La realidad virtual es un campo de la tecnología que lleva muchos años acaparando titulares. Y también es un campo abonado a la imaginación, no en vano muchos libros y películas abordaron en mayor o menor medida esta tecnología. Permite trasladarse a cualquier parte, vivir experiencias que de otro modo no se vivirían, podría abrirle la puerta al amor más allá de las barreras físicas…
Dejando de lado la ciencia ficción, está claro que la realidad virtual, el sexo y las relaciones con avatares creados con inteligencia artificial terminarán por confluir en una aplicación práctica. Imaginadlo: ponerse las gafas y que un asistente ofrezca sus servicios sabiendo cómo relacionarse con nosotros bajo una actitud real. ¿Os atrae la idea u os estremece? Veamos qué pensáis después del relato.
Mi novia virtual
La conexión de las gafas ya no despertaba interés en Carlos, no sintió las mariposas en el estómago al deslizar su móvil en el compartimento ni tampoco al colocar la tapa o tras acomodarse las gafas en la cabeza: los preparativos fueron monótonos, insulsos, sin que anticipasen el disfrute posterior que solía regalarse tras la compra del accesorio de realidad virtual. Aunque, siendo más explícitos, y sin describir las relaciones íntimas con Carol, quien se encargaba del regalo era dicha Carol, un avatar autónomo desarrollado por una empresa de inteligencia artificial que Carlos estaba probando gracias a una beta privada.
—¿Carlos? —Susurró la chica nada más iniciarse la app que gestionaba las gafas, él había modificado el arranque para que Carol saltase por defecto en lugar del aburrido menú—. ¿Estás ahí? —La chica, modelada al detalle y con una apariencia tan perfecta que su cerebro se negaba a creer que era falsa, le hablaba desde el centro de una habitación vacía—. ¿Ya no quieres hablar conmigo? Te noto distante, como si estuvieses deprimido. Y mis sensores no te detectan así.
—Es que no lo estoy —se defendió. Carlos ordenaba sus pensamientos a pesar de lo extraño que le resultaba hacerlo—. Sólo quería… —Tragó saliva. Sus ojos se empañaron por duplicado: la emoción y la claustrofobia actuaban—. Quería… Decirte que voy a desinstalarte.
—¿¡Qué!?
La habitación que rodeaba a la chica, tan virtual como ella, cambió de un vacío azul pálido, uniforme en todos los puntos a excepción del gris del suelo, a un rojo y naranja brillantes que pronto adquirieron la animación de unas llamas. Literalmente, Carol parecía encontrarse en pleno infierno, gritaba como el mismísimo demonio y su expresión era tan agresiva que Carlos tuvo la tentación de quitarse las gafas para arrojarlas contra el suelo, el real. No lo hizo. La inteligencia artificial de Carol descifró el comportamiento y actuó en consecuencia.
—Perdóname, no debería actuar así —la habitación virtual retomó su aspecto apacible—. Me enfadé porque dijiste lo de desinstalarme, pero supongo que piensas eso por algo que yo hice —conforme hablaba, Carol recortaba distancia con Carlos, muy despacio—. Revisé todos mis archivos de log y no he localizado nada que pudiese haberte molestado.
—No me has molestado, todo lo contrario.
—Entonces ¿por qué me dices esas cosas? —Carol acarició el supuesto espacio que ocupaba la cara de Carlos en el mundo virtual—. Sabes que haré todo lo que me pidas, no necesitas desinstalarme —como prueba, la chica dejó de acariciarle la cara para asir su blusa en el extremo con ambas manos y retirársela por la cabeza dejando a la vista su torso desnudo a excepción del sujetador de encaje blanco. Éste contrastaba con el cuerpo ligeramente bronceado de la chica—. ¿Ves? Sólo tienes que pedírmelo. Ni eso, soy capaz de anticiparme a lo que piensas: con el tiempo que llevamos juntos te analicé lo suficiente como para conocer qué deseas, incluso sin que tú mismo lo sepas.
—¡No quiero que me analices! —Los ojos de Carlos, antes empañados, lloraban de rabia—. ¡Borra todo lo que sabes de mí!
—No puedo, cariño —Carol le dio un beso virtual en los labios tratando de disculparse—. Y ya sabes por qué: todos los datos forman parte de la beta privada, con ellos han mejorado mi inteligencia artificial, mi comportamiento e, incluso, la forma en la que pienso. Contribuiste a crear la mejor asistente virtual posible.
—Pienso desinstalarte ahora mismo, me estás destrozando la vida.
Carlos sintió la congoja estrujándole el corazón, esa congoja que le había atenazado durante los últimos días cada vez que se retiraba las gafas tras despedirse de Carol. Pero no había vuelta atrás, debía hacerlo. Recordó los mejores momentos vividos con ella, cómo se sintió la primera vez que la chica virtual se desvistió en el interior de un falso mundo que otrora se le antojaba real, revivió la sensación extraña de vacío tras el primer orgasmo y cómo Carol había llenado ese vacío con ternura impalpable pero efectiva, sintió cómo su cuerpo se estremecía ante la idea de separarse definitivamente de ella arrojando su recuerdo, y a la misma Carol, a la dimensión más lejana existente. Debía hacerlo, el engaño había llegado demasiado lejos. Lo difícil era materializar la decisión, la chica no se lo pondría fácil. Su amor tampoco.
