Disculpen el punto filosófico, de cuya materia no soy docto, ni siquiera aspirante a aprendiz, pero lamentablemente cada día estoy más temeroso de convertirme solamente en un acomodado batracio, sumergido en agua caliente hasta la muerte, para evitar molestias al cocinero. Y es que cada vez me cuesta más discernir la verdad de la posverdad, o por una ignorancia de la que no quiero ser sacado, por miedo o comodidad social, que me reporta el no discrepar de corrientes, agentes mediáticos y redes, o simplemente porque la única realidad que ya me importa de verdad, es a qué hora pongo mi lavavajillas, sin cuestionarme el por qué, pedir explicaciones, derivar responsabilidades, o exigir soluciones.
Aunque ya venían advirtiéndolo filósofos de todo el mundo, filosofía, esa asignatura que se ha llevado casualmente a la mínima expresión, la posverdad hace tiempo que se ha impuesto a la verdad, no sólo en nuestras instituciones políticas o sociales, en nuestra vida diaria, y todos somos cómplices, y todos culpables, unos por vocación y dedicación, los pocos pero más mediáticos, y el resto, la inmensa mayoría, por omisión y sumisión.
¿Qué es la posverdad? La RAE la define como la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Noam Chomsky afirmaba que, en nuestra sociedad, los hechos ya no importan, que “la gente ya no cree en los hechos”, la verdad ha dejado de existir, sólo importa la interpretación que de ellos se haga, la posverdad. Incluso, y peligrosamente para cualquier Estado de Derecho, con clara separación de poderes, la posverdad intenta ejercer su influencia, en aras de un altruista y enternecedor futuro mejor para la humanidad. Pero pasa en todos los ámbitos, políticos sociales, laborales, incluso familiares y de amigos, la posverdad ha suplantado a la verdad.
Podría poner miles de ejemplos, ustedes mismos pueden ponerlos, basta con ver distintos telediarios, leer las noticias en diferentes medios, o escuchar disculpas, justificaciones, reproches y afrentas, declaraciones, a veces con difícil encuadre gramatical que aun siendo una triste realidad y verdad, se tornan ridículas por ese afán constante del uso y el abuso de la posverdad cuando no es necesaria. Al fin y al cabo, y cada vez más, nos estamos acostumbrando a que nos interpreten la realidad para intencionadamente manipular unos sentimientos que la distorsionan, y que sólo buscan influir en nuestra opinión, sin ser consciente que el exceso pudiera generar el efecto contrario.
Por eso, mejor los ejemplos pónganlos ustedes, pero como decía el profesor de física en la gran película “Bola de Fuego”, de Howard Hawks: “puedo demostrar que fue la farola quién chocó con nosotros”. Bueno, pues si usted lo dice… será posverdad.