El baloncesto es un deporte de detalles. Es un juego que, en ocasiones, se decide por centésimas de segundo, por balones que entran o salen por apenas un milímetro, y también por acciones trascendentales en momentos clave. Así es como se desequilibró la final de la Euroliga entre el Real Madrid y el Olympiacos, con una última jugada que le dio la gloria al conjunto blanco y que dejó con la boca abierta a los griegos.
Para asumir la responsabilidad en ese tipo de momentos hay que estar hecho de otra pasta. No cualquiera vale para jugarse la última posesión de un partido, y más aún cuando hay en juego un título tan importante como es una Euroliga. Sin embargo, Sergio Llull es ese tipo de personas que vive mejor cuanto más tensa es la situación. Los nervios no van con él, no le quema el balón en las manos y se mueve como pez en el agua haciendo un trabajo que es de pura precisión.
Como tantas veces ha hecho a lo largo de su carrera deportiva, el de Mahón volvió a ser el protagonista en el momento decisivo y una vez más acertó. Pero no fue el único 'culpable' de que el Real Madrid tenga ya La Undécima en sus vitrinas. El otro gran artífice de esa acción de laboratorio que decidió la final ante el Olympiacos fue Chus Mateo. Tantas veces criticado a lo largo de la temporada, el entrenador diseñó un escenario que después fue ejecutado a la perfección.
Sergio Rodríguez, sobre el que estaba el foco, lejos de la jugada distrayendo a los rivales, Tavares realizando un amago de bloqueo y Sergio Llull definiendo a falta de tres segundos para el final. Esa es la película de una acción perfectamente confeccionada que terminó por darle un nuevo entorchado europeo al Real Madrid.
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La pizarra de Chus Mateo
El marcador reflejaba 12.7 segundos como el tiempo restante para el final del partido. Con el Real Madrid por debajo en el marcador (78-77), no parecía un horizonte demasiado halagüeño para el conjunto blanco. No obstante, la posesión pertenecía a los de Chus Mateo, así que iban a tener la última bala para gastar e intentar darle la vuelta al luminoso.
El técnico madridista solicitó tiempo muerto para pedir calma a los suyos y sobre todo para dibujar en la pizarra los pasos que debían seguir en esa próxima acción definitiva. Chus Mateo jugó al engaño y no le pudo salir mejor. En ese preciso momento, quien estaba en racha era Sergio Rodríguez, así que el técnico blanco debió pensar que los griegos pondrían el foco en él para tratar de taponar su último lanzamiento.
Fue ahí donde el míster del Real Madrid le ganó la partida a Bartzokas. Siendo el máximo anotador de los blancos con 15 puntos, decidió alejar al Chacho de la jugada y que se abriera pegado a la línea de banda. El objetivo era sencillo, hacer el aclarado para que Llull recibiera lo más cómodo posible. En ese preciso momento, el de Mahón ni siquiera se había estrenado como anotador después de haber fallado un lanzamiento de dos y un triple.
Era complicado pensar que el Real Madrid se jugaría la Euroliga con un hombre que hasta el momento no había demostrado tener feeling con el balón en la final. Chus Mateo, sin embargo, lo tenía claro y demostró que la confianza en Llull es ciega.
Tavares entra en acción
Fabien Causeur puso el esférico en movimiento desde la banda y el crono empezó a restar segundos. No había demasiado tiempo, pero sí el suficiente como para buscar un lanzamiento relativamente cómodo. Llull recibió el balón ante la oposición de Papanikolaou y ya no iba a soltar el balón hasta que se jugara el lanzamiento definitivo.
El de Mahón hizo un gesto pidiendo el bloqueo mientras los cerca de 6.000 griegos metían presión desde la grada, y entonces apareció Tavares que, sin embargo, no hizo un bloqueo al uso. El pívot caboverdiano despistó a los jugadores del Olympiacos, que con su entrada en escena se vieron obligados a cambiar las marcas. Tavares se llevó a Papanikolaou y Fall se quedó con Llull.
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El quiebro del '23' del Real Madrid le dejó en ventaja, sobre todo porque en cuanto a habilidad y velocidad se refiere es mucho mejor que Fall. Llull entró en el área, decidió que era un buen momento para parar, elevarse e intentar el lanzamiento pese a que todavía quedaban 3 segundos en el reloj. Su lanzamiento bombeado aceleró en su trayectoria por el aire los corazones de las 11.000 almas que se habían dado cita en el Zalgirio Arena, y el balón cayó a plomo en la cesta.
La imagen tuvo también un factor icónico. Llull, con ese lanzamiento en suspensión, con el 23 a la espalda, decidió la Euroliga. Salvando las distancias, aquella imagen le llevó a 1998, ese momento en el que Michael Jordan, con el mismo dorsal y con un lanzamiento similar, definió para Chicago Bulls la final de la NBA ante Utah Jazz.