Admito que aún no sé si estamos al final de un tiempo o al final de una época. Sí parece claro que es el final de un proyecto desde la izquierda que a lo largo de diez años ha sufrido diversas y diferentes alteraciones. De asaltar los cielos el proyecto se deshace en jirones. La separación traumática de la política de Íñigo Errejón supone el cierre de aquel discurso que pretendía renovar la izquierda desde unos imprecisos postulados cercanos a un populismo de izquierdas de inspiración latinoamericana. Quienes se ilusionaron con aquel proyecto tal vea ahora sientan un vacío nihilista. Sin embargo, no deberían mantenerse mucho tiempo en ese estado tóxico. La acción política de la izquierda que permanece, aún con todas sus deficiencias, les necesita. Porque estamos en un tiempo en que los espacios que abandona la izquierda los ocupa la ultraderecha. La política diaria necesita de ellos y de cuantos se sienten progresistas y defensores, implicados o menos implicados, de los derechos humanos.
El final del proyecto que se cierra ahora con la enrevesada carta de dimisión del Sr. Errejón nos devuelve a los comienzos de la democracia, antes de la Transición. Las primeras elecciones democráticas de España marcaron la senda de la izquierda para el futuro. El Partido Comunista de España, el gran agitador de la lucha contra la dictadura, no obtenía el papel protagonista en la etapa que comenzaba. Lo haría, contra todo pronóstico, el PSOE en su dimensión socialdemócrata con un programa reformista e integrador. El PCE y sus sucesivas crisis, hasta desembocar de forma forzada en Podemos, sería un nuevo intento de la izquierda a la izquierda del PSOE, que buscaba espacio en las preferencias de los españoles. Pero los españoles habían apostado ya desde el inicio de la democracia por un proyecto de centro izquierda como apuestan hoy por un modelo similar. Un socialismo que pueda ser visto como garante de una democracia y de la organización plural del Estado frente a una derecha que, subyugada por la ultraderecha y sus populismos, avanza por Europa y amenaza a España.
El PSOE es lo que permanece de la izquierda. Podemos hace tiempo que desapareció. Sumar vive una agonía similar. Y se mantendrán los restos de la antigua Izquierda Unida (antes Partido Comunista), que sobrevivirá porque siempre se va a necesitar un nicho de izquierdas más allá de la izquierda del PSOE. Por los giros ignorados de la historia las cosas volverían así a sus comienzos, siempre que las guerras internas, que amenazan al PSOE, no acaben con el proyecto socialdemócrata. No hay que olvidar las experiencias de Italia, Francia, Grecia, Austria o los países nórdicos donde la desaparición de la izquierda integradora ha dejado paso a derechas personalistas o ultraconservadoras.
Pero no quiero obviar nuestra dependencia de los Estados Unidos a los pocos días de unas elecciones de consecuencia extraordinarias. Allí se dilucida el triunfo de la ultraderecha que destruye las democracias desde dentro o el éxito de los demócratas con una candidata, mujer y de color, que puede ayudar al fortalecimiento de la socialdemocracia europea. Seguramente los norteamericanos, envueltos en su polarización paranoica, no sean conscientes de la importancia que tienen sus elecciones para Europa y otros países del entorno. Para España, el triunfo de Kamala Harris supondría un refuerzo de las políticas del presidente Sánchez y la pervivencia en el Sur de un proyecto socialdemócrata, cuando es ferozmente atacado por la derecha desde todos los ámbitos, incluido una parte del poder judicial. Si recuerdan las recientes declaraciones de algún portavoz del PP su objetivo prioritario es echar a la izquierda del poder. No hay programas en la derecha, no hay alternativas en la derecha, solo acabar con las políticas de centroizquierda.