Relatos androides: Manifestación por la libertad de Telegram

Relatos androides: Manifestación por la libertad de Telegram

El Androide Libre

Relatos androides: Manifestación por la libertad de Telegram

Todo preparado para la manifestación a favor de Telegram. Asistentes, movilización... Pero no, algo falla. ¿Qué será? Relatos androides.

8 mayo, 2016 20:09

Todos tenemos más de una historia peculiar relacionada en mayor o menor medida con un teléfono móvil. Situaciones divertidas, curiosas, algunas en las que hemos pasado bastante miedo… Siempre apetece contarlas y entretenerse con su escucha, por más que en algunas haya más ficción que realidad. Pues bien: en El Androide Libre también apostaremos por las historias sobre móviles.

Ésta es una sección donde traeremos un relato que guarda relación con la telefonía móvil, tanto da que sea un smartphone el protagonista como el uso de una aplicación. Actualidad, humor, relaciones entre personas, curiosidades… Relatos cortos para leer en unos minutos con un estilo que se aleja de una simple noticia u opinión. ¿Qué os parece la idea? Esperamos que esta sección de relatos os parezca tan divertida como a nosotros nos ha resultado crearla.

Manifestación por la libertad de Telegram

—¿Habéis traído las pancartas?

La pregunta se ahogó en el murmullo de la calle como el Titanic acabó engullido por el océano. Impotente, sin encontrar respuesta a pesar de suplicarla a los cuatro vientos.

—Por favor, decidme que cada uno ha traído su pancarta.

Como bien sabía Martín, una manifestación sin pancartas era igual de inútil que un coche sin volante. Y si subirse a ese coche y pretender conducirlo sería de idiotas, ¿darían ellos esa misma impresión al lanzar las proclamas sin apoyo visual? Después de tantos preparativos, tras el número de días casi indecente planificando cada detalle, cada metro de calzada que cortarían para recorrerla a pie clamando por la libertad de Telegram, después de las noches de insomnio que ahora le golpeaban el cerebro con el mazo forjado por el agotamiento, entonces, justo en ese momento, el esfuerzo se convertía en polvo inútil dispuesto a esparcirse en el olvido.

—Sois idiotas —dijo Martín sacando su teléfono del bolsillo para desbloquearlo y abrir su Telegram. Ningún mensaje nuevo—. Todos. Sois idiotas perdidos.
—Somos.

Sois idiotas. Todos. Sois idiotas perdidos.

Una voz discordante emergió entre el grupo de veintitrés personas atrayendo hacia sí todas las miradas, incluida la de Martín. Aguardaron a que los labios de Juan, conocido por todos como «el notas», se despegaran de nuevo para completar el reproche. Fiel a su apodo, «el notas» habló.

—Te recuerdo que eras tú quien se encargaba de la movilización. Y que dijiste que, de necesitar algo, lo dirías en el grupo para que todos lo supiéramos.
—Cierto.
—¿Lo hiciste?

Cuarenta y cuatro ojos se clavaron en Martín igual que las agujas de un acupuntor perforan el cuerpo del paciente, aunque con la intención de herir más que de sanar. Martín retrocedió un paso poniendo el pie en la calzada que debía estar cortada desde hacía diez minutos, tragó saliva sin encontrar la suficiente para lubricar la garganta y habló.

—Sabéis que me he desvivido por la causa y por esta manifestación —nadie negó el hecho, Martín era conocido en Internet como el mayor defensor de la aplicación de mensajería Telegram—, que hice cuanto pude por llevarla a cabo de la mejor manera posible. Los preparativos se mantuvieron en orden, según lo previsto, a pesar de que a mí me faltaban horas incluso para descansar. De hecho, hasta mi mujer me amenazó con el divorcio sólo porque yo no veía más allá de la causa: defender a Telegram de las agresiones que está sufriendo desde los medios de comunicación y conseguir que lo conozca todo el mundo aunque sea por la fuerza.

Conseguiré que lo conozca todo el mundo aunque sea por la fuerza.

Martín observó a su audiencia. Se mostraba impresionada, aunque expectante.

