Por si aún le quedaba algún "palo" que tocar, llega Joaquín Reyes y publica su primera novela. Un debut literario que viene a dar amplitud y horizonte a un gran talento de la comedia y el humor en España. El albaceteño Joaquín Reyes da un paso más en su exitosa carrera profesional.
Las tapas de Subidón (Blackie Books) anticipan lo que ocurre entre sus páginas. Dos ojos de plástico emergen de un fondo verde, vacíos y tendentes al estrabismo, reaccionando a cada movimiento brusco. Son quizás los de su protagonista, Emilio Escribano, un cómico manchego en pleno ascenso meteórico, abocado a entender la crueldad con la que a veces la gravedad actúa. Sin tiempo para perseguir con la mirada cuanto ocurre a su alrededor, condenado a permanecer con mirada atónica y estúpida.
Joaquín Reyes, cómico, dibujante y actor, se embarca ahora en su primera novela. Un debut en el que desde su contrapotarda se declara "fan de Dostoyevski y Jardiel Poncela", adoptando el pesimismo del primero y el gusto por la pantomima del segundo. Blackie Books edita historia de ficción, más cercana al psicoanálisis que a lo biográfico y que promete abrir una nueva etapa en la carrera del manchego.
Reyes es una de las figuras más prominentes de la comedia de principios de siglo en nuestro país. Con La Hora Chanante y Muchachada Nui ayudó a patentar un humor con trazas costumbristas y 'gafapastiles' que se mantuvo en boca de media España durante una década. La atención por el patetismo o la 'cosica' —como la define el libro— fueron elementos fundamentales de su 'celebrities', la marca de la casa del cómico. Caricaturas exageradas de personalidades del mundo de la cultura, el deporte o la política. Seres aberrados hasta la extenuación que —paradójicamente— acaban resultando más humanos que sus imitados.
De ese interés por extraer la miseria surge también esta primera novela. Su protagonista es una suerte de Ulises manchego, con un monólogo interior alimentado por el ego y la fama repentina. En pleno Subidón Emilio disfruta del cariño del público, la atención de la prensa y el refuerzo positivo constante de los likes en su Instagram. Repostaje más que suficiente en lo que parece ser un ascenso infinito y sin contratiempos.
Su primo es su mánager y su novia la misma desde la adolescencia. En Tarancón (Cuenca) tiene todavía el recordatorio de aquellos que le vieron crecer cuando era alguien distinto. Una vida que mira desde el retrovisor de un vehículo que se aleja a gran velocidad hacia la fama y el inevitable estrellato. En tan solo una semana, el protagonista de Subidón es capaz de tirar todo por la borda, dejando un rastro de vergüenza ajena a su paso.
Como un accidente de tren a cámara lenta, el personaje de Emilio se verá envuelto en la corriente que la deslumbrante fama le presenta. Nuevas oportunidades y comienzos que avecinarán un alud de consecuencias. La realidad le hace regresar a tirones, interactuando con sus fans, tomándose selfies y participando de la trastienda de la fama. Con el memento mori constante de quienes le conocen realmente.
Joaquín Reyes es capaz de dotar a su protagonista de una sensibilidad tan viva como trágica. Entre Larry David y Thomas Pynchon, Subidón encuentra terreno suficiente para atender a la miseria cotidiana. Es precisamente en este aspecto en el que su autor sorprende, dedicando gran atención a la infelicidad de su protagonista.
El único obstáculo que plantea la historia es su irremediable velo de autoreferencialidad. Emilio no es Joaquín, aunque comparten un espacio simbólico que nos hace preguntarnos en todo momento si asistimos al descarrilamiento de uno de otro. No solo conviven en un universo de referencias común, sino que además el lenguaje resulta familiar, con aires cercanos al humor chanante.
Aunque dicha autoreferencialidad no evita que la comedia se acabe encontrando en un lugar distinto. Los lugares comunes, los macheguismos y los chistes fáciles no pretenden hacer reír, sino dibujar mejor hacia donde cae. Ahí radica el verdadero triunfo del libro. Desviar la atención lo suficiente de lo 'cómico' como para sorprendernos con el patetismo que la risa deja a su paso.
En uno de los capítulos, el protagonista asiste atónito al improvisado truco de magia de su compañero de asiento en un AVE. Cuando termina, el mago confiesa a Emilio que era a su hermano, fallecido en un accidente de coche, a quien le gustaba realmente la prestidigitación, adoptándolo él como una mímesis para aliviar la culpa por su muerte. Solo cuando le explica a su primo más tarde el incidente, descubre que la historia era falsa, copiada de Kidding, la serie de Jim Carrey.
Es en ese paso del absurdo a la miseria más absoluta donde Joaquín Reyes brilla con luz propia. Aventurándose lo suficiente en la gravedad de la vida para devolvernos otra vez a flote. Demostrándonos que la misma existencia es a veces motivo suficiente para echarnos a reír, siempre que tengamos el grado suficiente de cinismo.