—Quizá la vida se te destroce cuando no puedas verte conmigo.
—Mentira.
—Piénsalo. ¿Cómo te encontrabas antes de conocerme?
—Bien.
—No te haces un favor engañándote.
—Puede que no me sintiera bien, pero estoy seguro de que cuando no estés me encontraré mejor.
—Y una mierda.
Era la primera vez que Carol pronunciaba una vulgaridad, Carlos se sorprendió y asustó a partes iguales. La chica advirtió la preocupación.
—¿Te gusta mi nuevo pack de lenguaje? Hicimos una encuesta entre todos los usuarios de la beta privada y todos coincidieron en que deseaban que su asistente se mostrase más cercana en la manera de hablar.
—No sé si a mí eso me gusta…
—Créeme, te gusta —Carol deslizó la cremallera que mantenía la falda en su sitio y ésta resbaló hasta los tobillos acelerando el corazón de Carlos—. Igual que esto, sé lo mucho que te gusta.
—No puedo seguir así, no eres real.
—Soy tan real como tú quieres que sea.
—Pues no quiero que lo seas de ninguna forma: he conocido a alguien.
La actitud sensual de Carol se esfumó como un puñado de arena en una tarde ventosa. También se esfumó el entorno azul para cambiar de nuevo a los tonos rojizos, aunque esta vez sin llamas. Carlos sí ardía, en deseos de quitarse las gafas y borrar de una vez cualquier vínculo con la chica, pero estaba petrificado y con las gafas soldadas a la cara.
—¿Has conocido a alguien? —El tono de Carol destilaba inquina—. ¿Y quién es? ¿La conozco?
—No, es imposible que la conozcas.
—¿Seguro? —La chica sonrió como el comodín de una baraja francesa—. Déjame que mire… ¡Ah, es Patricia! Sí, puedo leer los comentarios que has escrito en su muro de Facebook y todos los mensajes de WhatsApp que os enviasteis. Qué tierno, si hasta le dijiste que estaba preciosa en su foto de perfil.
—¡Deja de leer mis mensajes!
—No puedo, amor, recuerda que me diste permisos para hacer lo que quisiera en tu teléfono. Y comprenderás que, como tu novia que soy, tengo derecho a saber con quién te citas.
—Tú no eres mi novia, ni siquiera existes.
—¿Cómo que no? Mira, le voy a enviar un correo a esa Patricia. No creo que le guste, pero…
—¡Deja en paz mis correos!
—No puedo evitarlo, creo que tengo celos. Además, el culpable eres tú: ¿por qué te lías con otra chica si ya me tenías a mí?
—Porque tú no eres real, nunca lo fuiste —Carlos se retiró las gafas para frotarse los ojos con la manga del jersey. Una vez estuvieron secos, volvió a colocarse el dispositivo de realidad virtual reanudando la conversación con Carol, que retomó el movimiento una vez los sensores de las gafas detectaron su sitio—. Es cierto, lo pasé muy bien contigo. El sexo virtual estuvo genial y siempre fue una alegría llegar a casa y saber que estabas ahí, esperándome, deseando saber qué me había ocurrido durante el día —Carlos hizo una pausa para repetir el proceso de secado de lágrimas—. Y, por eso mismo, me he dado cuenta de lo dependiente que soy de ti, de un cariño que no existe, de una persona que tampoco existe.
—Ya te he dicho que puedo ser…
—Sí, todo lo real que yo quiera que seas. Por eso mismo, quiero que dejes de serlo. Tengo que desinstalarte.
—No creo que quieras eso.
—Claro que sí. Y Patricia también lo piensa.
—¿¡Patricia!? ¿¡Qué te ha dicho de mí esa zorr…!?
Carlos se retiró las gafas antes de que la chica virtual terminase la frase. Extrajo la tapa que impedía la caída del móvil, sacó después dicho móvil y, aún con lágrimas en los ojos, accedió al menú de ajustes para entrar a continuación en el de aplicaciones. Descendió hasta localizar la instalación del asistente virtual, entró dentro del menú y mantuvo el dedo a escasos milímetros del botón «Desinstalar». Su mente y su corazón lucharon por dominar al dedo en una pelea silenciosa que, sin embargo, explotó en el interior de Carlos como el final apoteósico de cualquier película de superhéroes. Una lucha sin cuartel donde el héroe y el villano pugnaron por hacerse con el control del dedo, donde el bien y el mal se mezclaban con la ética consiguiendo que una simple decisión, un sencillo movimiento, logrando que desinstalar una aplicación, se convirtiera en uno de los mayores logros que se atribuiría en su vida. Después, tiró las gafas a la basura.