Simon Sebag Montefiore (Londres, 1965), historiador y escritor, viajó por la Unión Soviética en la década de los noventa, principalmente por el Cáucaso, Ucrania y Asia Central escribiendo reportajes y artículos para el Sunday Times, el New York Times y otros periódicos sobre los cambios que se producían tras la caída del muro de Berlín. Eran los tiempos en que comenzaron a abrirse muchos de los archivos de la URSS, aunque después se produjera una involución que impidió que la libertad de acceso a ellos fuera total y muchos de los secretos que guardan no hayan sido desvelados. Estaba claro que tras La corte del zar rojo vendría la biografía porque como dice el autor este libro “es una crónica de lo que fue su corte desde su proclamación como caudillo en 1929 hasta su muerte. Es una biografía de sus cortesanos, un estudio de alta política y de poder y costumbres informales. En cierto modo es una biografía del propio Stalin a través de las relaciones que mantuvo con sus jerarcas… …Aprovechando el arsenal de nuevos documentos y libros de memorias inéditos, entrevistas realizadas por mí mismo y materiales perfectamente conocidos. ”
Buena parte de los documentos utilizados serían cartas de Stalin a sus hombres de confianza y a sus familias conservados en el Archivo Estatal Ruso de Historia social y Política, además de los Archivos Estatales rusos de la Guerra Y los Archivos Centrales de Defensa de la Federación Rusa, utilizados por primera vez.
Y además estaba la familia y las familias de los dirigentes en continua relación y que desfilan por estas páginas: “En el Kremlin había un constante ir y venir de gente entrando y saliendo de las casas de sus vecinos. Padres que se veían constantemente. El Kremlin era una especie de aldea…”
Pero también en La corte del zar rojo nos encontramos una nueva mirada sobre la personalidad y la evolución psicológica de un Stalin muy distinto al estereotipo del dictador de sus últimos años: “Pero la nueva documentación confirma que su verdadero genio estribaba en algo completamente distinto y sorprendente: era capaz de encantar a la gente. Era lo que ahora se llama una personalidad con don de gentes. Aunque por una parte era incapaz de tener verdadera empatía, por otro era un maestro de la amistad… … Constantemente perdía los estribos, pero cuando se decidía a encantar a una persona era irresistible.” Así el mariscal Zhukov cuando lo vio por primera vez no pudo dormir y escribió: “La apariencia de I.V. Stalin, su voz tranquila, la concreción y profundidad de sus juicios, la atención con la que escuchó el informe me causó una gran impresión”, y Sudoplatov, integrante de la Cheka, pensaba “que costaba trabajo imaginar que un hombre así pudiera engañarte, sus reacciones eran tan naturales, sin que diera la menor sensación de estar posando”; pero también notó cierta dureza que no ocultaba.
Claro, que toda la humanidad desaparece cuando llevaba a cabo una de sus máximas preferidas para la resolución de problemas aparentemente irresolubles: “La muerte resuelve los problemas. Si no hay nadie no hay problema.”
Simon Sebag Montefiore. La corte del zar rojo. Traducción de Teófilo Lozoya. Editorial Crítica, 2004. 928 páginas. 23,90.