Podemos planificar un viaje a través del móvil, realizar la compra, guardamos todo tipo de archivos confidenciales en la nube e incluso podemos realizar transferencias a través del smartphone. Prácticamente todos los rincones de nuestra vida se han visto revolucionados por un pequeño cachivache que llevamos en el bolsillo. ¿Todos? No. Cada cuatro años todavía nos tenemos que poner los zapatos en domingo, salir a la calle y meter un cacho de papel en una caja de metacrilato. Básicamente, las personas que elijan al próximo presidente (o presidenta) de Estados Unidos el próximo 8 de noviembre de 2016 lo harán igual que los que escogieron a Lincoln el 6 de noviembre de 1860. En pleno siglo XXI ¿Por qué no podemos votar desde el móvil?
Cada vez que se celebran unas elecciones se suele destacar el dato de la abstención y afirmar que es una muestra más de la desafección de la sociedad con la política y otras conclusiones similares. En realidad, en España tenemos una tasa de participación bastante elevada, siempre cercana o superando el 70% de participación desde la restauración de la democracia en nuestro país.
Fomentar la participación, el gran reto de la democracia
Pero es cierto que este dato se reduce a las elecciones generales. En las elecciones al Parlamento de Cataluña de 2012, una de las convocatorias que más ha dado que hablar por el giro soberanista de CiU y que debía marcar el futuro proceso independentista, la participación fue del 66,53%. En ocasiones anteriores la participación fue todavía más baja, llegando al 54,87% en 1992. En las pasadas elecciones andaluzas la participación fue del 63,94%. Si miramos fuera de España, el panorama es aun peor. Uno de los mayores ineptos jamás votados, George W. Bush, se convirtió en la persona más poderosa del planeta -oficialmente- con sólo el 50,4% de la participación, una cifra habitual en las últimas décadas.
Como concepto, toda democracia que se considere como tal está obligada a facilitar en todo lo posible al ciudadano su participación, como minimísimo en las elecciones. Aunque hay herramientas como el voto por correo, la evolución lógica que sería el voto a través de Internet vía smartphone aún parece muy lejos de llegar. ¿Por qué? La respuesta obvia es la seguridad de los sistemas, pero no es la única ni la más fácil de solucionar.
El intento fallido de Columbia
En 2010 el Distrito de Columbia -Washington para los amigos- preparó un sistema electrónico que permitiría a los militares y ciudadanos que vivían fuera votar e invitó a un grupo de hackers para que tratasen de infiltrarse en el sistema. En sólo 36 horas J. Alex Halderman y sus estudiantes ya tenían los nombres y las contraseñas de 16 dígitos de los 937 votantes que accederían al voto electrónico. Esto les hubiera permitido votar ellos en lugar de los ciudadanos y los responsables tardaron dos días en darse cuenta de la intrusión, un ataque real podría haber pasado completamente desapercibido.
El pasado 9 de noviembre, durante el proceso participativo en el que había convertido el referéndum por la independencia de Cataluña, la Generalitat sufrió el peor ataque de su historia. Esto ocurrió en una votación sin valor legal real y en el que no se podía votar de forma informática, pero el ejemplo sirve para poner en perspectiva a qué se tendría que enfrentar la seguridad en caso de que realmente se fuese a definir el futuro inmediato de un país.
Podemos es uno de los partidos que -más allá de la opinión que cada uno pueda tener de él- más está apostando por las nuevas tecnologías para fomentar la participación y usó el voto electrónico en la elección de sus líderes usando el software de Agora Voting. Los resultados fueron lo suficientemente contundentes para eliminar dudas sobre su legitimidad, sin embargo Ricardo Galli apuntaba en su blog los graves problemas de seguridad que tenía su sistema. Y estamos hablando de las elecciones internas de un partido, todas estas dificultades hay que multiplicarlas por el tamaño y la importancia que pueden tener unas elecciones.
Garantizar el anonimato, otro gran reto del voto electrónico
Sin embargo, la seguridad no es el principal reto al que se tiene que enfrentar un sistema de voto electrónico. Uno de los pilares fundamentales de la democracia es que el voto sea libre, y eso implica en muchos casos que también debe ser secreto para garantizar la seguridad de los votantes de ciertas opciones en lugares donde la libertad no es la que todos desearíamos. Una vez has soltado la papeleta dentro de la urna, es prácticamente imposible de saber a quién pertenece (quizá con un análisis de ADN, pero admitiremos las serias complicaciones de llevarlo a cabo).
En cambio, todo movimiento informático deja un rastro, más o menos fácil de seguir pero rastro al fin y al cabo. Este factor es una de las principales razones por las que podemos realizar transferencias desde el teléfono y no votar: cuando enviamos todos nuestros millones de euros a otra cuenta nadie nos tiene que garantizar nuestro anonimato, cuando votamos, sí.
Y hay otro gran obstáculo que deben superar es la percepción social. En los últimos años una serie de escándalos han dejado muy mermada la imagen de nuestra seguridad y privacidad informática en el imaginario colectivo. Desde el espionaje masivo realizado por la NSA hasta la filtración de fotografías muy privadas de famosas han generado un estado general de incomodidad ante nuestra vulnerabilidad informática.
Los escándalos recientes ponen en duda la seguridad informática
Uno de los pilares de la democracia es la legitimidad de la elección. Barack Obama ganó las elecciones presidenciales de 2008 con un 7,2% más de votos que su rival John McCaine, logrando la confianza de casi 10 millones más de personas que su rival. Una victoria bastante amplia, y aun así se vio obligado a mostrar al público su partida de nacimiento ante las afirmaciones de cierto sector del partido Republicano de que no había nacido en Estados Unidos. La política es un pantano donde las mentiras apoyadas en medias verdades son el plato más ligero que te vas a encontrar ¿qué podría hacer una oposición irresponsable si poner en duda la legitimidad de un presidente fuese tan fácil como remover un poco una idea tan asentada en nuestra sociedad? ¿tendría capacidad para gobernar bien un país un alguien cuya legitimidad estuviera puesta en constante duda?
El smartphone ya ha tenido un grandísimo impacto en la manera de hacer política, pero parece todavía lejos el momento en el que vaya a ser partícipe, al menos de forma directa, de la forma en la que elegimos a nuestros inútiles gobernantes. El sistema de recuento actual -a mano, con interventores de cada partido supervisándolo- ya resulta un tanto opaco para la mayoría de la población, que meten la papeleta y luego por la tele les dicen, mágicamente, el resultado. Si este recuento tuviera lugar en los circuitos de una computadora, el resultado sería un sistema más opaco aún para un gran sector de la población que no podría entender realmente su funcionamiento.
¿Quiere esto decir que la electrónica no puede ayudar a agilizar unas elecciones? En absoluto, pero por ahora la mejor opción es que el voto final sea físico. En 2011 el Estado de Oregón permitió a 89 personas con discapacidad rellenar sus votos usando una tableta, aunque luego su voto fue impreso de forma física. Este sistema se podría extender, de forma que el votante rellenase la papeleta a su gusto en su smartphone o tablet, la imprimiese en casa o en el colegio electoral y luego la depositase en la urna. Esto, además, facilitaría tremendamente la adaptación de las listas abiertas más allá del Senado, algo que situación democrática actual pide a gritos. Es evidente que, vistos los eventos de los últimos años, la política necesita una mayor participación de la ciudadanía que hasta ahora, un mayor control del poder y eso implica fomentar una mayor participación en las elecciones. Pero parece que, de momento, nuestros Android no nos van a ayudar en eso.
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