Me encanta que el Real Madrid acabe de ganar la Supercopa Endesa por motivos obvios, pero también porque me permite hablar con el colchón de la credibilidad a partir del siguiente párrafo.
La vida sigue igual. Nosecuántos fichajes y decenas de millones después, el Real Madrid sigue siendo superior al Barcelona. Llega el momento de pelear por los títulos y, si no media el Instant Replay, la balanza suele caer para el lado blanco en el último lustro.
Ahora bien, ni la Supercopa es un buen termómetro de lo que puede llegar a pasar durante el resto de la temporada, ni septiembre es buen mes para empezar a sacar conclusiones, ni los equipos están en condiciones de ser juzgados con un criterio adecuado.
He visto similitudes con España y Estados Unidos en el pasado Mundial. Un equipo compacto, hecho y trabajado contra una acumulación de talento sin pasteurizar. El Real Madrid es una catedral, mientras que el Barcelona es un montón de piedras que acaban en punta, que diría Fermín Romero de Torres. Es lo mismo, pero no es igual, que diría Millán Salcedo (lo traigo gordo y lo traigo fino).
El Barcelona ha comprado mucho mármol para construir un monumento que asombre a Europa, y van a trabajar duro por conseguirlo. Mal haría el Madrid en confiarse y pensar que lo tiene todo hecho, porque van a ir a más. A mucho más. Debería el Madrid, por el contrario, utilizar el futuro potencial del equipo rival como un acicate para no bajar la guardia.
Sí, hoy vengo aquí a bajaros los humos. A bajarnos los humos. La Supercopa nunca fue un título importante y sigue sin serlo aunque la ganemos nosotros y aunque enfrente esté el hipotético mejor Barcelona desde 2014, desde que Navarro era Navarro y en su banquillo nadie mascaba chicle.
La Supercopa, por no ser, no es ni una competición del todo digna y equilibrada. En un afán de alargar el evento más allá de una noche loca, se decidió hace tiempo sumar al trofeo en juego a dos equipos más: uno por méritos deportivos y otro por méritos geográficos.
En la presente edición ha sido el Fuenlabrada el que ejercía de "anfitrión". Y pongo anfitrión entre comillas porque uno es anfitrión en su casa, con sus bombos, su señor con bigote debajo de la canasta y sus mascotas locas regalando bollería a la chavalada.
Una semifinal, ¡una semifinal!, de un campeonato precedido del prefijo súper no puede ser que acabe con una diferencia de cincuenta y cinco puntos. Es un bochorno para organizadores, patrocinadores y público. Y flaco favor se le ha hecho a la pretendida captación de nuevos adeptos justo una semana después de sentar a seis millones de personas a ver un partido de baloncesto.
Si yo fuera Endesa, Movistar y ese nuevo patrocinador del que usted me habla y del que no tardando mucho habrá que reflexionar, estaría enfadado por el esperpento del sábado.
Pero como os digo una cosa os digo la otra. Real Madrid 1, Barcelona de los Galácticos, 0. Que nunca está de más. En junio, las notas definitivas, las que valen. Y no, todavía no voy a escribir sobre lo de Mirotic. Todavía.