En este relato de ficción narramos una situación que quizá hayas sufrido alguna vez: un enfrentamiento porque el móvil de otra persona es mejor que el tuyo. En tono de humor, por supuesto.
-Mi móvil es mejor que el tuyo.
Ya estamos, sabía que tarde o temprano iba a sacar la maldita historia de siempre. Esta vez no ha podido aguantar a los postres, tuvo que soltarlo antes de que pelase el primer langostino. Si no fuese el marido de mi hermana lo abandonaría en un Belén viviente. De pastorcillo y sólo con el zurrón, para que pille una pulmonía y no vuelva a abrir la boca.
-Cómo se nota que no sabes elegir un buen móvil -continuó-, la próxima vez pídeme consejo.
-¿También para elegir camisas?
Lancé mi puñal mirando su camisa. Estampada en un patrón de colores tan incongruente que estoy convencido de que le pagaron para que la comprase. Mi hermana me regañó con la mirada. Mi padre, por contra, asistía divertido al espectáculo desde el extremo de la mesa familiar.
-¿Qué le pasa a mi camisa? -Preguntó ofendido mi cuñado.
-Nada, nada -valoré por unos instantes dejarle tranquilo. Qué narices-. Es la camisa perfecta para jugar a las ilusiones ópticas. Seguro que si la miro durante unos minutos termino viendo elefantes rosas cuando aparte la vista.
-Al menos a mí no me han engañado con el móvil -levantó ostensiblemente la voz. Las conversaciones ajenas se apagaron-. Porque mira que eres pardillo, menuda mierda te has comprado. ¿O te lo regalaron con dos paquetes de cervezas, de esas tan malas que siempre tienes en casa?
A ver si te piensas que voy a sacar las buenas cuando te presentas sin avisar. Que para eso sí sabes, no necesitas a mi hermana para auto invitarte. Tampoco para abrir el armario de los licores, que tuve que ponerle candado.
-¿Y cuánto te has gastado tú? -Repliqué cambiando de estrategia-. Porque no creo que sea barato.
-Claro que no -dijo orgulloso tomando su móvil de la mesa. Como era habitual, lo había dejado bien a la vista-. Esta maravilla de la tecnología me ha costado setecientos euros -observé de reojo a mi hermana. La conozco lo suficiente como para apreciar ese gesto inconfundible de rabia mezclado con venganza y «te mataré en cuanto no nos vea mamá». Por suerte miraba a su marido, que siguió con su monólogo-. Tiene lo más avanzado en móviles. Aunque seguro que no conoces ni la mitad de sus características.
-Ilústrame. Como siempre dices, soy un inculto tecnológico.
-Estaría hasta mañana contando todo lo que hace.
Miré de reojo a mi padre. La idea de tener a su yerno en casa pasada la Nochebuena no pareció agradarle. Nadie más que yo notó su gesto torcido, todos miraban a mi cuñado.
-… cámara de veinte megapíxeles con modo profesional y opción exclusiva para paloselfies, sistema de seguridad para avisar al mayordomo robótico que la marca también tiene en catálogo, realidad virtual holográfica…
-Vaya, sólo falta que te haga unos huevos fritos -reí.
-También los hace si quieres: puedes conectarlo al robot de cocina y preparar miles de recetas.
-Qué bien -miré a mi hermana-, entonces serás tú quien hace la comida en casa.
-No… -El respingo que dio mi cuñado sólo podía obedecer a una patada por debajo de la mesa-. No tenemos el robot compatible.
-¿Y para qué quieres un móvil que hace tantas cosas si luego no te sirven ni la mitad?
El murmullo que se produjo en la mesa indicaba el sonido de la campana marcando el final del asalto. Me imaginé como ese boxeador que mira tambalearse a su adversario tras propinarle un gancho de derechas. No estaba KO, pero el golpe le había dolido. Hasta mi hermana sonreía.
-Verás, no sólo es cuestión de que utilices todas las opciones de un móvil, lo importante es que tengas la posibilidad de usarlas. Te da estatus, categoría…
-Como esa camisa.
Tercer asalto. Corroborando la caída a la lona de mi adversario, la familia al completo estalló en carcajadas. Mi cuñado frunció tanto el ceño que me recordó automáticamente a Blas.
-Mira, paso de ti -reconozco que me dio hasta lástima-. No comprendes la importancia de un móvil, de ahí que compres el primero que veas. Así que, si eres feliz con tu compra, allá tú.
-No te enfades -me disculpé-, que es Nochebuena.
-Si no me enfado -esbozó una sonrisa forzada. Mi hermana acarició su hombro reprendiéndome con los ojos.
-Yo sólo uso el móvil para WhatsApp y Facebook, no necesito más. Ni voy a llamar a un mayordomo ni cocinar unos huevos fritos. ¿Un móvil no tiene que servir para comunicarse.
-Sí, claro.
-Pues eso -tomé mi copa de vino y la alcé-. ¡Brindemos por la comunicación! -Todos corearon «por la comunicación», incluido mi cuñado-. Y por que algún día el móvil sepa elegirnos la camisa perfecta.
Nuevo estallido de carcajadas. Esta vez sí que reímos todos.