La situación de catástrofe que estos días vive Valencia y algunos puntos del sureste regional, con Letur como desgraciado ejemplo, ha llevado el recuerdo hacia el año 1957, cuando la inundación de Valencia capital marcó un antes y un después en la configuración y el desarrollo de la ciudad.

Hace sesenta y siete años la principal causa de las graves consecuencias sufridas por la población fue el desbordamiento del cauce del río Turia, cuyo cauce formaba parte íntima e integrada en la ciudad. La gran riada dejó cerca de un centenar de muertos (aunque es difícil dar una cifra exacta por la censura aplicada al suceso) y miles de afectados por la acción del agua sobre muchas edificaciones en las que se aunaba la mala edificación y la precariedad que marcaba la época en todos los ámbitos. Hubo un consenso generalizado entre la comunidad científica según el cual, aunque eran conscientes que el Levante español está condenado por las leyes de la meteorología mediterránea a seguir sufriendo situaciones de gota fría en otoño y en primavera, el cauce del Turia en medio de la ciudad era un peligro letal que había que solucionar de una manera radical.

Así fue. Se sacó el cauce del Turia al sur de la ciudad y el antiguo cauce se convertiría en eje verde encargado de articular el ordenamiento de una ciudad que rompía sus cinturones antiguos y se expandía como tantas ciudades españolas.

Lo que se dice estos días es que el nuevo cauce, tal y como estaba diseñado, funcionó y salvó a Valencia de una catástrofe cantada con las cifras de precipitación que se han dado estos días en las zonas, que de otra manera habrían lanzado sobre ella todas las aguas recogidas en barrancos, torrentes, ramblas y cauces abandonados. Las aguas no han acabado en Valencia, pero han anegado catastróficamente toda su periferia sur fundamentalmente.

El consuelo es ridículo, dirán sobre todos los afectados y no les faltará razón, porque siempre que hay una sola muerte la tragedia está presente, aunque me temo que por la extensión de las áreas de recogida de las aguas, la topografía y las características de los caminos que han tomado hasta las áreas afectadas será muy difícil, salvo casos puntuales, poder evitar en el futuro –quizás otros sesenta años- la repetición del suceso.

Está claro que volverá a suceder y lo único que se puede hacer es aplicar lo aprendido a la distribución y ocupación de todas las actividades humanas, con principal cuidado en la edificación y minimizar las consecuencias en la convivencia humana con las fuerzas de la Naturaleza.