La historia de una ciudad como Toledo está tejida con los hilos de la memoria y con las evidencias que los vestigios revelan, a veces de forma inesperada. Es el caso de un solar situado en la Cava Baja, en plena Judería.
Honorio Martín, el promotor de un edificio de nueva planta de cinco viviendas situadas en las faldas del cerro Virgen de Gracia, sabía por los estudios previos que la parcela presentaba una potencia de escombros que rondada los dos metros de altura.
Pero lo que no imaginaba es que todas esas toneladas de material de derribo y de cascotes, de las que nunca se olvidará Fernando Martín, el jefe de obra, ocultaban las trazas de una vieja vivienda bajomedieval y los indicios de una huida precipitada, que el arqueólogo Rafael Caballero empezó a reconstruir un 18 de agosto de 2021.
Ese día el cazo de una excavadora, manejada por un operario llamado Beltrán, dejaba al descubierto el inicio de un arco de ladrillo de un espacio abovedado que llevaba más de dos siglos escondido. Se trataba del sótano de una vivienda de una familia pudiente de la comunidad sefardí del Toledo bajomedieval de los siglos XIV y XV.
No sabemos nada de su identidad, pero lo que el minucioso trabajo arqueológico ha descubierto es que la expulsión de los judíos, decretada por los reyes católicos en 1492, fue para ellos un hecho traumático que les obligó a emprender un viaje de no retorno en el que tuvieron que desprenderse de algunas de sus pertenencias más valiosas, no sin antes asegurarse de que no iban a ser disfrutadas por nadie.
Para ello decidieron tirarlas en un aljibe, que apareció colmatado de escombros y sobre el que se hizo una rigurosa excavación arqueológica en el que se analizaron todos los estratos. Un arduo trabajo que sólo fue posible gracias a la colaboración de Casas del Casco, la promotora de la obra, la dirección facultativa y la dirección arqueológica.
En el nivel más profundo, que data de finales del siglo XV o principios del XVI, y que presentaba una composición fangosa de algo más de un metro de espesor se recuperaron abundantes elementos óseos de fauna. Entre ellos predominan los de ovejas y cabras. También se documentaron restos de roedores, pajarillos y caparazones de tortuga, espinas de merluza, cáscara de huevos y pimienta negra. E incluso semillas de melón, que tal vez pudieran plantarse seis siglos después.
Pero los lodos del aljibe también ocultaban grandes tesoros arqueológicos. Entre ellos vasos, copas, jarras y lámparas que formarían parte de una vajilla doméstica de lujo. Su aparición en el fondo del aljibe hace suponer a los arqueólogos que sus dueños prefirieron romperla y tirarla dentro del aljibe antes de que pasara a manos cristianas.
Junto a este valioso ajuar, también aparecieron unas doscientas piezas de vidrio en forma de tapón o de dedal que formaban parte de telares en los que se fabricaban ricas telas de seda.
Además, junto a estos elementos fabriles llamados ‘cojinetes’, que estaban acoplados al torno con el que se realizaba el torcido de los hilos de seda, se recuperó el huso de una rueca en hueso decorado, que conservaba los restos de la varilla de madera en la que estaba embutido. Su hallazgo en el fondo del aljibe hace suponer a los arqueólogos que sus dueños prefirieron romper y tirar tanto la vajilla como el telar dentro de este depósito de agua antes de que pasara a manos cristianas.
Financiación europea
“Algunas muestras, gracias al proyecto de investigación Glass Centers, financiado por el Programa Horizon 2020 de la Unión Europea, se han podido mandar a laboratorios de Chicago para saber si los vidrios son de importación o están fundidos aquí. Si se comprobara que son toledanos sería un gran descubrimiento puesto que en esta época sólo se tiene constancia de fundiciones en la localidad madrileña de Cadalso de los Vidrios”, explica el arqueólogo Rafael Caballero, que ha trabajado en este solar.
Además, su valor histórico y arqueológico aumenta por el hecho de que sólo se conservan piezas similares a estas en Granada, aunque provienen de un telar nazarí.
Alberca, aljibes y pileta de baño
Pero esta vivienda bajomedieval -que quedó deshabitada tras la orden de expulsión de los judíos hasta mediados del siglo XVI, cuando un cristiano de alcurnia, probablemente el Conde de Portalegre, utilizó el solar para edificar parte de su palacio- también esconde un singular circuito cerrado de circulación de agua.
Se trata de dos aljibes para el abastecimiento de agua con sus correspondientes bocas o brocales y sin conexión entre ellos, lo que impedía que el agua se mezclase entre ambos depósitos.
El primero de ellos, de planta cuadrada, tenía asociada una tubería de barro pequeña, para hacer presión, que vertía a una alberca.
Esta poza, a través de un pequeño aliviadero, desaguaba en el segundo de los aljibes, que tiene forma de L y envuelve por dos caras al primero. En este último fue donde se hallaron tanto los cojinetes del telar con la vajilla de vidrio.
“El hecho de no mezclar las aguas forma parte de la simbología judía”, explica Rafael Caballero.
En el patio de esta casa señorial judía repleta de secretos, que pueden ser el detonante de nuevas leyendas toledanas, también se ha podido catalogar un tercer aljibe asociado a una cubeta rectangular con un peldaño en la que cabe sentada una persona. “Da toda la sensación de que se trata de una pileta de baño o de lavado que se usaban para lavar las manos, los pies o incluso los instrumentos”, explica Caballero. Y su importancia es capital porque este tipo de elementos es la primera vez que se documenta en Toledo.
Integrar el pasado en el presente
Pero si sorprendente es la historia que cuenta esta mansión bajomedieval, lo es también el mimo que tanto ‘Casas del Casco’, empresa promotora y constructora y el arquitecto del proyecto, Benjamín Juan, del estudio ‘Arquitectos San Lorenzo 8’, han desplegado para que en un mismo espacio el pasado pueda coexistir con el presente.
Así la superficie construida que en el proyecto original era de 500 metros cuadrados se ha ido incrementado conforme se han ido incorporando los restos arqueológicos. Y es que el subsuelo y los restos que atesora se han incorporado a tres de las cinco viviendas proyectadas aportándolas un claro valor añadido y espacios que recuerdan la intrahistoria de Sefarad y del Toledo judío.
Todas las viviendas, a las que se accede desde un patio común, cuentan con dos dormitorios, cocina, salón comedor, baño, aseo y, algunas de ellas, un despacho. “Y además todas han sido proyectadas para que cuenten con espléndidas vistas a San Juan de los Reyes, al valle y la zona de cigarrales, al campus de la Fábrica de Armas y hasta Parapléjicos”, explica Benjamín Juan.
Pero, en este caso, tan privilegiadas como sus vistas son sus sótanos en los que sus propietarios, nuevos vecinos del Casco, podrán seguir tejiendo historias como las que este solar acumula desde la Edad del Bronce.