Hoy en el vagón del metro o en el autobús se mezclan sonidos. El silbido de Samsung, el xilófono de Apple y las distintas canciones favoritas de cada usuario. Pero hace no tanto la atmósfera sonora era muy distinta. Al abrir una revista, cada dos páginas te encontrabas un anuncio de politonos. Había para todos los gustos, desde el éxito del momento, hasta música clásica, pasando por la música de friki del anime de turno.
En los programas de televisión, sobre todo en esos magacines interminables de la mañana y de media tarde, los presentadores hacían levantarse al público y bailar al ritmo del politono que querían vender al espectador. Unos bailes en el que lo más animado era la cara de desgana con la que se realizaban.
Politonos: un negocio que alcanzaba los 700 millones anuales
Lo cierto es que tras aquellos mensajes al 5555 o al 7777 se escondía un negocio enorme que sólo en España llegó a facturar alrededor de 700 millones al año, suponiendo un 39% del contenido para móviles en 2009. Pero luego llegarían los tonos reales, las transferencias por bluetooth y todo el chiringuito se esfumó de un plumazo.
El gran éxito del politono se debió a que era una de las primeras opciones que ofrecían personalizar un teléfono. Era una época en la que predominaban las pantallas verdes en las que no podías cambiar el fondo de pantalla. El politono realmente no tenía ninguna utilidad, pero molaba.
Un finlandés, el padre de la criatura
Como en tantas otras cosas, Nokia fue el pionero, reservando un pequeño espacio de 160 bytes para descargar melodías en formato MIDI, el mismo que usaban los videojuegos en los años 80 y 90. El primer compositor de tonos, Harmonium, fue creado por el finlandés Vesa-Matti Paananen después de darse cuenta durante una resaca que él quería que sonase Jump de Van Halen y no el famoso Nokia Tune.
Crearon el primer sistema de envío de politonos. Su editor guardaba todas las melodías en un biblioteca virtual conectada al un centro de SMS. Cuando un cliente enviaba un mensaje con un código determinado, este le devolvía el sonido que solicitaba, cargando el coste a su factura telefónica.
En aquel momento muchos dudaban de que fuera una idea, y de que nadie fuera a querer pagar por una cancioncita. Las asociaciones de músicos y de derechos de autor ni siquiera tenían estipulado cuanto querían cobrar por esos 160 bytes -finalmente fueron 15 céntimos-. El resto es historia y muchísimo, pero muchísimo, dinero. En España, Movilisto, Jamba o Club Zed fueron los principales actores de este fenómeno.
Un negocio opaco
Cuando avanzó la tecnología -antes de la proliferación de los smartphones- los usuarios pudieron empezar a pasar sus MP3 por Bluetooth a sus teléfonos, o descargarlos directamente de la red, sin enviar SMS, sin pagar ni un céntimo. Era el fin de la fiesta.
Los politonos siempre fueron un negocio muy opaco, con el cobro siempre diluido en la factura telefónica. Según la Comisión Europea, todos los sitios web que ofrecían politonos y fondos de pantalla no cumplían la normativa europea de protección de consumidores, ya que escondían el precio real de cada mensaje y ofreciendo publicidad engañosa.
Todavía vivos
Hoy los politonos han sido barridos del mapa ¿barridos? ¡No! Quizá sí en mercados occidentales, pero aún quedan muchas zonas del mundo donde esta tecnología sigue viva. Por ejemplo, en la India, donde todavía resisten las webs que ofrecen politonos con los últimos éxitos de Bollywood.
Quizá fuera algo sin utilidad real, y un negocio algo brumoso, pero no cabe duda que los politonos son parte de la historia de la telefonía móvil, quizá uno de los primeros fenómenos sociales asociados a estos dispositivos. Allá donde estés, descansa en paz, «5555».