Con la tecnología hemos cambiado la manera en la que realizamos nuestras actividades diarias. Quizá no nos demos cuenta, pero simplificamos las tareas de tal manera, que si tuviéramos que realizarlas como las hacían nuestros abuelos nos parecerían una lata. Y cuando digo abuelos no me refiero a remontarnos al siglo XIX, no: con 30 años de flashback habría más que suficiente.
El móvil ha conseguido que estemos comunicados en todo momento, para lo bueno y para lo malo. Esta capacidad fue solo el avance: con la llegada del smartphone añadimos a nuestro objeto más personal una ingente cantidad de dispositivos y accesorios. Reproductor de música, televisión, consola de juegos… El entretenimiento que nos da nuestro teléfono es inmenso, también nos quita una enorme cantidad de trabajo.
Con el smartphone resulta posible trabajar en cualquier parte. Esto es válido para alguien que necesita llevarse la oficina a cuestas, pero no solo les beneficia a ellos: todos hemos aligerado nuestra carga de trabajo gracias al smartphone. El cambio ha sido tan sutil que lo has asumido sin notarlo.
Cada vez recordamos menos datos, relegamos la tarea en nuestros smartphones
¿Para qué acordarse del teléfono de una persona? ¿Y de los correos electrónicos de nuestro grupo de trabajo? ¿Quién quiere recordar los cumpleaños si ya aparecen en la aplicación de Facebook? Por no hablar de la cantidad enorme de recordatorios que evitamos perder porque se los dictamos al teléfono. Con la mala memoria que yo tengo esto me salva la vida. Aunque claro, también consigue que deje de estimular a esa memoria…
Relegamos la tarea de recordar cosas en el móvil, de ahí que vayamos perdiendo memoria
Haciendo un repaso por la cantidad de tareas que nos ahorra el móvil seguro que nos llevaríamos una sorpresa. Acabó con los listines telefónicos, con las enciclopedias, nos ahorra acordarnos de la lista de la compra, hemos olvidado cómo se va a los sitios, ya no nos preocupamos de buscar atajos con el coche porque nos los ofrece el navegador del móvil… Sí, este nos ahorra una enorme cantidad de tareas. De ahí que cada vez seamos más vagos.
No nos esforzamos en recordar porque ya lo hace el smartphone; no preguntamos a los lugareños cómo se va a los monumentos porque tenemos Google Maps; tampoco hacemos listas con nuestra música preferida porque ya están las de Spotify; no nos movemos de casa porque encargamos la cena con JustEat o similares; recibimos la información en el móvil y sin necesidad de buscarla o de salir a por el periódico. En fin, que somos unos comodones, cada vez más. E impacientes.
Lo queremos todo con el menor esfuerzo y ya
La tecnología abrió una brecha enorme en las capacidades del ser humano reduciendo el tiempo necesario para hacer cualquier cosa. Tanto a gran escala como a nivel de usuario, con nuestros humildes smartphones. Bastan unos toques para tenerlo todo hecho en pocos segundos. Pero eso sí, que no se retrase más de dichos segundos…
Cuando utilizamos el móvil queremos que sea rápido, importan hasta las décimas de segundo
Queremos la cena en la puerta ya y vigilamos nuestros paquetes en curso deseando que hubiesen llegado ayer. Ipso facto, así tiene que ser todo, interacciones con el móvil incluidas. Ya no hacen falta varios clicks para llamar a alguien, tenemos un acceso directo que lo hace. Y pobre como se retrase unas décimas de segundo, porque entonces menudo lag que tiene el teléfono…
La crisis de la inmediatez supone un enorme problema porque el mundo apremia cada vez más. Los móviles son más potentes para que las aplicaciones arranquen más rápido; porque no vaya a ser que se demore 2 segundos el inicio de tu juego preferido, que son dos 2 segundos menos de juego. Así llevado hasta el absurdo: la inmediatez nos ha hecho unos impacientes. También algo insatisfechos, aunque ese ya sería otro tema.
¿Te ves con más pereza e impaciencia conforme te has acostumbrado a las bondades del smartphone? Yo he de reconocer que sí.
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