El lunes se dio el pistoletazo de salida a la sexta edición del Mazapanoir desde un interesante enfoque: el de los profesionales que se enfrentan a diario al crimen real. Y es que, como se insistió varias veces a lo largo de la tarde, la realidad suele superar a la ficción.
Como asidua consumidora de intrigas policiacas en cualquier formato (novela, cine, series… y confieso que acabo de caer también en los podcast), no he podido evitar la tentación de trasladar a esta columna el repaso a la crónica negra toledana que allí se hizo. Porque, como también se dijo varias veces en esta presentación, Toledo no es tan tranquilo como parece…
La inspectora jefe de la Brigada Provincial de la Policía Judicial, Olga Lizana, fue la encargada de poner el rostro más duro de la lucha contra el crimen, que no es otro que el de aquellos casos que están aún sin resolver. Entre ellos uno que aún sigue sobre su mesa: el asesinato de Lorenzo Pompiliu en aquella noche de Halloween de 2021.
La suerte es un factor que, en casos como este, puede ser determinante para la buena
-o mala- marcha de la investigación. En este asesinato, el azar jugó con la hora en la que ocurrió todo, en torno a las 2.26 de la madrugada de este fatídico 31 de octubre. Una hora que coincidió con el tradicional cambio de hora del otoño, ese momento en el que todos los relojes de España vuelven a marcar las 2 de la madrugada cuando llegan las 3.
Se preguntará, querido lector, qué tiene que ver esta hora extra que nos regala el otoño con una investigación criminal. Pues, en este caso particular, todo. Por ejemplo, en ese momento en el que el reloj llegó a las 3 y volvió a marcar las 2, las cámaras de los comercios cercanos borraron los 60 minutos anteriores, como si nada hubiera pasado, perdiéndose con ello información que seguramente hubiera sido valiosísima para los investigadores. Aún fue peor en el caso de los móviles. A las operadoras les fue imposible aclarar si la información que les requería la Policía se refería a la primera o a la segunda vez que el reloj dio las 2 de la madrugada. La semilla de la duda razonable estaba, por tanto, sembrada en torno a la ubicación de los posibles sospechosos, algo fatal en un crimen en el que no parece haber más motivación que el de estar en el lugar y en el momento inadecuado, según se lamentaba la propia Lizana. Con todo, me quedo con otra de sus frases: la investigación nunca se abandona.
Pero no siempre la suerte está en contra de los investigadores. También hay casos como el del tiroteo de La Peralada de agosto de ese mismo 2021, en el que resultó herido de gravedad un joven de veintitantos años. El origen de la reyerta parece que fue una disputa por la custodia de un menor y, como suele ser habitual en estos casos, los presuntos agresores -y sus familias- desaparecieron del radar policial. Y así estuvieron durante varios meses, hasta que uno de ellos cometió el error de utilizar las redes sociales… Todo terminó con tres detenciones el febrero siguiente. Como he comentado, factor suerte, aunque de nada sirve la suerte si esta no te pilla trabajando.
No quiero dejar en el tintero un viejo caso que el abogado Víctor Sánchez Beato me trajo el lunes a la memoria: el de la envenenadora de Illescas. En honor a la verdad, el letrado evitó en todo momento poner nombres y fechas a este intento de asesinato, pero tengo ya mis años y recuerdo bastante bien este caso que llamó la atención de los medios de comunicación allá por finales de los años 90.
Pongo a los más jóvenes -o despistados- en antecedentes: Matrimonio -entiendo que mal avenido visto lo pasó-, de unos cuarenta años, con tres hijos pequeños y residentes en Illescas, pero procedentes de algún lugar del sur de Madrid. Él, alcohólico bajo tratamiento. Ella, según dijo en el juicio, solo quería dejarlo vegetal, pero pecó de previsora y la pillaron con un seguro de sepelios recién hecho y con un traje nuevo para la mortaja del marido comprado unos días antes.
La historia no tiene desperdicio. Él estaba tomando un medicamento con base de cianamida (cianuro) que, en las dosis adecuadas, provoca aberración al alcohol. El problema está cuando se toman unos microgramos de más, la cucharada que cura se va convirtiendo en letal de necesidad. “La dosis hace el veneno”, como bien había explicado minutos antes la profesora de Física y Química Maribel Garoz.
En el caso de la envenenadora de Illescas, las dosis extra acabaron con su marido en UCI. Pero, querido lector, no se confunda, que él llegara a la UCI no fue motivo de sospecha, al menos la primera vez. Los médicos comenzaron a mosquearse cuando su estancia en el hospital se convirtió en un ir y venir a Cuidados Intensivos. Cada vez que bajaba a planta -y estaba un rato con su mujer- el enfermo empeoraba sin remedio.
Todas las sospechas se confirmaron cuando los médicos consiguieron el permiso de la jueza para poner cámaras en la habitación... Caso resuelto.
Como he dicho antes, Toledo no es tan tranquilo como parece… y debemos dar las gracias de ello a iniciativas culturales tan interesantes como este Mazapanoir que ocupa hoy esta columna. ¿Qué nos deparan las calles toledanas para la próxima semana? Se verá.