—Telegram me dio fuerzas para seguir luchando por algo: una vez la instalé supe que mi vida debía centrarse en dar a conocer la palabra de Durov, nuestro señor y guía. Me he desvivido en Internet por promocionarla, por defenderla de los ataques sufridos por aquellos que prefieren WhatsApp sólo porque en ella está todo el mundo, he comentado a su favor hasta borrar las letras del teclado e, incluso, creé la primera comunidad en español dedicada a la promoción de Telegram. El resto también lo sabéis: promoví la manifestación desde esa comunidad llevando a cabo los preparativos necesarios.
—Menos avisarnos de lo que debíamos traer antes de venir.

Un coro de murmullos arropó el arrojo de Juan «el notas». Nadie sabía si por simple empatía, porque estaban de acuerdo con el alegato, porque preferían apoyar al más débil o, simplemente, porque así eximían su propia culpa de cara a la responsabilidad por el fracaso.

—Un simple despiste que tiene su explicación.

Martín comenzó a sudar. Veintidós contra uno, la cifra no le daba muchas garantías de producirse un enfrentamiento. Tampoco tenía por qué haberlo, eran gente pacífica, al menos si no estaban escondidos tras el teclado y una pantalla. Pero siempre había eso, un pero.

Veintidós contra uno, Martín estaba en desventaja.

—Ayer por la noche estaba en mi casa repasando cada detalle del plan. Comprobé que el camino por el que iría la manifestación no estuviese ya cortado por algún acto, borré de la lista las bajas de última hora, añadí a Juanjo y a Pedro —éstos levantaron la mano como si el profesor estuviese pasando lista—, me aseguré de que el traspaso desde PayPal con las donaciones ya estuviese abonado en mi cuenta para así pagar las cañas de después…
—¡Eso! —Exclamó el tal Pedro sobresaltando al resto—. ¡Vayámonos de cañas!
—Todo a su tiempo —continuó Martín—. El caso es que creía que estaba todo listo, pero caí en la cuenta de que no habíamos confirmado las pancartas. El lema ya estaba decidido: «WhatsApp no vale un duro, Telegram…».
—¡ES MÁS SEGURO! —Gritaron todos a coro.
—Exactamente, estaba más que hablado. Por lo que imaginé que, además de memorizarlo, traeríais el mensaje escrito en pancartas.
—Yo no leí nada de las pancartas —dijo uno.
—Yo tampoco —comentó otro.
—Si os digo la verdad, yo sólo vengo por las cañas —confesó Pedro.
—Eso, vayámonos de cañas.
—¡Con unas bravas!
—¡Y calamares, muchos calamares!

¡Vayámonos de cañas! ¡Con unas bravas! ¡Y calamares, muchos calamares!

Una vez iniciada la cadena de comentarios, el objetivo de la manifestación se diluía con la misma rapidez que la propia manifestación. Martín no estaba dispuesto a que eso ocurriese.

—¡Esperad! —Todos callaron—. ¡Tenemos que defender a nuestro Telegram, dar a conocer sus ventajas, lo seguro que es, que siempre está a punto para enviar un mensaje!
—¿Y por qué no lo enviaste anoche diciendo lo de las pancartas? —Juan devolvió la atención a la excusa de Martín, aún desconocida—. Porque en el grupo no hay nada.
—Es que… —Las palabras se resistían a salir, como si supieran que en el exterior las estaban esperando para pasar ante el verdugo—. Ayer por la noche se cayó Telegram y no pude enviaros el aviso.

El murmullo subía de tono, Martín apreciaba la pérdida de confianza en su más que querido Telegram.

—¡Esperad! Sí, Telegram también se cae. Y puede que no sea seguro por completo —Martín conseguía el efecto contrario al que deseaba, la decepción y el enfado se percibían en los rostros, todos pintados de azul—. Pero siempre será muchísimo mejor que WhatsApp.
—Si hubieras enviado el mensaje por WhatsApp ahora todos tendríamos nuestras pancartas.

Silencio. Los veintiuno miraron primero a Juan y luego a Martín, a Juan y a Martín, como si asistieran a un partido de tenis donde ambos contrincantes debían decidir la victoria sin tener más pelotas que disputarse. Y, dado que no tenía más pelotas, en todos los sentidos de la metáfora, Martín decidió claudicar dando por perdida la manifestación.

—Conozco un bar a unas manzanas de aquí que hacen unas bravas de morirse. Invito yo.

¿Qué os ha parecido la idea de que publiquemos relatos en El Android Libre? Opinad, deseamos saber lo que pensáis.