Qué opinas sobre esto?