La enfermedad de Osgood-Schlatter es un proceso que afecta a muchos adolescentes deportistas. El cartílago de crecimiento de la tibia empieza a despegarse como consecuencia de la realización de gestos de repetición. Dolor y al médico. Reposo. Drama. A Nabil Fekir le pasó a los quince años, cuando estaba en la ciudad de sus sueños, Lyon y en la cantera de su equipo favorito, el Olymipique. La abrupta salida del ocho argelino alimentó su sed de venganza y le hizo fuerte. Desde el exilio, y fuera de los focos de un gran club, siguió sacando brillo a su pierna izquierda y destapó el tarro de las esencias. Se hizo un hombre. Volvió y triunfó.
Este verano, otro jugón, Giovanni Lo Celso, puso rumbo a Londres y la avenida de Heliópolis se quedó huérfana de un pelotero asistente y asociativo como pocos. Cuando el 22 de julio del 2019, el Real Betis anunció a bombo y platillo que el pequeño Nabil Fekir asumiría los mandos de la nave, nadie se imaginaba qué pelotero estaban fichando.
Muchos entrenadores, Rubí es uno de ellos, conciben sus equipos como orquestas, es una forma interesante de mostrarles a los jugadores que sobre una buena percusión de tambores, las cuerdas de un violín o una mandolina suenan mejor. Fekir ayer tocó el violín en el Villamarín. La ausencia de un lateral puro como Carvajal o Nacho, la aprovechó el entrenador verdiblanco Rubí, volcando el terreno de juego hacia ese lado.
Militao es un central joven, rápido, fuerte, aguerrido y difícil de sobrepasar. Pero no es lateral. El partenaire en el centro del campo de Nabil, Don Sergio Canales, también tocó la guitarra eléctrica. El de Santander volvió con el famoso dicho de que la venganza es un plato que se sirve frío. Es de ese tipo de jugadores que le tiras un ladrillo y te devuelve un puñado de mariposas. Champagne francés. Una delicia.
Karim Benzema empató de penalti en las postrimerías del descanso y cualquier ser humano habría pensado lo mismo que yo: Injusto. Pero el fútbol tiene estas cosas. Y el Madrid más.
La segunda parte no trajo la catarsis ni Zinedine Zidane hizo magia, fue más de lo mismo. Un equipo triste, y otro que quería ganar. El Real Madrid parecía la orquesta del Titanic, seguían tocando mientras el barco se hundía. Un equipo apático y descosido, víctima (seguramente) de un esquema inadecuado.
No puedes ir en chándal a una boda. Entiéndaseme. Y Lucas Vázquez, (jugó los noventa minutos, ojo al dato) es una navaja multiusos fascinante, pero lo más importante que tiene que hacer no lo hace. Cortar. Vinicius tiene miedo. Sí sí, miedo. Está más pendiente de lo que le digan Marcelo y Casemiro que de lo que tiene que hacer: correr.
El Betis fue a lo suyo. Los de atrás tocaron bien el tambor, los de adelante el violín. Joaquín baila y Edgar y Guardado corren. No hay más. Sota, caballo, rey.
Seguro que cuando terminó el partido, a hombros del respetable, Nabil Fekir, pensó en aquel exilio por la maldita enfermedad de Osgood-Schlatter. Nadie triunfa sin sufrimiento. Y si no, que se lo pregunten a su partenaire Sergio Canales.