Se está terminando el año y la gran noticia de los últimos doce meses no termina de escribir su titular definitivo. Me refiero a la tan traída y llevada fusión entre dos de los gigantes de la automoción europea: FCA y PSA. El conglomerado resultante de la operación se convertirá en el cuarto fabricante de coches del mundo, ya que bajo el paraguas de la nueva compañía coexistirán nada menos que trece marcas. A saber: Peugeot, Citroën, DS, Opel, Vauxhall, Fiat, Chrysler, Alfa Romeo, Jeep, Abarth, Lancia, Maserati y Dodge.
Las intenciones de ambos grupos ya han quedado meridianamente claras desde la aprobación del plan preliminar para llevar a cabo la fusión. Está claro que traerá cambios, y entiendo que los 400.000 trabajadores del futuro gigante estén inquietos. Eso sí, los consejos de administración aseguran que esta operación no llevará al cierre de ninguna de sus fábricas. Veremos cómo son capaces de cuadrar los números.
¿Ganadores de la operación? Creo que ambas partes. El grupo francoalemán consigue entrar en el mercado americano, y el grupo italoamericano recibe las nuevas tecnologías de movilidad eléctrica. Todo apunta a que es una apuesta beneficiosa para todos. Lo que habrá que ver es cómo encajan en este enorme puzzle marcas como Alfa Romeo. Leía el otro día un dato que me llamó enormemente la atención. Lancia, que desde el 2017 opera solamente en el mercado italiano, con un solo modelo en su catálogo (el Ypsilon) vende más coches que la marca del Biscione en toda Europa. ¿Querrán mantenerla como una de las marcas “pasionales” del nuevo grupo. Desde luego, si desaparece, será una pena. Pero es el signo de los tiempos y del mercado. Rentabilidad por encima de la pasión. Desde luego, ninguna marca es una ONG.
Estoy seguro de que no será la última gran fusión que veamos en el futuro más inmediato. En estos tiempos tan convulsos para la industria del automóvil, que marcas más pequeñas aseguren su futuro asociándose con grupos mayores tenderá a ser la tónica habitual. Son grandes operaciones que conocemos los que estamos en el sector, y cualquier ciudadano ajeno al mismo que tenga intereses en la economía y en la empresa. Pero si preguntamos en la calle, al azar, no sé cuántas personas sabrían la relación que hay a día de hoy entre Citroën y Opel, por ejemplo.
Lo que cualquier apasionado al motor pediría a los hacedores de estas operaciones financieras, o mejor dicho, rogaría, es que las marcas no pierdan esos rasgos distintivos que las hacen únicas. Porque sí que es cierto que, en los últimos tiempos, muchos coches han perdido cierta “personalidad”, teniendo a veces que fijarte en el logotipo que exhiben en su parrilla para identificar la marca.
Otra preocupación acuciante es saber qué pensarán las nuevas generaciones de todo esto. ¿Les interesan los coches a los jóvenes? ¿Sueñan más con tener un coche o un móvil de última generación? Eso del coche como “reducto de libertad” les suena a chino a muchos, pero eso un es tema para otra ocasión… Mientras tanto que no haya trabas políticas que den al traste con una operación que sin duda beneficiaría mucho a un sector tan clave para Europa como es el de la Automoción.