Finales de junio. Los colegios madrileños se aprestan al cierre canícular tras la ardua primavera de hormona y cates. Los padres emprenden los últimos viajes vespertinos al cole antes de que la temporada lectiva eche el telón. Ya quedan pocas recogidas de los niños antes de la playa y el merecido descanso. Sudor, mochilas y voces que resuenan en el patio, voces algunas que en septiembre serán más graves.
Son las cinco de la tarde y en este colegio privado se vive el correspondiente revuelo de fin de día, sazonado además con el ambiente típico de fin de año escolar. El futbolista recoge a su hija, y la coleta más célebre del fútbol mundial no pasa desapercibida para los niños que esperan desde la ventana su turno para ser recogidos.
- ¡Mira, es Bale!
- ¡Es verdad! ¡Manta! ¡Inútil!
- ¡Qué malo eres! ¡Vete a jugar al golf!
Es el escrache vicario, es más, es el escrache transitivamente vicario, el que el relañismo ejerce a través de los padres de los niños que a su vez ejercen a través de los niños, aunque éstos no lo sepan desde la falta de perspectiva que trae consigo el acné.
El futbolista se gira hacia la ventana y frunce el mentón, tensando la quijada como un purasangre que contiene su cólera pateando contra el suelo. Piensa un segundo antes de hablar y finalmente imprime a su voz el suficiente volumen para que el mensaje no escape a uno solo de los mocosos de la ventana, pero tampoco tanto como para que pase por reprimenda violenta. El mensaje aflora también en un castellano más que correcto, si bien con marcado acento británico.
- ¿Es que no veis que estoy con mi hija?
La historia es cierta aunque nadie la hubiera contado hasta hoy. Hay otra historia que también es cierta y que, en cambio, todo el mundo conoce: que el jefe del futbolista hizo votos públicos (y urgentes: hoy mejor que mañana) para que Bale saliese del Real Madrid, y que pocos días después el galés destrozó al Celta en una exhibición coral de su equipo, sí, pero que le tuvo a él por máximo exponente de excelencia. Allí, sobre el césped de Balaídos (con su brillo de campo de golf, apuntó hilarante Relaño, juas juas juas, calla calla que me troncho) el purasangre sí encontró metros y legitimidad para descerrajar toda su furia. Cuando fue sustituido, el hombre que dijo públicamente que lo quería fuera del equipo (hoy mejor que mañana) le tendió la mano, y el galés la estrechó. Públicamente la estrechó. No dudo de la sinceridad de la mano tendida de Zidane, pero esa mano tendida era también una trampa, una encrucijada, una espada y una pared (la que Bale hace con tus piedras): si no estrechas recíprocamente la mano que te tiendo quedas como un niñato, así que debes hacerlo a sabiendas de que con ese gesto me estás bendiciendo, estás legitimando mi escrache, mi mobbing si lo prefieres, o así va a ser visto inevitablemente. Si estrechas mi mano estás implícitamente, públicamente, blanqueando mi declaración antiTú con su complemento circunstancial: hoy mejor que mañana. Bale estrechó la mano de Zidane. ¿Es lo mínimo exigible? Quizá. Quizá no.
Puedes opinar lo que te dé la gana sobre el futbolista Gareth Bale. Puedes seguir queriendo que se vaya del club, mañana mejor que pasado mañana. Pero debes revisar muy seriamente tu concepto de la caballerosidad y de la hombría de bien si no te pones ahora mismo de pie y le aplaudes como un cabrón.