Al poco tiempo de abrir sus puertas al público, DisneyWorld se promocionaba como un lugar en el que encontrarías un mundo del pasado, del futuro y de fantasía, pero nada del mundo de hoy. Gracias a su MagicBand, el parque donde viven Mickey Mouse y el Pato Donald puede ser, más que nunca, una ventana al mundo del futuro. ¿es el DisneyWorld de hoy un avance del mundo de mañana?
Se trata de una smartband que recibirán en su casa aquellos que reserven una visita al parque, dándote acceso al parque, a las atracciones que hayas elegido y, por supuesto, a tu tarjeta de crédito. Desde abrir la habitación del hotel a pagar un peluche de Goofy o acceder sin colas a las atracciones que hayas elegido es tremendamente sencillo con simplemente acercar tu muñeca al sensor.
El poder de esta smartband lo resume Cliff Kuang en su estupendo artículo publicado en Wired sobre a tecnología de Disney explicando una visita al restaurante Be Our Guest. El cliente no sólo puede reservar mesa a través de la aplicación para smartphones. Sólo con entrar en el restaurante, un empleado te recibirá llamándote por tu nombre -sin que te presentes- y te indicará que te sientes en cualquier mesa de la sala decorada como el castillo de La bella y la bestia, y como si por arte de magia se tratase un camarero te traerá tu pedido ¿cómo? El poder de MagicBand en todo su esplendor. La muñequera, sencilla como parece, contiene un emisor de radio que permite transmitir a más de doce metros a la redonda.
El mundo del futuro, en miniatura
Al acercarte al restaurante, estos reciben un aviso. Cuando eliges una mesa, la MagicBand se conecta al transmisor que hay en esta para enviar tu posición al camarero que te lleva tu comida sin mayores esperas. Y al salir basta con acercar tu muñequera al sensor e introducir el pin de tu tarjeta de crédito. En realidad, en DisneyWorld no necesitas llevar nada más que su smartband para moverte por el parque, incluso aquello para lo que necesitarías tu smartphone -como cambiar tus atracciones favoritas- lo puedes hacer desde una de los muchos terminales distribuidas a lo largo y ancho del idílico mundo de ratones y patos antropomorfos. ¿Cómo? efectivamente, acercando tu MagicBand al sensor.
El parque se ha convertido en un enorme procesador de datos que analiza por dónde se mueven los visitantes, qué están haciendo, qué es lo que quieren y, sobre todo, que van a querer. Disney ha convertido su parque en un micro-ecosistema que es, básicamente, lo que compañías como Facebook, Google, Apple o Amazon buscan aplicar a gran escala en esta roca mojada que llamamos planeta Tierra, haciendo de DisneyWorld un gran campo de prácticas donde podemos intuir cómo será el mundo de mañana.
De hecho, mucho de lo que hace Disney ya ha sido aplicado, por partes, por muchas otras compañías. Google Pay, la nueva API de Android, o sistemas propios de fabricantes como el de Samsung ya permiten pagar usando tu Android, y es más que posible que compañías como Facebook estén desarrollando sus propios sistemas de pago. Por otro lado, muchos centros comerciales ya monitorizan y analizan el comportamiento de sus clientes gracias a los datos que obtienen de nuestros smartphones. Evidentemente el mundo nunca será algo tan cerrado como lo es DisneyWorld entre otras cosas porque no estarás en manos de una única compañía, pero lo que vemos en el parque temático puede ser una buena guía de lo que nos espera en un futuro muy cercano.
Una mayor comodidad bien vale un poco de privacidad
Por otro lado, Disneyworld demuestra hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar privacidad y libertad si a cambio obtenemos una mayor comodidad. En realidad, este sistema obliga a planificar mucho más el viaje, limitándonos la capacidad de improvisación in situ, y aun así los clientes parecen estar más satisfechos.
De hecho, en nuestro día a día tecnológico ya tenemos múltiples ejemplos de un comportamiento así: Google Now ya me muestra los billetes para el viaje de mañana sin que yo le de ninguna indicación, simplemente ha mirado mi correo de Gmail. Hace unos años hubiéramos visto escandaloso dejar que una multinacional rebuscase entre tus cartas libremente, pero si a cambio te ofrece un servicio gratuito y te avisa de retrasos en el viaje, bien está. También hubiera sido impensable dejar tu tarjeta de crédito al gerente de El Corte Inglés para que te la guarde, y sin embargo permitimos que Amazon lo haga para ahorrarnos rellenar formularios en la próxima compra.
Todos estos ejemplos dejan de manifiesto hasta qué punto estamos dispuestos a ceder información, a permitir que estemos localizados permanentemente e incluso ceder un punto de capacidad de decisión únicamente a cambio de algo de comodidad. Mucha gente pone el grito en el cielo ante programas de vigilancia como el de la NSA, muy poca gente está dispuesta a sacrificar privacidad a cambio de seguridad, y sin embargo sí a cambio de un mayor confort. La naturaleza humana es, sin duda, un poquito vaga.