Tras el relato de la semana pasada con el que inicié el rincón literario en El Androide Libre, toca darle una segunda mano con una historia muy diferente. La idea es abarcar la mayor parte de temáticas, estilos y formatos posible, por lo que experimentaré con ellos tratando de sorprender con cada propuesta. Con la de hoy seguro que, al menos, echáis alguna sonrisa.
¿Os han llamado alguna vez ofreciendo un cambio de compañía telefónica? Típico: suena el teléfono, no reconocéis el número, descolgáis y, acto seguido, tratan de venderos los servicios de una nueva operadora en base a un mejor precio, mayores ventajas o, como ocurre en el relato, insisten en el cambio a base de resultar pesados hasta casi la extenuación. Seguid leyendo, os sonará la situación. Aunque espero que no demasiado…
No me llames más
*RRRIIIIINNNGGG…*
—¿Diga?
—¡Hola! Mi nombre es Gwendolín Sánchez, le llamo de parte de la operadora Alcanfore. ¿Tiene usted unos segundos para dedicarme?
—¿Eh?
—Que si tiene un par de minutos para hablar conmigo.
—¿Quién eres tú?
—Gwendolín, Gwendolín Sánchez. Trabajo orgullosamente en la operadora móvil Alcanfore. Y le he llamado para demostrarle en cinco minutos que todo lo que está pagando por su móvil es dema…
—Oye, lo siento, tengo que colgar.
—¡No me cuelgue, se está haciendo un flaco favor a usted mismo!
—Al contrario, habré ganado cinco minutos porque no los perderé contigo.
—No, señor, diez minutos: le aseguro que serán los diez minutos más productivos de su vida. Alcanfore le garantiza un precio mínimo para las llamadas de tan sólo diez céntimos, ofreciéndole tres gigas de datos y un jamón de pata negra cada semestre por sólo…
*TUT, TUT, TUT…*
*RRRIIIIINNNGGG…*
—¿Diga?
—Lo siento, señor, parece que se cortó la comunicación. ¿Ve como tiene que cambiarse de compañía? Esto con Alcanfore nunca le hubiese ocurri…
—A ver, señorita…
—Señora, si no le importa. Soy la orgullosa mujer del señor Kevin Sánchez.
—Madre mía, lo que tendrá que aguantar.
—No es el momento de hablar de mi vida privada, señor: en los siguientes quince minutos tengo que descubrirle las maravillas de Alcanfore, la operadora móvil que huele fuerte porque es fuerte. Como le decía antes, cada seis meses recibirá un fantástico jamón de pata negra con nuestros mejores deseos y…
—A ver, señora.
—Esposa del señor Kevin Sánchez, exacto.
—A ver, señora de Kevin: no voy a cambiarme de compañía ni aunque me lo pida de rodillas el mismísimo Papa Francisco.
—Va a ser difícil: que yo sepa, el Papa no trabaja con nosotros.
—Vale. Ahora no sé si te ríes de mí o es que no pillas el sarcasmo, pero por favor, deja de llamarme.
—Señor, en Alcanfore no entendemos de sarcasmos, sólo de clientes satisfechos.
—¿Satisfechos? ¡Y una mierda!
*TUT, TUT, TUT…*
*RRRIIIIINNNGGG…*
*RRRIIIIINNNGGG…*
*RRRIIIIINNNGGG…*
—¡Déjame en paz!
—Señor ¿podría decirme su nombre para dirigirme a usted?
—¡Vete al cuerno!
—Qué nombre más extraño le pusieron sus padres, señor Vetealcuerno.
—Te estás quedando conmigo, ¿verdad?
—Sí, señor: queremos que usted se quede en Alcanfore, la compañía móvil que responde a sus necesidades siempre y cuando no nos pida dinero. Si me entrega veinte minutos de su tiempo podré convencerle de que…
—No vas a dejarme en paz, ¿a que no?
—Para nuestros clientes, la paz es recibir la factura a fin de mes con mucho menos dinero por su línea de lo que esperaban.
—¡Que no quiero cambiar de compañía!
—Señor Vetealcuerno, si quiere quedarse en…
—Rodrigo, me llamo Rodrigo.
—Encantado de conocerle, señor Rodrigo. Es todo un placer.
—Ojalá pudiera decir lo mismo…
—Como le decía, señor Rodrigo, deseo dejarle en paz gracias a las inmejorables condiciones que posee Alcanfore, la única compañía móvil que hace las cosas bien por recomendación de su abogado. En la próxima media hora pienso dedicarme a hacer de usted un cliente satisfecho con su operadora porque le cobra lo que se merece, le hace regalos sin venir a cuento y, sobre todo, porque Alcanfore le brinda la mejor cobertura a este lado de Mordor. Alegre, joven, fresca…
—No vas a parar hasta que te escuche completamente, ¿verdad?
—… Dinámica, amable, simpática con sus amigos, promete cosas que puede cumplir, felicita a sus clientes todos y cada uno de sus no cumpleaños, envía las facturas con un ligero perfume a jazmín, es amiga de sus amigos…
—Señora Gwendolín Sánchez, ya me ha quedado claro.
