En la misma semana en la que Joan Laporta colocó una lona a escasos metros del Santiago Bernabéu para lanzar su campaña a la presidencia del Barça, Florentino Pérez aprobó las cuentas más difíciles del Real Madrid con el 99% de los votos. La gestión eficaz y responsable del presidente blanco ante la crisis mundial por la Covid-19 recibió el apoyo y el agradecimiento de los socios representantes.
Quizá Laporta con su pancarta quiera decir que él quiere ser como Florentino. Es decir, el presidente de las Champions y de la solvencia económica ahora que el Barcelona está tan necesitado de ambas cosas. En ese caso, que no lo creo, mis respetos ante el sincero reconocimiento del 'bueno' de Joan.
No lo voy a negar, la lona en el Paseo de La Habana me pareció una genialidad de Laporta para su campaña. Insisto, para su beneficio personal y no para el del Barça. El madridismo quiere rivales y 'enemigos' bravucones como él. Incluso la prensa, ya espera nuevas fotos en la discoteca Luz de Gas, aplaude la reaparición mediática del gran 'Jan'.
Puede que al Barcelona vuelvan los baños en champán, los puros y todas esas imágenes inolvidables en yate que dejó el presidente azulgrana en su primera etapa. Con un perfil más próximo al de un presidente de los 90, Laporta desprende un tufillo añejo que le acerca mucho más a Jesús Gil que a Florentino Pérez.
Y es que las comparaciones son odiosas, pero hay que hacerlas. El de la pancarta se presenta a un club que tendrá 1.000 millones de deuda, según palabras suyas hace escasos meses, mientras que Florentino Pérez presentó beneficios en unas cuentas marcadas por la Covid-19.
Florentino Pérez no necesita pancartas en el Camp Nou ni champán ni puros. Por ello su gestión fue aprobada por casi unanimidad, solo tres despistados se confundieron de botón. La unidad del Real Madrid contrasta con la guerra sucia que se vive ahora en el Barça. Porque, al fin y al cabo, los presidentes son mucho más que títulos y en legado Florentino va sobrado.
Por cierto, tampoco necesita Twitter para contestar a Javier Tebas. Ni a él ni a nadie. Y es que esa es la magia de Florentino, que sin casi hablar públicamente todos lo hacen de él, y el magnetismo que Laporta cree comprar por unos miles de euros que cuesta una pancarta. Pero la clase, se tiene o no se tiene.