Poco después de la popularización de Internet comenzaron a surgir una serie de servicios gratuitos para el usuario que han dibujado la red de hoy en día, con servicios como Gmail, Facebook, Outlook o Twitter que no le cuestan un euro al consumidor. Uno puede pensar que esta gente es muy amable y lo hace todo por el bien común, o más bien que en realidad nosotros no somos sus clientes, sino que somos el producto.
El uso que los gigantes de Internet hacen de nuestros datos es uno de los temas que más ha dado que hablar en los últimos años. En caso de que exista algún astronauta que ha estado explorando el espacio intergaláctico y acabe de regresar a la Tierra sin tener mucha idea de qué estamos hablando, básicamente estas compañías ofrecen servicios gratuitos -algunos realmente sobresalientes como Gmail- de forma que logran acceso a todo tipo de datos del usuario, y no sólo gracias a nuestra actividad en ellos gracias a las cookies.
Hay que decir, que la recolección y venta de datos de los clientes es algo más viejo que el pan, por poner un ejemplo, las tarjetas cliente de los supermercados hace años que ofrecen ventajas a cambio de rellenar un pequeño formulario. Gracias a ello, los comercios pueden relacionar nuestros patrones de compra con un nombre y unos datos bancarios. Pero la gran pregunta es ¿merece la pena pagar servicios con datos en vez de con dinero? Para aligerar la redacción y lectura del artículo, a partir de ahora nos referiremos como gratuitos a todos aquellos servicios que no se paguen con dinero, aunque se paguen de otra forma y su gratuidad sea más que dudosa.
Una forma de operar opaca
Gmail, por ejemplo, es una herramienta fundamental para mucha gente y seguramente uno de los mejores clientes de correo electrónico que se pueda encontrar. Muchos llevamos usándolo de forma diaria y gratuita durante una década, por lo que es fácil deducir que el ahorro económico gracias a este tipo de modelo de negocio es importante para el usuario. Tomando como referencia los 4€ mensuales que vale Google Apps for Work, un usuario que use Gmail desde 2005 puede haber ahorrado unos 480€.
El problema viene porque, principalmente, no sabemos exactamente qué tipo de datos vende cada compañía, ni hasta que punto es algo detallado, cada empresa opera de forma distinta y opaca. En teoría lo que empresas como Google o Facebook venden son datos generales sobre los usuarios, sobre sus intereses, de forma que los anunciantes puedan dirigir mejor su publicidad, y en ningún momento ofrece datos que puedan vincular directamente al usuario con nombre y apellido.
El usuario en ningún momento tiene ya no control, ni siquiera conocimiento exacto de qué datos suyos se están vendiendo. Tal vez si hubiera más transparencia en este sentido muchos usuarios podrían sentirse más cómodos al compartir cierta información. Pero ahora mismo hay que realizar un acto de fe y creer que los datos que se ofrecen no van más allá y, sobre todo, que en el futuro no vaya a cambiar y se vendan también datos concretos.
En este marco en el que las empresas empiezan a vender y comprar información sobre los usuarios, ha aparecido una nueva profesión: los data brokers, o corredores de información, que se dedican a recopilar todo tipo de datos y luego venderlos, como si fueran acciones de bolsa, y que en en algunos casos han llegado a vender listas de personas que han sido violadas, alcohilicos o personas con disfunción eréctil.
Un futuro incierto
El correo electrónico se ha convertido en un pilar de nuestras vidas, en donde recibimos todo tipo de información, desde molesto spam hasta datos médicos. Si algún día una empresa decide vender los datos médicos de un usuario con una enfermedad crónica esto más tarde le podría impedir conseguir un trabajo o contratar algunos seguros.
Además, si en algún momento la gente se acostumbra y acepta pagar con datos -aunque sea de carácter general- ciertos servicios, eso puede servir para abrir la puerta a la aceptación de ir un paso más allá y vender datos concretos como formas de contacto, localización o quién sabe qué, y eso es quedarse tremendamente cerca de 1984.
Tal vez en el futuro la gente vea normal y acepte que las corporaciones puedan comprar y vender todo tipo de datos personales. De hecho eso ha ocurrido siempre, pero en la era del smartphone, un dispositivo que llevamos permanentemente con nosotros y que recopila todo tipo de información, lograr datos más íntimos es cada vez más fácil, y el punto al que se puede llegar tiene un punto siniestro.