Hoy no hablamos del exitoso programa en el que señoreaba Broncano antes de pasarse a La 1. Hablamos de otra resistencia, la que provocamos los humanos con conductas tan supuestamente inocentes como acabarnos la caja de antibióticos que le sobró a la abuela; lanzarnos a la piscina sexual sin protección o no lavarnos las manos tras haber jugado con nuestra mascota.

La resistencia a los antimicrobianos, esos medicamentos que nos protegen frente a bacterias, hongos, virus o parásitos, es trending topic esta semana porque la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada mes de noviembre por estas fechas, realiza un llamamiento a la concienciación: los microorganismos cambian, se hacen resistentes, y dejan de responder a los fármacos. Por eso, si no hacemos un uso prudente y consciente, los antibióticos (entre otros medicamentos antimicrobianos) con el tiempo dejarán de ser útiles y sufriremos indefensión ante las infecciones.

En España hay un Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos (PRAN), respaldado por todas las comunidades autónomas, diez ministerios y más de 70 sociedades científicas. El objetivo es frenar el impacto de este problema sobre la salud humana y animal, que son interdependientes y están vinculadas con la salud del planeta, preservando la viabilidad de los medicamentos existentes.

En Castilla-La Mancha, además, hay un proyecto de ciencia ciudadana relacionado, que también busca despertar vocaciones científicas y, sobre todo, busca bacterias que puedan usarse para producir nuevos antibióticos. Se llama Micromundo@UCLM y se desarrolla desde 2107 en el Campus de Toledo con la participación de profesionales de la bioquímica, las ciencias ambientales, la tecnología de los alimentos, la genética o el periodismo.

Todo empieza cuando el equipo científico de la universidad comparte con profesorado y alumnado de los institutos de la región las claves de la resistencia bacteriana (cómo las bacterias mutan y dejan de responder a los tratamientos) y la importancia del suelo como reservorio de biodiversidad. Este ejercicio de comunicación no solo transfiere conocimiento científico, también convierte a las personas participantes en cómplices y prescriptoras frente al reto.

Lo siguiente es el trabajo de campo (literal). Los estudiantes de Secundaria y Bachillerato, con el kit facilitado, recogen muestras de suelo (en su pueblo, su jardín, el parque…) y anotan coordenadas, profundidad o las características geológicas y medioambientales del terreno. Finalmente, en el laboratorio, caracterizan y analizan las muestras (pH, textura, composición, repelencia, etc.) y, en condiciones asépticas, “siembran” en medios de cultivo adecuados. Esto es, en la célebre placa de Petri que Whatsapp propone como primer emoji al escribir “ciencia” en el buscador.

Solo resta observar el crecimiento microbiano y comprobar si alguna de las bacterias “cosechadas” es capaz de coexistir o si, por el contrario, fulmina por aproximación a otras bacterias de estructura biológica similar a las “superbacterias”, esas villanas del cuento que los humanos hemos hecho multirresistentes con nuestras malas prácticas.

Si sucede, bingo. Podría ocurrir que, en los suelos de Sonseca, Talavera, Ocaña o La Puebla de Montalbán, por citar algunos de los municipios participantes, se esconda algún microorganismo potencialmente productor de medicamentos con los que podamos seguir haciendo frente a las infecciones o protegernos adecuadamente en una cirugía, un ciclo de quimioterapia o un trasplante de órganos.

La comunidad científica trabaja con este y otros proyectos para frenar la resistencia antimicrobiana, una pandemia silenciosa que hacia mediados de siglo podría llegar a causar más muertes que el cáncer. La buena noticia, como señalaba en Toledo el microbiólogo Raúl Rivas, es que este problema global sí se puede afrontar de manera individual con medidas sencillas que previenen las infecciones y evitan la propagación de “superbacterias”. Entre ellas, lavarse correctamente las manos, cuidar la higiene de los alimentos, evitar las prácticas sexuales de riesgo, limitar el contacto físico cuando estamos enfermos, mantener al día la cartilla de vacunación o reclamar el derecho al agua salubre y al saneamiento.

El uso prudente y consciente de los antibióticos pasa por no automedicarse, completar los tratamientos, agudizar el escepticismo frente a las recomendaciones en redes y, siempre, buscar el consejo de los profesionales sanitarios. Ellos y ellas les pueden contar que hasta el 80% de las infecciones que afectan al aparato respiratorio son de origen vírico, por lo que tomar antibióticos no las curará. Recordemos la Covid-19, que hace ya cuatro años y parece que fue ayer, y tiremos de analgésicos, expectorantes o descongestivos, entre otros fármacos que sí cuentan con el aval de la ciencia, para mitigar los síntomas de la enfermedad invernal.