Internet ha cambiado mucho en la última década, para bien y para mal. Los internautas hemos perdido muchos servicios que aún añoramos (como Google Reader), y hemos dicho adiós a otros que, sinceramente, no echamos de menos; el caso de Omegle es curioso, porque será recordado tanto con nostalgia como con odio, probablemente a partes iguales.
Y es que Omegle forma parte de una era anterior de Internet, en la que parecía que todo era posible, y nadie tenía miedo a las consecuencias. Una era en la que el concepto de pulsar un botón y encontrarse con una persona que no habíamos visto en la vida era no sólo algo deseable, sino inmensamente popular.
Dicho de manera muy básica, Omegle era un servicio de chat, que permitía escribir mensajes, hablar por voz, o realizar una videollamada; por lo tanto, no muy diferente de WhatsApp, Google Chat o Telegram. Pero Omegle se diferenciaba de todas esas apps en un detalle concreto: no podíamos elegir con quién hablar.
El fin de Omegle
Parece algo incongruente crear una app de videollamadas y no poder añadir amigos ni contactos de nuestro teléfono, pero en su día, fue toda una revolución. Omegle funcionaba de manera muy sencilla: al entrar en la web, automáticamente se nos asignaba un usuario aleatorio que estaba conectado al mismo tiempo que nosotros, e iniciaba un chat. No se usaban nombres, ni siquiera pseudónimos: en el chat, los participantes sólo se diferenciaban por “Tú” y “Extraño”.
Con un concepto tan simple y directo, Omegle conquistó Internet. La gracia estaba en que nunca sabías con quién te ibas a encontrar. Podía ser la persona más interesante que habías conocido en tu vida; o la persona más aburrida, que sólo quería perder el tiempo. Podía ser alguien con un talento asombroso en las artes, un músico que tocaba cualquier cosa que le pidieras; o un violento que usaba la plataforma para desfogarse e insultar al primero que encontraba. Podía ser una persona famosa; o alguien haciéndose pasar por una.
En el mensaje de despedida de su fundador, Leif K Brooks, se revela la causa del cierre de Omegle, y no es nada sorprendente; afirma que el servicio “ya no es sostenible, ni financiera ni psicológicamente”. Y es que Omegle representaba lo mejor y lo peor de Internet, y lamentablemente, lo segundo se nota más; a lo largo de toda la existencia de Omegle las polémicas se sucedieron una tras otra, desde el uso de la plataforma para distribuir contenido racista y violento, incluyendo pornografía infantil, a casos de acoso de criminales que usaban Omegle para encontrar a su siguiente víctima.
Es imposible que Omegle hubiera nacido hoy, tanto por las polémicas como por las nuevas leyes de protección que buscan dar responsabilidad a los servicios por las acciones de sus usuarios; es un producto de su época de los que ya quedan muy pocos. Para bien, y para mal.