Su padre que había comenzado como grumete a bordo de un ballenero, estaba al mando de un pequeño navío de su propiedad y comerciaba en la isla de Santo domingo en donde fue empleado como agente de la corona francesa en tiempos de Luis XVI. Al comenzar la revolución americana llegó a las trece colonias como comandante de una fragata francesa a las órdenes del conde de Rochambeau y prestó diversos servicios al ejército norteamericano de Washington. Tras la guerra obtuvo una granja en Pensilvania, aunque las guerras de Francia y Santo domingo le arruinaron antes de volver a su Francia natal. Permaneció en Francia y volvió a ingresar en el ejército de Napoleón aunque su hijo dice que no prosperó. Acabó retirado en “una bella hacienda de Nantes y llevó una vida feliz hasta su muerte.”
Según nos cuenta el mismo Audubon, entró en la Armada francesa como alférez de fragata en Rochefort. Su carrera militar acabó con la paz de 1802 entre Inglaterra y Francia. Con el siguiente reclutamiento su padre le envió a América a una granja al cuidado de un amigo, Miers Fisher, “un rico y honesto cuáquero de Filadelfia” que había sido delegado de su padre, con el fin de hacer fortuna. Tenía entonces diecisiete años y tras fracasar en la mayoría de negocios que emprendió en diversos lugares de la nueva nación, se convertiría en naturalista, ornitólogo y pintor. Uno de sus principales viajes de exploración, dedicado a la tarea de realizar un catálogo completo de las aves de Norteamérica, sería este descenso del Misisipi, desde Cincinnati a Nueva Orleans, con el que completaría su Birds of America, una colección de 435 estampas de aves que se convirtió durante medio siglo en la obra de referencia de la ornitología norteamericana. En 1812 había adquirido la nacionalidad estadounidense, pero sería en el Reino Unido, en la corte de Jorge IV, donde alcanzaría su máximo reconocimiento y la impresión de una obra que le valdría ser nombrado miembro de la Royal Society, siguiendo los pasos de Benjamin Franklin, el primer estadounidense en conseguirlo.
Resulta curioso comprobar cómo la pintura y descripción de las aves de su catálogo se consiguió con el expeditivo método de cazarlas en su hábitat, bien él mismo, o recurriendo a cazadores profesionales que le abastecían de los ejemplares necesarios para ello.
El Diario del río Misisipi, concebido como testimonio para sus hijos, tiene el valor de documentar una época, un ambiente y unas costumbres de aquellos Estados Unidos nacientes en la que la ciencia y la aventura iban de la mano y transmiten al lector actual la autenticidad de aquellos tiempos. El añadido de 64 láminas escogidas del catálogo original seguro que complacerá a cualquier aficionado a la naturaleza de nuestros días. Como tantas veces Nórdica Libros rescata para el lector español una joya editorial.
John James Audubon. Diario del río Misisipi. Traducción de Lucía Barahona. 284 páginas. 64 láminas originales. 22,50 €.