—Espere, señor Rodrigo: que aún me quedan diez minutos de los cuarenta.
—Mira, te voy a ser sincero: me importa una mierda lo que pueda ofrecerme tu dichosa Alcanfore.
—Señor Rodrigo, le agradecería que no fuese tan malhablado: estamos grabando esta conversación y no deseo que entre en nuestra compañía dejando un registro tan vulgar.
—¿Cómo que estáis grabando la llamada?
—Pues eso mismo, señor Rodrigo: grabamos todas las conversaciones para mejorar al máximo nuestro servicio de comunicación con el cliente.
—Pero yo no soy cliente.
—Todavía, señor Rodrigo, todavía, me he propuesto descubrirle las mieles de nuestra operadora móvil. Y como me llamo Gwendolín que pienso conseguirlo, aunque tenga que acudir personalmente a su casa para convencerle.
—Pues mira, ya tienes algo que hacer. ¡No me llames más!
*TUT, TUT, TUT…*
…
*TOC, TOC, TOC*
—¿Señor Rodrigo?
*TOC, TOC, TOC*
—¿Señor Rodrigo?
*TOC, TOC, TOC*
—¿Señor Rodrigo?
—¿¡Pero qué haces en mi casa!?
—Ya le dije, señor Rodrigo, que acudiría a su casa si hacía falta.
—¿¡Pero…!?
—Esto ha de quedar entre nosotros, señor Rodrigo: mi marido es un poco celoso. Y no me gustaría que le volvieran a juzgar por homicidio: con tres veces hemos tenido suficiente en la familia.
—…
—Mire, le traigo toda la documentación: sólo tiene que plantarme una firma al final del documento y ya será un feliz cliente de la operadora móvil de moda: Alcanfore. ¿Tiene bolígrafo?
—No, no…
—No se preocupe, que yo guardo uno en el bolso. A ver… Uy, no: esto es un cuchillo.
—…
—Mire, ya he encontrado el bolígrafo, uno de Alcanfore. Como detalle de nuevo cliente, se lo regalo en cuanto firme. Pero no se crea que lo mejor de ser cliente es el bolígrafo, qué va: son las excepcionales condiciones que disfrutan las decenas de personas que, como usted hará ahora, han firmado por una compañía móvil líder que hace de ese liderazgo el mejor regalo para sus accionistas.
—Pero… No le he dicho que vaya a firmar.
—¿Me ha hecho venir hasta aquí para que ahora, después de todo mi esfuerzo abriéndole los ojos, después del desplazamiento, ignore a su futura compañía móvil, y a mí misma, Gwendolín Sánchez, negándonos su firma y aceptación de las draconianas condiciones de ser cliente de la fastuosa operadora Alcanfore?
—Me gustaría decirte que has sido muy amable, pero…
—¿Está insinuando que no le he tratado con respeto y amabilidad? Tengo toda la conversación grabada, puedo demostrarle que mi atención ha sido exquisita en todo momento.
—No estarás grabando también esto…
—Por supuesto, señor Rodrigo: en Alcanfore nos tomamos muy en serio nuestros contratos. Mire, llevo la grabadora bajo la blusa.
—¡Tápate! ¡Que mi mujer está dentro!
—Y yo tengo a mi marido abajo, esperando en el coche. Le muestro la grabadora como prueba de que en Alcanfore somos totalmente transparentes. Incluso limpiamos los cristales de la oficina tres veces por semana.
—Por favor, márchate de mi casa. Y borra mi número de teléfono de vuestra base de datos: no voy a cambiarme de compañía.
—Pero señor Rodrigo…
—Además, si me cambiase, la última compañía que elegiría sería la vuestra.
—Espere, que apago la grabadora.
—¡Por favor! ¡Que va a venir alguien!
—Mire: ya ha visto que he sido muy amable con usted.
—Bueno…
—Y le he tratado con respeto.
—Si usted lo dice…
—Pero no quisiera ponerme dura, ¿sabe? Con el último cliente que se puso terco tuve que ser muy persuasiva. Bueno, yo no, mi marido.
—¿Qué está insinuando?
—Estoy muy enamorada de mi marido, es el mejor hombre que una mujer podría desear. Guapo, fuerte, alto, con carisma. Pero un poco bruto, ¿sabe? E incontrolable: en el juzgado le llaman el «rompehuesos». Y se enfada mucho cuando alguien se mete conmigo.
—Pero yo no me he metido contigo.
—Eso él no lo sabe. Y no me gustaría decirle que me ha hecho llorar, ¿entiende?
—Pero si yo no…
—¿Ve? Ahora voy a… Snff… Voy a tener que… que llamarle.
—No llores.
—¿Que no llo… llore? ¡Se ha portado muy… muy mal conmigo!
—Deja el teléfono, no llames a tu marido.
—¿Ya ha entrado en razón?
—Está bien, voy a firmar. Pero largaos tú y tu marido de mi casa. Y no me vuelvas a llamar. ¡Súbete la blusa!
—Ha hecho lo que debía, señor Rodrigo: desde este momento usted va a ahorrar en la factura de su móvil. Y en la del médico, se lo aseguro.